Luis Ventoso-El Debate
  • No hay charla social en la que no escuches la inevitable pregunta, cuya respuesta va a asociada a la peculiarísima psicología del personaje

Estoy saliendo rumbo a una comida por la sierra de Madrid, una pequeña fiesta donde imagino que habrá una docena de personas. Por aquello de que soy periodista, entre vino y vino cuento con la inevitable pregunta: «¿Cuándo va a caer?». Y aunque no soy un gurú de nada, tendré que ofrecer mi punto de vista de charleta de cafetería, quizá perfectamente equivocado.

Para dar una respuesta correcta a la pregunta del millón hay que tener en cuenta sobre todo la psicología del personaje, que es peculiarísima (por no utilizar algún adjetivo más rudo y certero). Estamos ante un individuo de ego hipertrofiado, que no siente ni padece y antepone su pervivencia en el poder a cualquier consideración. Su enseña política es la amoralidad táctica y la homologación de la mentira, que se unen a un fortísimo tesón en la defensa a todo precio de un YO desbordado.

El retrato psicológico lo completa un agudo resentimiento, en el espíritu del que describió magistralmente Marañón, el bueno, en su clarividente ensayo sobre Tiberio. Para el doctor, el resentido es «una persona sin generosidad y de una mediocre calidad moral». De naturaleza terriblemente susceptible, en cada detalle vislumbra una agresión: «Todo para él alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. Es más, el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión». Cuando triunfa, el resentido no se cura. Al revés, empeora, «porque el triunfo es para él una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento».

Ante un personaje de tal cariz no creo que se celebren elecciones hasta 2027, la fecha límite. Además, retener el poder ya no es solo cuestión de ego. Ahora necesita la poltrona para intentar frenar con las peores mañas a la policía y los jueces que cercan a su familia (y quién sabe si pronto también a él). El plante a Peinado es muy revelador de donde estamos.

Algunos analistas vaticinan que nuevos soponcios, como los esperados informes policiales sobre Torres y Armengol, le darán la puntilla en breve. De hecho, luce demacrado y nervioso y hay televisiones comerciales pro régimen que están empezando a virar. Pero si no ha dimitido con los escandalazos de su hermano, su mujer, su fiscal, su Ábalos y su Cerdán, ¿por qué va a marcharse ante nuevas revelaciones? Permitan una caricatura metafórica: estamos ante un tipo que si lo pillan con una pistola humeante atracando el Banco de España, diría que «esto es una vil conjura de la derecha y la ultraderecha, que me han puesto esta pipa en la mano».

Lo normal será que en 2027 el PP ronde los 150 escaños, que unidos al estirón de Vox supondrán que la oposición antisanchista superará los 200 diputados. Feijóo sería el nuevo presidente. Vox le permitiría ser investido, pero con desdén, tapándose la nariz. Ambos partidos, que ahora mismo se repelen –erróneamente–, rechazarían de plano un Gobierno de coalición. En la cúpula de Vox están convencidos de que la crisis de Occidente, con el problema de la inmigración como epítome, puede convertirlos a medio plazo en una fuerza capaz de aspirar en serio al poder. En realidad tampoco tienen gran urgencia en echar a Sánchez. En una especie de táctica de «cuanto peor, mejor», saben que un nuevo mandado de la coalición sanchista emponzoñaría tanto el panorama que podría ser el combustible para su estirón definitivo.

Feijóo gobernaría por tanto partido a partido, ley a ley, buscando apoyos a un lado y otro. Si la sucesión de Sánchez –de haberla–, diese lugar a un PSOE más moderado, algo que no veo con unas bases tan radicalizadas, el líder del PP probablemente preferiría entenderse con ellos antes que con Vox.

De Feijóo cabe esperar lo que hizo en Galicia, una gestión seria, tranquila y centrada sobre todo en el rigor contable. Pero toda la ingeniería social del PSOE, el partido que más años nos ha gobernado de largo, quedaría intacta. En parte porque a Feijóo y sus barones no les sale la música liberal conservadora -con la única excepción de Ayuso-, y en parte porque no dispondría de la sólida mayoría que se requiere para cambiar España a fondo, algo que además solo puede hacerse desde las ideas, desde el pensamiento profundo, la educación y la cultura.

Para desembarazarse de los paradigmas económicos, culturales y morales que nos ha impuesto la izquierda durante casi 40 años se necesita algo más que cuidar la hoja Excel, como el PP. Y tampoco bastan los latiguillos populistas de brocha gorda y soluciones utópicas. En fin, que no será fácil, pero lo mínimo que cabe exigir si cae Sánchez es que a la semana siguiente se den los primeros pasos para reforzar la unidad de la nación, bajar impuestos y derogar las leyes más lesivas del sanchismo. De lo contrario, apaga y vámonos.