Braulio Gómez-El Correo

En todo el mundo, la crisis de la democracia se vincula a una sobrecarga emocional e ideológica que ha polarizado y dividido a las sociedades, a un rechazo al ‘establishment’ y a las instituciones representativas y a la incapacidad de los distintos gobiernos para garantizar seguridad y bienestar a sus ciudadanos. El problema de la democracia vasca no está relacionado con el rechazo al ‘establishment’ ni a sus principales instituciones democráticas. El Parlamento vasco tiene el nivel de confianza más alto de Europa y la mayoría de los ciudadanos confía, sin amor ni especial vinculación afectiva, en sus instituciones. La oposición es responsable y el Parlamento introduce y refleja los intereses de la ciudadanía a través de los partidos que representan al Gobierno y los que forman parte de la oposición.

La calidad de su democracia no depende de que se acepte o no a trámite una iniciativa legislativa popular. En algunas de las democracias de mayor calidad del mundo como Noruega, Dinamarca o Suecia ni siquiera existe esta figura en su sistema democrático. Se puede apoyar el aumento de la presencia de la ciudadanía en la toma de decisiones como objetivo, pero también se puede creer que la democracia representativa fortalecería su legitimidad si fuera capaz de suministrar más bienestar y seguridad a la ciudadanía y no más participación de los ciudadanos politizados, empoderados e interesados. La presencia mayor de un tipo de ciudadano o ciudadana en la toma de decisiones no mejora por sí misma la calidad de un sistema democrático.

En el ideal democrático puede ser conveniente disponer de una sociedad empoderada, crítica y consciente. Los padres fundadores de nuestras democracias, tanto los revolucionarios franceses como los americanos, tenían miedo de las pasiones del pueblo como mecanismo directo para la toma de decisiones. Actualmente, generar una sociedad politizada en valores comunes es complicado. Crear de forma preventiva la polarización imaginando una lucha antifascista quizás no responda ni al interés general ni a un consenso sobre los miedos compartidos que tiene nuestra sociedad sobre futuros tiempos oscuros. El Parlamento representa el interés general y tienen que velar por todos los intereses que conviven en la sociedad.

La revitalización de los partidos para recuperar su papel de agentes de movilización y participación ciudadana tampoco creo que resuelva ninguno de los problemas que puede tener la calidad de la democracia en Euskadi. Una nueva evangelización para captar nuevos partidarios puede aumentar el riesgo de que vuelva la polarización a nuestro país, en vez de generar más capital social comunitario. Si Euskadi es hoy un oasis en algo, es en la calidad de su democracia representativa. Y que dure.