Miquel Escudero-El Correo

En ocasiones, los entrenadores de fútbol nos dan a los ciudadanos ejemplo de sólida autoridad, de la que estamos muy faltos. Así, cuando se hacen responsables del fracaso de su equipo. Cuando las cosas salen bien, elogian a sus jugadores y se otorgan el mérito; y cuando salen mal, asumen en primera persona el fracaso. Nuestros gobernantes están en los antípodas de este modelo. Jamás reconocen un error, ellos ‘no los cometen’. No los admiten y, por esto, son incapaces de corregirse. Y a quienes señalan sus errores los criminalizan.

A diferencia del insoportable Trump, aficionado a insultar y a mentir, Eisenhower fue un presidente muy valorado y respetado. Tras una enmienda a la Constitución, Dwight Eisenhower fue el primer presidente de Estados Unidos que vio limitada su continuidad en el cargo, al no poder ser elegido más de dos veces. Fue reelegido, y entre 1953 y 1961 tuvo como vicepresidente a Richard Nixon.

En 1944 dirigió el desembarco de Normandía. El general Eisenhower preparó un texto que pensaba leer si la invasión fracasaba: «Nuestras fuerzas desembarcadas en la zona de Cherburgo-Havre no han logrado establecer una cabeza de puente satisfactoria y las tropas han sido retiradas. Mi decisión de atacar en este momento y lugar se basó en la mejor información disponible. Las tropas, la Fuerza Aérea y la Marina hicieron todo lo que el valor y el cumplimiento del deber podían lograr. Si hay alguna culpa o responsabilidad que deba atribuirse a este intento, es únicamente mía».

Al acabar de escribirlo a mano, tachó ‘y las tropas han sido retiradas’, y en su lugar anotó ‘y he retirado las tropas’. Una elocuente decisión.