Iván Igartua-El Correo

Catedrático de Filología Eslava de la UPV/EHU

  • La tiranía se afianza en Rusia con la guerra y una férrea censura en internet

En 1921 Evgueni Zamiatin, escritor e ingeniero naval ruso, imaginó un futuro extraordinariamente sombrío para la Humanidad, en especial para la sociedad que conocía de cerca y empezaba a estar atenazada por lo que llamó el Estado Único, capaz de someter a sus súbditos a una vigilancia y represión extremas. La novela se tituló ‘Nosotros’ y no se publicó en la Unión Soviética hasta 1988, época de la ‘glasnost’ de Mijaíl Gorbachov. Con ella, Zamiatin inauguró el género moderno de la antiutopía (luego denominado distopía), anticipándose a obras como ‘Un mundo feliz’ de Aldous Huxley y, sobre todo, ‘1984’ de George Orwell, quien leyó el texto de Zamiatin en su versión francesa.

D-503, el protagonista del relato, se enfrenta en ‘Nosotros’ a un sistema dirigido con mano férrea por el Bienhechor, líder supremo de un Estado que ha convertido a sus gentes en simples números, autómatas a los que ha despojado de privacidad. La incipiente rebelión de D-503, impulsada por el amor y el afán de libertad, es rápidamente sofocada cuando al personaje le extirpan el ganglio cerebral de la fantasía, razón fisiológica de su indisciplina. En ese momento se recupera la normalidad siniestra del Estado Único, en un vuelco esperable al que también recurrirá a su modo Orwell para contener los sueños de Winston Smith y despedazar sus esperanzas

No hay duda de que Zamiatin, que sufrió la cárcel zarista primero y la soviética después, se inspiró en la realidad de la autocracia rusa, cuyo aparato represor fue fortaleciéndose gradualmente en las primeras décadas del siglo XX, y eso que el autor no llegó a conocer la época del Gran Terror (1937-1938). Había emigrado en 1932 a París, donde falleció cinco años más tarde. La deriva totalitaria que había conjeturado para su patria fue materializándose punto por punto, superando en muchos casos lo que a través de la ficción el novelista pudo presentir.

Un siglo después, Rusia ha asistido a la reanudación del proceso. Tras un titubeante paso por la democracia y el Estado de Derecho, la maquinaria estatal ha ido recuperando todos los elementos que definen el totalitarismo, tanto en su vertiente ideológica como en su plasmación práctica en la vida cotidiana de las gentes. Se empezó por desvirtuar y, en la práctica, anular el pluralismo político. La mayor parte de los partidos con representación en el Parlamento hoy son meros satélites de la posición oficial del Kremlin, entre ellos Rusia Justa o Gente Nueva. Varias de esas formaciones se crearon aposta no, desde luego, como oposición al partido del Gobierno (Rusia Unida), sino para neutralizar precisamente cualquier conato de oposición y reconducirlo por cauces rigurosamente vigilados.

Como resultado, el poder legislativo no tiene autonomía alguna con respecto al Ejecutivo del país. Lo mismo puede decirse del judicial, subordinado desde hace tiempo a las órdenes directas del Kremlin, que ejecuta con pasmosa diligencia. Los opositores reales, como lo fue Alekséi Navalni, son sencillamente borrados del mapa político, cuando no muestran una sospechosa tendencia común a suicidarse tirándose por ventanas y balcones. La justicia (es un decir) nunca termina de aclarar esos casos.

A ello se suma una censura galopante que a lo largo de los últimos años ha ido eliminando todo espacio de libertad en la literatura y la prensa. Los índices de libros prohibidos han engordado notablemente, alimentados tanto de títulos rusos recientes como de clásicos «nocivos», empezando -y no es casualidad- por Oscar Wilde. Los medios de comunicación vieron restringido su margen de actuación hasta límites insoportables una vez que arrancó la invasión de Ucrania. No quedan, de hecho, medios que no difundan de modo unánime la propaganda de Moscú.

Al control absoluto del Gobierno se sustraía hasta hace poco, y solo en parte, internet. Pero la solución no ha tardado en llegar: a partir de ahora se considerará delito buscar en la red nombres como Navalni, Greenpeace o LGTBI. La persecución se cierne automáticamente sobre cada usuario, sin necesidad de las delaciones del pasado. Otra novedad legal que afianzará la tiranía se va a implantar el año que viene: el Servicio Federal de Seguridad (FSB), sucesor del KGB, tendrá sus propias prisiones al margen de cualquier control externo. Eso representa, simple y llanamente, un retorno a los tiempos del ‘gulag’.

Para cerrar el círculo, solo faltaba un gran conflicto bélico que convirtiera a los ciudadanos en defensores, por las buenas o las malas, del régimen. Una Ucrania a rebosar de nazis y un pérfido Occidente que provoca a Rusia han brindado esa oportunidad excepcional de apuntalar la imagen de bastión sitiado que el Kremlin proyecta sobre el conjunto del país. La guerra interminable ha pasado a ser una necesidad existencial, el destino final de un Estado Único cuyos habitantes son solo códigos de cifras y letras, como el D-503 de Zamiatin. Se olvida tal vez que, a la postre, la guerra también acaba poniendo fin a todo sistema totalitario.