La mayoría de analistas han coincidido en su valoración positiva del plan de veinte puntos para la paz en Gaza, acordado este lunes entre EEUU e Israel.
Al menos sobre el papel, el plan se antoja cabal y meticulosamente diseñado, incluyendo el acierto de haber implicado en la solución al resto de actores de Oriente Medio, con la incógnita del siempre desestabilizador Irán.
Y en apoyo de esta impresión acude la generalizada adhesión recabada por el plan en los órganos de la gobernanza internacional, muchos países árabes y musulmanes, y la mayoría de gobiernos occidentales.
Entre ellos, el de España, a pesar de que los cinco ministros de Sumar (uno de los cuales, Sira Rego, celebró el atentado del 7 de octubre) se han desmarcado de la posición oficial de Moncloa, considerando una «amenaza» lo mismo a lo que el presidente ha dado la «bienvenida». Un episodio más, en fin, de la disparatada bicefalia en materia de política exterior que acusa este Ejecutivo invertebrado.
El mayor éxito diplomático que puede anotarse de momento Donald Trump es haber logrado que Benjamin Netanyahu aceptara, contra su inveterada cerrazón, comprometerse por escrito a no anexionarse ni ocupar la Franja de Gaza.
Y supone un alivio que Trump haya abandonado el descabellado proyecto de una «riviera» de resorts turísticos sobre las ruinas de la Franja que llegó a plantear, optando en su lugar por delinear una arquitectura de transición y de seguridad multilateral que evite la expulsión de los palestinos y permita el regreso de los desplazados.
La hoja de ruta prevista abre una vía verosímil para salir de la enmarañada encrucijada del conflicto palestino-israelí.
En el plano más inmediato, el alto el fuego y la devolución de todos los rehenes israelíes a cambio de la liberación de presos palestinos.
Después, el desarme de Hamás y la retirada de las tropas israelíes.
Y a continuación, la reconstrucción política y económica de la Franja, gobernada temporalmente por una administración palestina de corte técnico y «apolítico» supervisada por un «nuevo órgano internacional transitorio» presidido por Trump, hasta que sea posible legarle el testigo a la Autoridad Nacional Palestina.
Es cierto que la parte más dudosa es la relativa al establecimiento de un Estado palestino, al que el plan se abre cuando se den las condiciones para la autodeterminación de este pueblo.
Porque Netanyahu se apresuró a rechazar categóricamente poco después del anuncio este escenario. A lo que se añade que los socios radicales del primer ministro se resisten a avalar cualquier arreglo que no implique la erradicación completa de los terroristas.
Pero no son los obstáculos internos de Israel lo que compromete de momento el cese de las hostilidades. Al contrario, es en el tejado de Hamás donde está ahora la pelota de la paz.
Trump dio a la milicia 72 horas para aceptar el trato y liberar a los rehenes. Pero superadas las primeras 24, y pese a la reafirmación del presidente estadounidense en su ultimátum, Hamás ni siquiera se ha pronunciado sobre el plan.
Naturalmente, no cabía esperar que, incluso habiéndoseles garantizado una amnistía condicionada, los terroristas islamistas fueran a aceptar airosamente su desmilitarización. Y resulta igualmente difícil creer que vayan a avenirse, en consonancia con el acuerdo, a no tener ningún papel en el nuevo orden político palestino.
Pero a los terroristas no les queda otra opción. Máxime cuando sus principales aliados y promotores, como Qatar y Turquía, han optado por la salida diplomática.
Porque si los yihadistas rechazan el acuerdo, Trump ya ha aclarado que dará a Israel su «pleno respaldo para hacer lo que tenga que hacer». Lo que implicaría una perpetuación de la violencia masiva ante la que ya sería inadmisible enarbolar la coartada del «genocidio».
En ese caso, se demostraría definitivamente que Hamás no está interesado en terminar la guerra, sino que prefiere seguir condenando a muerte a su población con tal de mantener viva su insurgencia.
Después de dos años de conflicto devastador, ha surgido la mejor oportunidad hasta la fecha para acabar con una matanza insoportable. Y tal vez la última.
Por eso, Hamás, que fue quien empezó esta guerra, debe ser quien le ponga fin rindiéndose.