Francisco Rosell-El Debate
  • En ese brete, la ira ciega del inquilino de La Moncloa, embriagado de poder, se revuelve contra el Estado de Derecho y contra la Nación

El abogado Antonio Camacho, defensor de Begoña Gómez, acredita una incompetencia supina que los españoles se ahorraron como ministro del Interior de Zapatero al perdurar sólo cinco meses en la peana. Al paso que va, logrará que la «consuerte» del presidente del Gobierno se la condene a la cadena perpetua no revisable que no contempla el Código Penal español. Bastaron 48 horas para que la realidad se cobrara su venganza con quien el sábado trató de chulearse el magistrado Juan Carlos Peinado, instructor del «Begoñagate», cuya paciencia raya la del santo Job, cuando trató de refutar la presunta malversación de su patrocinada por medio de su asistente al equiparar a ésta última con el agente judicial al que un juez le encarga que le traiga una cajetilla de tabaco si baja a la calle. Debió marcharse a gusto don Camacho sin saber tal vez que la UCO –antes de que Marlaska depure a sus mandos– documentaría como la tal Cristina Álvarez, contratada para llevar la agenda institucional de la señora de Sánchez, no sólo le hizo algunos recados puntuales con la Cátedra de Transformación Social Competitiva (TSC) que codirigió la hija de Sabiniano Gómez con el empresario Barrabés en la Universidad Complutense hasta 2024, sino que era la gestionaba a tutiplén con la cuenta de correo electrónico y con la firma corporativa de su jefa. Así lo patentizan los más de 120 email intercambiados por la susodicha con el vicerrector Juan Carlos Doadrio. No fueron «cuatro correos», como tampoco eran «cuatro golfos» los de los ERE, según argüía Chaves, sino que superaban a los famosos 40 ladrones de Ali, el de la cueva.

Tal acopio de pruebas echaba por tierra las versiones que ambas facilitaron en sede judicial tras retomar las actividades compartidas en la sociedad Inmark –dedicada a recaudar dinero para ONGs– con La Moncloa como sede operativa de «BegoFundraiser» («Begoña, pillafondos») y acelerador de caudales provenientes de empresas bien estatales, bien supeditadas al marco regulatorio gubernamental. Después de más de ocho años codo con codo en Inmark, Gómez contactó con ella, a raíz de la moción de censura contra Rajoy en 2018, para ofrecerle ser funcionaria de empleo sin proceso selectivo y elevado rango de modo que pudieran hacer lo de antes en coche oficial y con marchamo gubernativo.

Buscando mandar a por tabaco al instructor, contra el que se querelló sin éxito Sánchez para amedrentarlo ante lo que se les venía encima, Begoña Gómez pudiera acabar empurada al hallarse en circunstancias más gravosas que las que ingresaron en prisión al «duque enPalmado» Urdangarin, esposo de la Infanta Cristina, al valerse de la influencia de ser yerno de Juan Carlos I, pero sin que el monarca pudiera materializarla como Sánchez vía Boletín Oficial del Estado. Lo cierto es que, tras la desmembración de «la banda del Peugeot» que le aupó arteramente al mando del PSOE y del Ejecutivo, el jefe de la misma reencarna con su pichona a los célebres «Bonnie and Clyde» unidos en el amor y el delito con La Moncloa como centro de negocio y cobijo de hermanísimos que declaran estar domiciliados fiscalmente en Portugal y evitan su geolocalización por Hacienda con mañas criminosas. En su impunidad, actúa como si La Moncloa gozara del privilegio feudal de la Iglesia de conceder asilo a quienes traspasaran el umbral de la casa de Dios escapando de los alguaciles con la anuencia del Ministerio Público, cuyo fiscal jefe guarda banquillo. Una vergoña en favor de Begoña cuando, según Cicerón, «el objeto de la Justicia es dar a cada uno lo que le es debido».

Sin embargo, aunque no quieran caldo los «Bonnie and Clyde» de La Moncloa, tendrán varias tazas. Otra de las cuales ha sido el dictamen de la Intervención General del Estado a instancias de la Fiscalía Europea que apunta a que pudieron incurrir en «fraude de ley» los contratos adjudicados en julio de 2021 por Red.es, a cuyo frente estaba David Cierco, otro íntimo de Sánchez con mucho Acento, al compinche Barrabés por rebajar sin explicación la calificación a un competidor. Con la oferta más cara, pero con las cartas de recomendación de Begoña Gómez y la máxima nota en valoración subjetiva, el codirector de la cátedra de pacotilla de la bachillera se llevó el gato al agua por unas décimas. Abonando que no existen las casualidades sino las causalidades, el interventor revela asimismo el borrado de «metadatos» como es ya es hábito en los monjes sanchistas cuando ha de escamotear los gatuperios de una corrupción sistémica en cuyo frondoso ramaje anidan todo tipo de córvidos.

Como además el peligro llega más aprisa cuando se le desprecia, el comisionista/comisionado Víctor de Aldama puso igualmente el lunes negro para el sanchismo otra muesca en el revolver al sugerir que, con Sánchez en La Moncloa, ha habido fraude electoral en España. «Hay empleados de Indra que podrían salir a hablar», le indicaba en la Cope a Carlos Herrera, a la par que zamarreaba el árbol de la financiación ilegal del PSOE de la que expresidente Zapatero sabría mucho a propósito del sorprendente rescate con el Covid-19 de Plus Ultra, la aerolínea venezolana de un solo avión propio, así como de los 10 millones destinados a la Internacional Socialista para que Sánchez la comandará a cambio de tirar al arcén al opositor Juan Guaidó como urgía Maduro.

Justo cuando el «Begoñagate» genera ese efecto «¡ajá!» o «¡eureka!» del que se habla cuando las piezas encajan en el puzle permitiendo comprender toda la trama con Sánchez en su pirámide, un César y su mujer que no son honrados ni quieren parecerlo atrincherados en La Moncloa retrotrae la ejemplaridad pública española –leitmotiv de su moción de censura– a antes de que Julio César repudiara a Pompeya porque «la mujer de César debe estar por encima de toda sospecha». En ese brete, la ira ciega del inquilino de La Moncloa, embriagado de poder, se revuelve contra el Estado de Derecho y contra la Nación. Buscando atrapar a la Justicia con sus artimañas y manejos, ha terminado aprisionado en la ratonera de la que pugna zafarse como Sansón se soltó de las columnas del templo sin importarle que todos perecieran con él. En suma, si ni el César ni su mujer son honrados, ¿Qué puede ir bien? Podrida la cabeza, el resto del pescado apesta.