Teodoro León Gross-ABC

  • Quizá Sánchez, como en muchas sectas, lleve a los suyos al abismo

Con el sanchismo ocurre como con tantas y tantas sectas: desde fuera pueden parecer un puñado de tipos más o menos irracionales, pero desde dentro sienten que son una reserva espiritual. Días atrás, una diputada de Granada reclamaba la beatificación de Pedro Sánchez, con su elevación a los altares. Es una caricatura, va de suyo, pero también delata hasta qué punto ha ido cuajando entre los socialistas esa percepción del líder providencial frente a las amenazas exteriores del mal. Después de sus cinco días de aislamiento, allí estaba María Jesús Montero enajenada, golpeándose el pecho ante Ferraz como otros líderes, al modo de los chiíes en el duelo de Ashura. El sanchismo ya ha atravesado ese punto clave del sectarismo que es la desaparición de la crítica, y van aflorando todos los demás rasgos: extinción progresiva de la democracia interna y la pluralidad para plegarse al líder; control de la información aceptable; aislamiento progresivo de la realidad en todos los órdenes… Cada noticia adversa se gestiona desde el victimismo como un ataque injusto.

El fenómeno incluye, claro está, a Begoña Gómez, internamente léase Begoña Mártir, también elevada a los altares. La reacción del sanchismo ante cada evidencia contra ella sólo acentúa la exaltación y se convierte en un motivo más para redoblar su fe. Por eso aparece un informe negativo de la UCO o un análisis exhaustivo de trescientas páginas de la Intervención del Estado sobre los contratos muy bajo sospecha de Barrabés, y se responde con más golpes de pecho y con la retórica de los perseguidos, de Bolaños a Patxi López. Marisú Montero proclama que «al final, la luz se arrojará sobre todas las sospechas que algunos, de manera electoralista, mentirosa, interesada, quieren lanzar sobre el entorno del presidente». Ese lenguaje de la victoria de la luz es muy de profeta vicario. Cuando no hay evidencia que pueda ya suscitar la mínima autocrítica, la más leve reacción interna, se ha pasado el punto de no retorno. El líder decide quién es inocente y quién culpable, y sus seguidores acatan.

A saber si Sánchez, como en tantas sectas, acabará por conducir a los suyos al abismo, entiéndase en términos políticos, no hasta la muerte como Jim Jones arrastró a casi un millar de fieles del ‘Peoples Temple’ al suicidio colectivo en Guyana (1978). El sectarismo fanatizado es una potencia insuperable y en las redes se ve cómo han unido su suerte a él, con esos eslóganes tipo ‘Yo con Pedro’ o ‘Begoña yo sí te creo’, con recogidas de firmas y ‘merchadising’ de davidianos irredentos. También ha unido su suerte ese largo listado de voces periodísticas, encabezado por Intxaurrondo, que difundió el manifiesto denunciando el golpismo judicial y mediático de investigar a la mujer del líder. Así se consuma la disciplina del culto. Y sólo necesitan mantener vivo el imaginario del enemigo demoníaco –Franco, Trump, Netanyahu…­– para darle sentido a su cruzada.