Editorial-El Español

La noche de este miércoles ha dejado el esperado desenlace de una de las charlotadas más esperpénticas de los últimos tiempos.

La Flotilla Global Sumud, que partió de Barcelona hace un mes con destino a Gaza, ha sido interceptada por Israel muy cerca de la zona de exclusión marítima impuesta por el Estado hebreo.

El contingente, con más de cuarenta embarcaciones y alrededor de medio centenar de activistas, incluidos rostros conocidos como Ada Colau y Greta Thunberg, ha protagonizado una accidentada singladura a través del Mediterráneo retransmitida en directo, para llevar poco más de 300 toneladas de ayuda humanitaria a la Franja.

Pero la Flotilla, en una crónica de un naufragio anunciado, no ha conseguido romper el bloqueo que sufrieron otras misiones anteriores.

En realidad, el operativo nunca tuvo visos de éxito desde el plano logístico.

Porque los barcos, escoltados fugazmente por el buque español Furor y unidades italianas, nunca dispusieron de permiso para entrar en aguas restringidas.

Israel avanzó reiterada e inequívocamente que no toleraría que ninguna embarcación franquease la zona bajo su control naval para aproximarse a un área de combate activa. Y que, por tanto, los navíos serían desviados a sus puertos o directamente interceptados antes de alcanzar Gaza.

Los promotores han convertido la ayuda simbólica en un espectáculo sobre el mar, sin la menor perspectiva de aliviar realmente la situación en Palestina.

Porque aun en el inverosímil supuesto de que hubieran logrado penetrar las aguas israelíes, el puñado de víveres y medicamentos que transportan no habría marcado ninguna diferencia en la mitigación de la crisis humanitaria en la Franja.

Pero no sólo los organizadores sabían que la operación estaba condenada al fracaso, sino también el Gobierno de España, que se sumó a la performance propagandística dando su respaldo a la Flotilla.

Justo después de alentar el boicot a La Vuelta ciclista, Pedro Sánchez anunció el envío de un buque militar para escoltar y asistir a las embarcaciones.

Pero el propio Ejecutivo reconoció enseguida que la Armada no podía escoltarles en la entrada a la zona de exclusión, y que la misión de defensa y rescate preventivo acabaría en cuanto se rozara el límite israelí.

Es decir, que el Gobierno ha acompañado a los barcos para la foto y para el titular, pero les ha abandonado en el punto justo donde empieza el verdadero riesgo que justificaría la asistencia del ejército.

Todo este incidente no podía haber tenido lugar en un momento más inoportuno.

Mientras el mundo espera expectante la respuesta de Hamás después de sopesar el plan de paz presentado el lunes por Trump y Netanyahu, la llegada de la Flotilla sólo añade un elemento más de perturbación y de tensión innecesaria.

Máxime cuando sobre la operación, financiada por un empresario palestino radicado en Europa, sobrevuelan serias sospechas de que su patronato, cobertura y organización podría provenir indirectamente del propio Hamás.

Es cierto que los organizadores no podían prever cuando zarparon que surgiría una oportunidad diplomática para pacificar Gaza susceptible de volver ociosa su empresa.

Pero en el momento en el que se conoció el acuerdo para un alto el fuego, los activistas debieron desistir de su fútil empeño y darse la vuelta.

El tour propagandístico de la Flotilla Global Sumud ha llegado a su fin con el único resultado de haber puesto al descubierto la frivolidad del activismo gestual elevado a su máxima potencia.