- No sé si son agoreros fachosféricos o cabales observadores, pero cada vez más gente especula con que acabará disfrutando de la hospedería gratuita del Estado
El joven parisino Nicolas Paul Stéphane Sarkozy era el hijo de un pequeño aristócrata húngaro emigrado a Francia. Estudió Derecho y Políticas, sin destacar, y enseguida se metió en política. Allí se reveló como un pequeño Napoleón de pega, enérgico y con un concepto de sí mismo inversamente proporcional a su estatura (165 centímetros, mejorados con unos zapatos de plataforma interna, a veces de artesanía gallega de la casa monfortina Losal).
El pequeño Sarkozy se convirtió en 2007 en presidente de la República, cargo que ocupó hasta 2012. Como todos los últimos mandatarios galos llegó prometiendo llamativas reformas… para no acometer ninguna. Y como a todos sus predecesores y sucesores le encantaba darse pote, cultivar el boato, ceñirse los laureles de supuesto césar. Su estampa de luminaria del gran mundo se completó con un sonado matrimonio con una diva de la pasarela y más tarde de la música: Carla Bruni.
Pero aquel político que iba impartiendo lecciones por todo el orbe y que levitaba mirándose al espejo tenía un talón de Aquiles. Para financiar su campaña de 2007 había recurrido al dinero sangriento de Gadafi. El baldón acabó aflorando y ocurrió lo impensable. El divino Sarko se vio primero con una pulsera de geolocalización en el tobillo y ahora le han caído cinco años de cárcel y una multa de cien mil euros. Se ve muy probable que llegue a pernoctar en la trena.
Sánchez es un presidente que ha roto muchos moldes. Fue el primero que llegó al poder sin ganar las elecciones (y con 84 diputados pelados). Fue el primero que incumplió todas sus promesas electorales. Fue el primero que se echó en brazos del partido de ETA. Fue el primero que faltando a su palabra se rindió a unos golpistas catalanes. Fue el primero que convirtió la sala del consejo de ministros en un mitin, con carteles de propaganda incluidos. Fue el primero que plagió su tesis doctoral. Fue el primero condenado por el TC –por enjaularnos inconstitucionalmente– y sancionado por la Junta Electoral. Fue el primero que simuló un amago de dimisión, utilizando incluso al Rey en la pantomima, que resultó una patochada para atornillarse al cargo. Fue el primero con su fiscal general en el banquillo. Fue el primero con su mujer y su hermano encausados por sendos casos de corrupción, imposibles sin su dedazo. Fue el primero que ha visto como dos de sus hombres fuertes en el partido caen por puro choriceo trincón.
Sánchez es el presidente de las primeras veces. Y hoy acumula ya tantos nubarrones que por los cenáculos españoles son cada vez más quienes vaticinan que podría hacer un Sarkozy. Acumula boletos para pasar a la historia como en el primer expresidente español que disfruta de las hospederías gratuitas del Estado. Feijóo ya lo dijo ayer –«va a acabar mal»– y Abascal lleva dos cursos políticos vaticinando abiertamente que «terminará en la cárcel».
Yo no lo creía. Pero hoy ya no me apostaría ni unas cañas con unas olivas. Tal vez de ese temor provengan el rostro chupado, la mirada de brillo extraño, las mandíbulas tensas, las carcajadas destempladas y las cortinas de humo de todo tipo para evitar que se hable de lo suyo. La flotilla de los Sánchez no tiene pinta de llegar a buen puerto.