Rafael Belmonte-Vozpópuli

  • Abascal se equivoca clavando sus trincheras ideológicas en la empresa, que en el fondo no es otra cosa que imitar a Sánchez

Con su teoría de los comportamientos miméticos, el filósofo francés René Girard nos enseñó que hay que tener mucho cuidado con lo que se odia porque lo que se detesta, en realidad, oculta, casi siempre lo que se admira. De ahí que frecuentemente no haya nada más parecido ni más intercambiable que dos grupos o dos personas que se definen a sí mismos por oposición a su contrario. Lejos de ser antagonistas, son en el fondo iguales. Se afanan tanto en subrayar sus diferencias que hay que sospechar necesariamente de que en realidad son idénticas. Si se miraran al espejo, descubrirían que la imagen que les devuelve es precisamente la de su rival.

Desde hace años, el principal y casi único argumento político de Pedro Sánchez se llama Vox. Cuando ya no quedan más bazas, cuando toda la opinión pública es un hervidero de voces clamando contra la corrupción, contra el acoso a la justicia, contra el deterioro evidente de los servicios públicos, contra la chulería del ministro de Transportes más incompetente de la democracia, contra la ocupación de las instituciones públicas, contra el desguace de la Hacienda Pública, contra la destrucción del principio de igualdad y solidaridad territorial, contra la amnistía, contra la incapacidad de aprobar los presupuestos, etcétera, etcétera, la baza a la que siempre acude el líder del Ejecutivo, cada vez menos líder entre sus propios socios, es agitar el fantasma de la extrema derecha.  Pero, en realidad, Vox no es la antítesis de Sánchez, sino su reflejo, la imagen simétrica que le devuelve su forma predilecta de hacer política, que es la de la confrontación y la polarización. A cada llamada del presidente del Gobierno, Vox acude obediente y presto, no a plantarle cara de forma útil a sus políticas, ni siquiera a practicar la batalla cultural, como ellos esgrimen, sino a hacerle el juego, que es en realidad el juego de los espejos, el de devolver ideología por ideología, sectarismo por sectarismo, polarización por polarización, crispación por crispación.

Romper consensos básicos

Hace unos días tuve la responsabilidad de contestar a una proposición no de ley de Vox que era el ejemplo perfecto de esta política espejo. Protestaba, con razón, esta proposición no de ley de la insoportable presión burocrática a la que el Gobierno somete a las empresas en su opresivo afán controlador y en su enfermiza obsesión de convertirlo todo en una cuestión ideológica, incluso la gestión de una pyme. Pero en lugar de auspiciar una iniciativa parlamentaria dirigida a facilitar de verdad la vida de las empresas, salvaguardándolas de la polarización política, algunos de los puntos de la propuesta de Vox ahondaban en los mismos males que denunciaba, metiendo a las empresas en todo el centro del tornado ideológico y convirtiéndolas en ariete político de signo inverso. Y dar la batalla cultural no es eso. Dar la batalla cultural no es romper consensos básicos que nadie discute ya en España dándole al rival el pretexto perfecto para seguir polarizando. Dar la batalla cultural es decirle al Gobierno de Sánchez que salvaguarde a las empresas de la confrontación ideológica. Que les permita dedicarse a hacer lo que saben hacer (crear empleo y riqueza) sin controles ni intromisiones abusivas. Y, por supuesto, que no las obligue a perder el tiempo en ese cada vez más interminable número de registros, planes y protocolos que les obligan a cumplimentar bajo amenaza de sanciones abusivas.

Asfixiar a las pymes

Porque realmente no hay derecho. No hay derecho a que hoy autónomos y pequeños emprendedores se vean por ejemplo obligados a contestar encuestas obligatorias del INE y de otros organismos públicos, de las que a veces se solapan hasta los plazos, y que suponen para ellos un esfuerzo adicional complemente improductivo. No hay derecho a que se les pidan declaraciones informativas reiterativas con datos que ya han aportado en otras declaraciones o tienen otras administraciones. No hay derecho a que les soliciten información que la administración podría obtener directamente del propio Registro Mercantil, que para eso está. No hay derecho, en definitiva, a las cargas que hoy asfixian a las pymes con sobreesfuerzos completamente estériles para ellas y que las hacen menos competitivas. Esa es la batalla cultural que nos interesa en el PP. Trabajar para que los pequeños empresarios puedan hacer su trabajo, que no es hacer papeles ni contestar encuestas para que el Gobierno pueda lucir su sectarismo ideológico, sino generar riqueza y crecimiento económico y contribuir al empleo de calidad y a la igualdad real de todos los españoles.

Creo que Vox se equivoca clavando sus trincheras ideológicas en la empresa, que en el fondo no es otra cosa que imitar a Sánchez. Pero sobre todo el que se equivoca imitando a Vox es Sánchez. Se preguntaba el todavía presidente del Gobierno español que cómo pasaría a la historia. Yo creo que está muy claro. Pasará a la historia por ser el líder socialista que convirtió al PSOE en el reflejo simétrico de lo que él llama la ultraderecha. La izquierda moderada no existe en España, porque Sánchez la ha querido convertir en la otra cara de la misma moneda de la política polarizada. El rostro que le devuelve el espejo a Sánchez es idéntico al de los líderes políticos a los que supuestamente detesta. Lo que odia es lo que admira. El presidente del Gobierno es tan ultra como el más ultra de los que él considera ultras. Girard llevaba razón. El pensamiento por oposición (que es el del odio al adversario) convierte a quienes lo practican en nulidades idénticas y retroalimentadas. Porque cuando tu identidad se afirma por contraste de la del enemigo, entonces es que ya no tienes identidad. O en realidad sí la tienes: la de tu rival. En el actual PSOE están desesperados por asimilar el PP a Vox, pero en realidad los cromos intercambiables son los de ellos. Vox necesita a Sánchez para existir tanto como Sánchez necesita a Vox para subsistir. Y los dos caerán juntos.