Ignacio Camacho-ABC
- Las ‘chistorras’ son un rasgo de estilo: el de la verdadera naturaleza del sanchismo como método de poder extractivo
Cada caso de corrupción en España tiene una jerga, un lenguaje convenido con el que los involucrados se entienden a través de palabras en clave, por lo general nada complicadas de descifrar y basadas casi siempre en términos vulgares. Koldo y Ábalos con sus chistorras y lechugas, la trama Gürtel con sus magdalenas, Marta Ferrusola con sus misales; el botín mal disimulado bajo contraseñas fáciles. Otras veces se trata de un tono soez propio de patanes: el volquete de putas de la operación Púnica, el dinero para asar una vaca de los ERE, la ‘manteca’ del saqueo de Marbella, el menú de meretrices a la carta –«Carlota que se enrolla etc»– que el exministro y su asistente planificaban en sus viajes. El argot de los mangantes.
Nada nuevo, pues, en esto de los pagos en efectivo. Sólo la constatación de la clase de gente a la que Sánchez entregó una cartera de Estado y la dirección de su partido: un clan de ‘torrentes’ tabernarios dispuestos a exprimir su influencia a base de coimas y a convertir el PSOE, al que llamaban ‘la ganadería’, en una explotación agropecuaria a su servicio. La tripulación del Peugeot erigida en un trío –¿o cuarteto?– de capataces de un latifundio político cuyas cuentas manejaban en fajos clasificados como hortalizas y embutidos. Esa germanía tan zafia como ingenua constituye toda una demostración de estilo: el de la verdadera naturaleza del sanchismo como método de poder extractivo.
Hay que fijarse en las fechas para entender que el asalto se produjo desde el primer momento. Ya en noviembre de 2019, a poco más de un año de la moción de censura defendida por Ábalos con la corrupción del PP como argumento, o más bien como pretexto, Koldo comunica a su mujer la pronta recepción de dos mil ‘chistorras’: un millón de euros en billetes de quinientos. Eso sucedió antes de la pandemia y de la compra de mascarillas ejecutada al amparo del decreto de emergencia que centralizaba en el Ministerio de Transportes los contratos de procedimiento directo; habían tardado poco en descubrir el potencial lucrativo del Gobierno. Eran chabacanos pero no torpes a la hora de orientarse en asuntos de dinero.
Sostienen algunos sociólogos y expertos en demoscopia que este espectáculo de venalidad procaz está ya electoralmente amortizado. Que el socialismo no va a perder más votos por muchas nuevas revelaciones que aporte el sumario, y que incluso puede recuperar algunos de los que se alejaron. Que la acumulación de episodios más o menos ruidosos acaba por diluir su impacto y que sólo una eventual imputación corporativa por financiación ilegal podría desequilibrar el mandato. Que Rajoy ganó dos veces seguidas con los escándalos de Bárcenas y de Correa en primer plano. Tal vez sea así, pero entonces habrá que preguntarse qué diablos hace falta para que la opinión pública exija a sus representantes la responsabilidad de sus actos.