Teodoro León Gross-ABC
- Ser reconocible no es una opción sino una necesidad. Un político puede y debe tener cualidades camaleónicas, pero no perder su perfil
Claro que el PP va notoriamente por delante en los sondeos, a distancia de un PSOE que sólo se mantiene con el vaciado de Sumar, por más que Tezanos convierta la encuesta en un género de ficción, Iván Redondo en una forma de dopaje y Belén Barreiro haga ‘coaching’ dando ánimo a Sánchez con mensajes de ganador como se hace en el ring con los boxeadores tambaleantes. No hay ninguna posibilidad de reedición de un gobierno de la izquierda, ni siquiera recosiendo una monstruosa variación de Frankenstein+. Por demás, el PP dobla y doblará los votos de Vox. Y con todo eso, ¿cómo puede estar estancado el PP? Va a recibir la herencia del sanchismo salvo catástrofe impensable, pero ¿por qué no contagia ilusión del cambio? ¿Por qué ni siquiera transmite dosis razonables de confianza? ¿Por qué parece que Sánchez puede doblarle la muñeca en algún momento aunque no está en condiciones de hacerlo? No es un efecto Sánchez, con su falsa seguridad en mitad de la ciénaga, sino un efecto Feijoo
El problema del líder del PP se sintetiza en un concepto que manejan los expertos en comunicación política: está ‘desperfilado’. Cada vez es más difícil de identificar, y cada día es más difícil prever su respuesta, más allá del antisanchismo ya descontado. No se puede ser Ayuso algunos días y otros Juanma Moreno; algún que otro sábado probar a ser incluso Santiago Abascal, y por momentos volver a ser el Feijoo de la Xunta de Galicia, aunque cada vez menos. Esa tómbola no funciona. El perfil es un requisito fundamental. Ser reconocible no es una opción sino una necesidad. Un político puede y debe tener cualidades camaleónicas, pero no perder su perfil. Eso le funciona incluso a un tipo como Sánchez, con tanto de proteico y ningún principio. El perfil, en definitiva, no garantiza ser un ideólogo brillante o un tipo honesto… sólo consiste en que el votante crea saber quién eres, y tu clientela te identifique y se identifique.
La trayectoria de los últimos meses del PP debiera haber sido consistente ante el naufragio socialista. De hecho, a primeros de julio, en la clausura del congreso del partido, Feijoo anunció solemnemente que no gobernaría jamás con Vox. «Éste es el acto fundacional de un nuevo tiempo», proclamó, pero desde entonces no parece marcar distancias con Vox sino marcar a Vox, obsesivamente. El discurso sobre inmigración, con la tentación de sexar a los recién llegados en la aduana, ha ido de adversativa en adversativa, como le sucedió con la dana; y con el aborto se han dado el enésimo tiro en el pie con el sí pero no del síndrome fantasma. Incluso su discurso sobre Israel parecía demasiado mutante. Feijoo ha reprochado a Vox tener comportamientos «contradictorios y confusos», pero sabe que es al revés. El PP se ha vuelto menos previsible. Meses atrás él decía que «el cambio no llegará por mero desgaste, sino por nuestra capacidad para generar esperanza». Y ese es precisamente el problema.