Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Lo único que desmiente su naturaleza de robot apagado y enchufado a la corriente es la llegada inevitable de momentos en los que debe intervenir. Cosas del procedimiento. Solo entonces cobra movimiento, aunque es un movimiento sospechoso que no necesariamente refleja humanidad

Lo de Úrsula acojona. La estamos censurando estos días, pero es como si nada la alcanzara, un poco lo que les pasa a los muertos. Ella no yace, está sentada, absolutamente inmóvil. Pensarán que es un decir. No, está quieta como las estatuas. He visto esculturas con más ánimo que Úrsula. Salvo que seas tuerto, tú la ves en el Parlamento en tres dimensiones, y sin embargo algo tiende a aplanarla en su quietud y deviene dibujo, de modo que si la observas durante más de cinco segundos seguidos te parece un recortable infantil. Cierras un ojo y pones los dedos en forma de tijera.

Pero el pasmo es grade. Algunos no se dan cuenta de que están ante uno de esos fenómenos extraños que lanzaron la brillante carrera de Iker Jiménez. A mí siempre me han llamado la atención cosas como las caras de Bélmez y los ovnis de Montserrat, los ovnis nacionalistas. Por eso tengo un instinto para los sucesos inexplicables que a otros les pasan inadvertidos. Y afirmo que la inmovilidad glacial de Úrsula no tiene una explicación científica. Uno sabe cuando está ante un ser humano y cuándo está ante un robot. Habrán visto alguna de esas películas con unas mujeres espléndidas que han sido fabricadas. Normalmente, dedíquense a lo que se dediquen las asistentas de cable, chips y silicona, después de evolucionar por los espacios asignados con una sonrisa que no compromete, sin movimientos bruscos o inesperados, se ponen contra una pared y se desconectan.

Pues ese es el estado de Úrsula cuando escucha, lo que sucede la mayor parte del tiempo en una moción de censura contra ella. Dos en esta semana. Úrsula ha tomado las palabras de Santa Teresa y las ha llevado al extremo en un literalismo que acusa la falta de fe católica, y posiblemente de fe, sin más. Y quizá la falta de alma, lo que cuadra más con su acinesia. Son las palabras «nada te turbe». Y no le turba ni que le digan, como ha hecho una parlamentaria de la parte del norte, que por qué no envía a sus siete hijos a la guerra y deja en paz a los jóvenes europeos con su runrún belicoso. Ella puede encajar cualquier cosa sin mutación visible, como un angelote desangelado, expresión de nada, sin respirar, sin pestañear.

Lo único que desmiente su naturaleza de robot apagado y enchufado a la corriente es la llegada inevitable de momentos en los que debe intervenir. Cosas del procedimiento. Solo entonces cobra movimiento, aunque es un movimiento sospechoso que no necesariamente refleja humanidad. Ahí habla. Es decir, un poco sí que mueve los labios, pero nada más. Por otra parte, lo que sale de su boca es tan frío, tan hosco, tan falto de empatía, tan insoportablemente arrogante, que llegas a pensar que está grabado, que es una muñeca de cuerda grande, que un ujier va a ponérsele detrás y girar una manivela que lleva a la espalda.