Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

¡Qué suerte tenemos, nos gobierna gente listísima! La sorprendente exministra de Asuntos Sociales Ione Belarra y la imprecisa vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, saben lo que deberían hacer los árabes, incluso mejor que los propios árabes. Conocen lo que les interesa a los suníes, como los propios habitantes de la Meca y a los chiíes mejor que los habitantes de Kerbala. Saben lo que quieren los luchadores de Hezbolá en Líbano, los drusos de los Altos del Golán y los talibanes en Mazar i Sharif, en Afganistán. Han escuchado y comprendido a los wahabíes de Medina y a los alauíes de Rabat. Participan de las conversaciones secretas de los hutíes de Yemen y de Boko Haram nigerianos. Han visitado el Sinaí y entrevistado incluso a los coptos de Egipto, a los maronitas de Beirut y a los muyahidines pastunes. Los kurdos de Turquía carecen de secretos para ellas y no digamos nada de los ismaelíes del Aga Khan, con quienes mantienen excelentes relaciones. Saben lo que quieren los yihadistas del Sahel, tan bien como los piratas somalíes y los partidarios de Abu Sayyaf en Filipinas.

Por todo ello afirman seguras que los terroristas de Hamás no deben aceptar la tregua trampa que les ofrece en Gaza el presidente Trump. ¿Qué deberían aceptar a cambio? No se sabe. ¿Quizás una guerra de exterminio total, una hambruna feroz, una vida condenada a vivir pegado a una pobre tienda de campaña sin cuidados médicos? ¿Cómo se puede ser tan osadas y tan engreídas?

Bueno, pero no solo lo ignoran ellas. ¿Quién sabe en el mundo qué hacer después, cuando si, en contra de toda esperanza, se alcanza cuando menos un alto el fuego o una paz duradera?

Eso tampoco lo sabe nuestro brillante Napoleón Txikia, que lo sabe todo. Ni siquiera lo sabe nuestro impagable presidente, situado en el centro de la escena como faro que ilumina el camino. No lo sabe nadie en Europa. Ni Macron, ni Von der Leyen, ni el canciller Merz, ni Giorgia Meloni.

¿Quién sabe en el mundo qué hacer después, cuando si, en contra de toda esperanza, se alcanza cuando menos un alto el fuego o una paz duradera?

Lo sabe el odiado, por odioso, Donald Trump, el hazmerreír del mundo libre, el objeto de todas las burlas occidentales, el blanco de todos los chistes, de todos los memes, de todas las chanzas. ¿Y si al final lo arregla? ¿Por qué razón podría hacerlo? Primero porque es el único que puede. Segundo, porque es el único con el poderío militar suficiente para imponerlo y que los demás obedezcan. Y lo más importante, porque su país es el único que soporta el llenado de ataúdes con cadáveres de soldados procedentes de las playas de Normandía, de los lodos de Verdun, de las selvas de Vietnam Nam o de las costas somalíes. ¿Lo pude hacer Putin? No, no puede. Tiene suficientes problemas en su frustrada invasión a Ucrania.

¿Lo puede hacer China? Quizás sí, pero no quiere. Le queda muy lejos, y no le interesa nada que no tenga que ver con el precio del petróleo. ¿Entonces? ¿Tienen que aceptar los terroristas de Hamás el alto el fuego propuesto sobre la mesa? No sé lo que dirán Belarra y Díaz, pero creo que lo van a hacer y confío en que todo vaya bien.