La verdad es que, a la luz de los hechos, uno se pregunta: ¿no estarán hartos los españoles de escuchar siempre la misma canción? Cambian los ritmos, cambian los coros, pero la letra es idéntica. “El Cerdán y un Koldo por aquel Zapatero, un Puente entre Begoña y la vuelta de Montero”, hasta rima le encuentran al relato. Tenemos un gobierno que está para mandarlo a Eurovisión. Los apellidos se repiten como si el país tuviera un catálogo limitado de protagonistas para el desastre. Y lo más grave no es su continuidad: es la sensación de que todo esto forma parte de un sistema que ya no puede producir nada distinto. Como si España hubiera perdido la capacidad de renovación moral y política, y solo pudiera reciclar sus propios fracasos.
Sartre escribió que “cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. En España podríamos parafrasearlo: cuando los delincuentes y los incapaces hacen política, es la sociedad la que se jode. Porque aquí la guerra es otra: una guerra por el control del relato, de los medios, de la justicia, de la educación, de las palabras mismas. Es una guerra de desgaste moral. Y el ciudadano, cansado, se rinde poco a poco sin saberlo. El problema – o tal vez la solución – es que todo tiene un límite. Porque cada día escuchamos la misma canción, con el mismo estribillo: el bochorno. Ayer la palabra fue “chistorra”, mañana “memoria democrática”, y al otro día es 12 de octubre, así que hoy nada. La vida política española se ha convertido en un bucle emocional en el que los mismos rostros agitan las mismas causas para ocultar los mismos problemas. Y lo más preocupante es que ya casi nadie se indigna. Como si el país entero hubiera asumido que no hay alternativa, que esto es lo que hay. El pequeño detalle es que el día 20 el sueldo se acaba y eso acaba con la paciencia social más temprano que tarde.
Escaso aire fresco en el PP
El problema no es solo Sánchez y su banda —que han hecho del cinismo una forma de Estado—, sino también sus rivales. En Génova abundan los responsables. Lo que habita allí no es una oposición, sino una comunidad de supervivientes que aún hoy convencen a Feijóo de que puede golpear a Sánchez con un periódico enrollado. Es muy difícil de creer, pero sobreviven en sus puestos algunos de los responsables de la campaña que cambió la historia moderna de España. El Verano Azul de Feijóo para el 23 J. Para muestra bastaría un botón: alguno que abiertamente ignorante y lelo, haya dado por buena aquella “estrategia” y todavía viva de eso, ocupando el mismo lugar. El escaso aire fresco que dejó entrar Feijóo por una rendija – que fue Cayetana – compite con un desnivel fabuloso con alguno de estos sobrevivientes. Si Feijóo no le corta las piernas a los que no están a la altura de las circunstancias en breve podría ser, como máximo, otro presidente débil.
Lo de Abascal, en cambio, ya roza lo ininteligible. Es un líder superado por el propio humor social que ayudó a despertar. Y cuando alguien encarne ese humor con mayor precisión y arte político, cuando alguien consiga seducir, conmover, erotizar, además de arengar, Abascal será reemplazado como candidato obligatoriamente. Seguirá siendo el que mande si puede, pero habrá otras caras o no llegarán muy lejos. Por más férreo que se plante su impenetrable entorno. Este dato técnico puede haber influido en su visión de corto plazo cuando apartaron a figuras en ascenso que pescaban en caladeros que un día extrañarán. En resumen: la oposición es floja, la banda es astuta y el pueblo, está muy cansado. Harto hasta la histeria o el aburrimiento – que es peor – de escuchar cada día la misma canción.
Los ciudadanos no dicen basta
La justicia ya ha demostrado hasta dónde puede llegar: hasta donde la dejan. Y lo que tenemos ahora es una crisis de formato bananero, disfrazada de normalidad democrática. España se desliza hoy hacia una especie de parlamentarismo tropical donde la ley es un instrumento de protección para los corruptos y un castigo para los disidentes. Falta el último actor de esta tragedia: la gente. Algunos lo llaman “sociedad civil”, otros “masa crítica”, pero en el fondo hablamos de lo mismo: los ciudadanos que aún no han dicho basta. Hay intentos nobles, sí. El esfuerzo de Espinosa de los Monteros, por ejemplo, tiene mérito, pero no conmueve todavía. Falta la vibración popular, cazar en los valles, falta la chispa que consiga llenar una plaza de puros espontáneos.
La que no ha hablado, pero huele a pólvora, es la gente. El pueblo español, paciente, prudente, irónico hasta el extremo, está empezando a sentirse humillado, harto del alquiler, de la cesta de la compra, de las violaciones, de los machetes, de los okupas, del robo descarado, de la inmoralidad de los que lo marean cada día con la misma melodía, empujándolos del disparate al espanto. Lo inevitable y pavoroso es que un día, cuando el hartazgo se vuelva insoportable, cuando el pueblo sienta que ya no hay nadie más que lo defienda, saldrá a la calle. Y cuando las calles se llenen, cuando el pueblo español decida cantar su propia canción, entonces sí, habrá nueva música. Y la letra, por fin, también será otra.