Nicolás Redondo Terreros-ABC

  • Los países árabes empiezan a valorar más el futuro que el odio a los judíos. El descabezamiento por Israel de organizaciones terroristas como Hezbolá favorece la esperanza

En Occidente o en sus aledaños han permanecido abiertas varias «puertas al infierno» durante todo el siglo XX y, muy especialmente, después de la II Guerra Mundial, que fue el principio de una paz y un progreso desconocido en este bloque en el marco de un equilibrio global, debido al marcaje entre los EE.UU. y la URSS. Una de esas puertas se sitúa en el Oriente Próximo. Durante más de setenta años la conflictiva relación entre el pueblo palestino e Israel parecía un agujero negro que atrapaba resoluciones de la ONU y los esfuerzos diplomáticos protagonizados por muy diversos líderes mundiales.

Todos sucumbieron ante el inevitable fracaso. Perpetuación debida tanto a la propia naturaleza del mismo como a estar sometido durante la Guerra Fría a la influencia de las dos grandes potencias, que dominaban con mano de hierro el escenario internacional, rechazando enérgicamente la pérdida de cualquiera de sus zonas de influencia. En ese marco de desconfianza y vigilancia mutua, el Oriente Próximo fue de una gran trascendencia estratégica para ambas potencias: EE.UU. defendía a Israel, comprometidos por la dramática historia de los judíos en Alemania, que debe seguir avergonzando a toda la humanidad, y la defensa de su sistema de libertades; para la URSS era imperativa su influencia en un zona con inmensas bolsas de petróleo y un caldo de cultivo de religiosidad intensa y pobreza. Entre mis referencias preferidas se encuentran los laboristas Israelíes y muy concretamente Golda Meir, de la que leí una biografía editada por la Histadrut (central sindical israelí fundada en 1920, 25 años antes del nacimiento del Estado de Israel). Pero sobre todo son remarcables Bill Clinton, Madeleine Albright e Isaac Rabin, debido a sus esfuerzos por conseguir la paz. Este último fue asesinado por un judío ortodoxo, inducido por un ambiente fratricida por líderes como el actual primer ministro, duro opositor a todas las iniciativas de paz que se impulsaron.

Todos los esfuerzos estuvieron abocados al fracaso y la frustración. Los atentados terroristas de Hamás volvían a recordarnos la inmensa dificultad de encontrar soluciones de paz a una situación tan compleja, agravada por el fundamentalismo religioso y nacionalista de terroristas salvajes, utilizados por Irán. Por el otro lado, la respuesta venía de un gobierno integrado por judíos ortodoxos en el que a Netanyahu paradójicamente podíamos catalogar de moderado.

La respuesta militar de Israel puso en marcha con energía renovada el pacto de la extrema izquierda occidental, en busca constante de masas de pobres y oprimidos que en Occidente no encontraba, con los fundamentalistas del Islam, que a cambio se convertía en un movimiento político actual, moderno, cuando sólo representan las últimas excrecencias de un fanatismo religioso medieval. Así se inició una movilización internacional que no se quedaba en el rechazo a la dimensión de la respuesta militar de Netanyahu sino que aspiraba al derrumbamiento del Estado de Israel, en esta ocasión símbolo de todos los males de occidente.

Confunden arteramente el gobierno de Israel con el Estado y con el pueblo israelí, para así negarles el derecho a vivir en paz. Sesudos analistas y tertulianos de pacotilla han confundido voluntariamente unos y por ignorancia otros al pueblo con su gobierno; importándoles muy poco las grandes manifestaciones contra Netanyahu, antes de la masacre de Hamás por un proyecto de ley para modificar y controlar el sistema de justicia, y después porque el principal objetivo de los judíos son los judíos y por lo tanto la liberación de los que siguen secuestrados por Hamás. En ese clima de tensión emocional llegaban a comparar a Israel con Rusia, ocultando que Rusia era el agresor de Ucrania y que Israel era el agredido, que la primera no es una democracia e Israel es un Estado profundamente democrático y que, en fin, Rusia es una amenaza para nosotros, los europeos, mientras que Israel es nuestro amigo y aliado, gobierne quien gobierne.

Como somos dueños de nuestras decisiones pero no de las circunstancias que nos rodean, en medio de esa levitación antisionista se abre paso una sólida esperanza de paz en la zona. Y para más agravio de los «eternos indignados», como la historia se suele reír de nuestros deseos, resulta que quien patrocina e impulsa el plan no es Obama, o Clinton ni el bienintencionado pero viejo Biden… ¡ha sido Trump!

He expresado en repetidas ocasiones mi preocupación por las consecuencias del mandato del republicano, mi desasosiego porque no sea capaz de valorar todo lo que parece que no tiene un precio a corto plazo. Y esas preocupaciones se vieron confirmadas por sus primeros contactos con la realidad europea y su incomprensible relación con un líder totalitario como Putin. Pero ese rechazo, que confirma con su comportamiento atípico, descontrolado y amenazador, no me impedirá analizar sus acciones positivas, las que fortalecen nuestra seguridad. Su quirúrgica intervención en Irán es altamente elogiable, sobre todo por quienes sabíamos que el Estado iraní mecía dictaduras como la de Maduro y patrocinaba muchas de las acciones terrorista cometidas más allá de sus fronteras o había sido el inductor del terrible atentado de Hamás del 7 de Octubre del 2023.

Hoy en la propuesta de Trump vemos unas pequeñas dosis de esperanza, aunque sea complejo y difícil de conseguir la paz en Oriente Próximo, debido a varios factores claros y evidentes. Rusia ha dejado de ser un actor relevante después del cambio de régimen en Siria y la evidente devaluación de su protagonismo abre una brizna de esperanza en Oriente Próximo (Putin, diezmado después del estancamiento en Ucrania, empieza a ser fundamentalmente una amenaza exclusivamente para la UE). Los países árabes empiezan a valorar más el futuro que el odio a los judíos. La precariedad del régimen iraní después del bombardeo quirúrgico de los EE.UU. y el descabezamiento por Israel de organizaciones terroristas como Hezbolá favorece la esperanza. Mientras la mayoría estamos sin aliento, esperando el difícil éxito de la iniciativa estadounidense, la extrema izquierda antisistema y algunos aventureros siguen manifestándose, no tanto por los derechos de Gaza sino por la destrucción de Israel… En fin, el último que nota el ridículo que hace suele ser quien lo protagoniza.