- Apúntate y recibe cada miércoles esta newsletter para leerla antes que nadie y no perderte la información más relevante.
¿Conoces a Jordi Coronas?
Jordi Coronas es concejal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona. Coronas lleva toda la vida haciéndose perdonar el apellido, que es lo que haría yo si me llamara Cristian Rojo Izquierdo.
Coronas se sumó a la flotilla de Ada Colau y Greta Thunberg por su cuenta y riesgo. Y se ha tirado un mes de crucero por el Mediterráneo.
Pero el asunto por el que Coronas ha saltado a los medios de comunicación es porque, tras ese mes de crucero, se niega ahora a renunciar a los 4.188 € de salario correspondientes a los días en los que se ha ausentado de su puesto de trabajo.
Coronas debe de haber leído algo parecido a un Manual de Supervivencia para Activistas de Crucero. Y está siguiendo sus consejos a rajatabla.
1. El negocio del altruismo
Coronas, republicano, independentista y activista, ha descubierto la fórmula mágica del absentismo laboral: cobrar 4.188 € de salario por tirarse un mes de crucero tocando los bongos por el Mediterráneo.
Coronas no es un oportunista, sino un verdadero genio del marketing laboral que haría enrojecer de envidia al más astuto de los sindicalistas de CCOO y UGT.

Llegada de los 21 ciudadanos españoles integrantes de la Sumud Global Flotilla al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
2. La nueva definición de «trabajo»
Según el Manual de Supervivencia para Activistas de Crucero, fotografiarse en cubierta mientras cantas Kumbayá constituye una extensión natural de las funciones de concejal.
Porque, evidentemente, la percusión forma parte del programa electoral de ERC para el Ayuntamiento de Barcelona.
Lo que necesita Barcelona, en fin, es otra batucada más. A poder ser, a bordo de un crucero de placer por el Mediterráneo. ¿Qué conflicto geopolítico, qué guerra fratricida, qué crisis humanitaria no ha podido solucionar una batucada a bordo de un velero? ¿Eh?
3. El turismo humanitario de lujo
La flotilla se autoproclamaba «misión humanitaria» mientras sus miembros disfrutaban de paradas en las mejores calas del Mediterráneo.
Cada vez que les apetecía fiesta, los responsables de la flotilla sufrían una «avería» en alguno de sus barcos. Qué mala suerte.
Y lo siguiente que veíamos de ellos eran unos cuantos selfis en algún puerto mediterráneo de postal.
Porque, como todo el mundo sabe, los mejores mecánicos navales suelen vivir, casualmente, cerca de las mejores discotecas del Mare Nostrum.
Y es que nada dice «solidaridad con Gaza» como unas cañas en Mykonos entre selfi y selfi.
4. La ayuda fantasma
Los barcos interceptados por Israel revelaron un detalle curioso: en sus bodegas no había ni rastro de la ayuda humanitaria que justificaba todo el espectáculo y por la que, atentos, gente anónima contribuyó con una suma superior a los tres millones de euros.
¡Si ser un primo desgravara, los que han financiado esa flotilla no pagarían impuestos hasta 2057!
5. El antisemitismo con buenos modales
La flotilla rechazó sistemáticamente las ofertas oficiales de Italia y del Vaticano para entregar la ayuda de forma segura.
Pero es que el objetivo nunca fue ayudar, sino provocar a los israelíes, justificar a Hamás y victimizarse después.
Por otro lado, tampoco podían aceptar la oferta porque en los barcos nunca hubo ninguna ayuda, sino sólo un pesado (pesadísimo) cargamento de narcisistas.
6. La épica del victimismo
Tras ser detenidos por violar una zona de exclusión legítima y legal, poniendo en riesgo tanto a los soldados de las FDI como a los civiles palestinos esclavizados por Hamás, los activistas denunciaron «maltrato» por parte de Israel, un protocolo ejercido anteriormente a rajatabla por los terroristas de ETA.
Curiosamente, muchos de ellos se negaron a acelerar su propia deportación, prefiriendo prolongar su presunto martirio. Tan martirio, en fin, no sería.
Una actitud muy coherente, por otro lado, con el deseo nada disimulado de una parte de la izquierda española de que Hamás rechace el plan de paz de Donald Trump y aborte la entrega de los rehenes secuestrados.
Aparentemente, en Gaza hay un genocidio. Pero ante la oferta de detenerlo, la respuesta es “preferimos que continúe el genocidio porque el acuerdo es injusto para Hamás”.
El Gobierno de Portugal, por cierto, le ha pedido a sus activistas que se hagan cargo del importe de su repatriación. Algo no solamente de sentido común, sino obligatorio. ¿Por qué deberían los ciudadanos financiar las vacaciones de los activistas?
En la España de Sánchez somos más generosos. Los activistas no tendrán que devolver ni un euro.
7. El postureo como arte
Lo único que hemos visto de la flotilla durante un mes son videos de ellos bailando, fiestas y mucho contenido para redes sociales. La flotilla funcionó como un reality show humanitario con Ada Colau, Greta Thunberg y compañía compitiendo por la foto más viral
8. La caradura profesional
El concejal Coronas defiende sin rubor que cobrar por treinta y cinco días de absentismo laboral es legítimo porque viajar a Gaza «formaba parte de su responsabilidad política».
Un argumento que está destinado a revolucionar las relaciones laborales en toda España.
Yo, por mi parte, acabo de darme cuenta de que tirarme un año sabático en Kuala Lumpur con todos los gastos pagados por EL ESPAÑOL forma parte de mi responsabilidad periodística.
A ver qué dice al respecto Pedro J. Ramírez.
Ojalá la doctrina Coronas me sirva como precedente jurídico.
9. El negocio redondo
Viaje pagado, sueldo asegurado, protagonismo mediático y victimización posterior. Los activistas de la flotilla han convertido el activismo en una franquicia rentable que cualquier político mediocre envidiaría.
Lo cierto es que viendo cómo funciona el paisanaje político en la España de Pedro Sánchez, a uno le entran todavía más ganas de echarse a la espalda media docena de políticos más de crucero turístico por el Mediterráneo, el Caribe o las islas de la Polinesia.
¡Será por espaldas!
Eso sí: ni a Coronas ni a sus compañeros de crucero los veremos jamás en Nigeria, el Donbás, Yemen o Sudán, donde se libran guerras infinitamente más crueles y con un mayor número de víctimas que la de Gaza. Si no hay judíos de por medio, el conflicto no les interesa (ni les renta).
10. La solidaridad selectiva
Mientras Gaza vivía una guerra real, estos turistas de la indignación organizaban un circo marítimo con ellos como protagonistas.
El sufrimiento palestino como excusa para unas vacaciones con propósito. En eso se resume todo.
“¡Es que están muriendo niños!” decían los activistas, muy concienciados, mientras se comían a dos carrillos la escasa ayuda humanitaria que decían llevar para esos niños (y que equivalía, dato interesante, a la décima parte de uno solo de los camiones que cada día entran por cientos en Gaza desde Israel).
11. El activismo low cost
La generación del selfi ha encontrado en causas lejanas y sobre las que no tiene la menor influencia la forma perfecta de sentirse importante sin arriesgar nada en el postureo.
Lo de Gaza como destino influencer para izquierdistas con complejo de mesías es, en cualquier caso, un concepto coherente con la transformación de la izquierda en religión laica meramente declarativa y que no compromete a nada concreto ni mucho menos útil.
12. El futuro del parasitismo público
Los activistas de la flotilla han sentado precedente: ahora cualquier político podrá ausentarse de su trabajo alegando «misión humanitaria» y seguir cobrando.
Un modelo de negocio que hará historia en la administración pública española, donde este tipo de “iniciativas” suelen pillarse al vuelo.