- Decir que Sánchez quedó con el culo al aire es decir muy poca cosa. Hasta anteayer, en política internacional, éramos irrelevantes. Hoy, somos el hazmerreír de la diplomacia mundial
Sucedió el mismo día. En Egipto, Israel y Hamás cerraban un acuerdo de paz para Gaza, que puede ser el definitivo. En Madrid, Pedro Sánchez hacía aprobar por el parlamento un nuevo boicot contra Israel que culminaba la cadena de arrebatos antisemitas de su estrategia electoral.
Atrajo, para lograrlo, a los amigos españoles de Hamás. Él sabrá el precio que ha pagado por esa merced que le hacen los entusiastas del pogromo del 7 de octubre. Que tal precio ha sido alto, eso seguro. No creo que ni Belarra ni Díaz vayan a rendir cuenta de ese pago más de lo que Ábalos rinda cuentas de las facturas abonadas a sus amantes venales. El primer cheque ha sido el –mínimo– de pagarles el viaje de vuelta de sus vacaciones en el mar a los otoñales veraneantes de Colau y una tal Barbie. De la parte más sustanciosa, ya veremos si alguna vez se llega a saber algo. Lo dudo: todo cuanto el Estado ejecuta sucede «en el silencio y la sombra». El aficionado a la literatura del siglo diecisiete sabe que es ésa la descripción que daba Gabriel Naudé de aquel «rayo que fulmina antes de que el trueno pueda escucharse», y al que él dio nombre de «golpe de Estado».
Pero, esta vez, es bastante probable que el golpe falle. Todo está empezando a salirle del revés al despabilado presidente.
Empezando por Gaza. A Sánchez no le resultaba impúdico parapetarse tras los cadáveres de una feroz guerra de dos años, para envilecer a sus adversarios políticos. Y acumular papeletas de voto en el momento oportuno. Era, desde luego, una estrategia mucho más fina que aquella de meter votos a puñados en la urna tras un biombo, que le falló en su primer asalto al PSOE. Ahora que ya no hay PSOE sino PS (esto es, Partido de Sánchez), el antaño chico favorito de Pepiño Blanco ha comprendido que las cosas se hacen de otra manera. Menos tosca. ¿Para qué embutir papelitos de estrangis en una urna oculta, si dispones de la máquina de guerra que los masivos medios de comunicación en poder del Estado ponen en tu mano? Y si, además, dispones de un banderín de enganche que nunca falla en la Europa contemporánea y menos aún en España: el odio patológico a lo judío. La coyuntura abierta por la matanza del 7 de octubre y la larga guerra de Israel para recuperar a sus ciudadanos secuestrados por una banda carnicera, le pareció ideal. Juzgó que el viento volvía a serle favorable. Y apostó todo a la guerra.
Asombrosamente, se equivocó. El martes 8, por la tarde, para conmemorar la carnicería del 7 de octubre, Pedro Sánchez movía sobre el tablero político la pieza que iniciaba lo que él creyó un seguro jaque mate electoral: el boicot militar contra el «Israel genocida». El martes 8, ya de noche, se hizo pública la aceptación por Hamás de las condiciones impuestas por el presidente Trump para dar fin a la guerra. Que incluyen la íntegra devolución de los secuestrados y la extinción política del grupo yihadista que ha aterrorizado Gaza en los últimos decenios. Decir que Sánchez quedó con el culo al aire es decir muy poca cosa. Hasta anteayer, en política internacional, éramos irrelevantes. Hoy, somos el hazmerreír de la diplomacia mundial.
Sánchez apostaba sobre una interminable guerra para convocar y ganar sus elecciones, enarbolando el estandarte de una paz que era sólo complicidad terrorista. La coartada ha caído a plomo. A partir de ahora, el esposo de Begoña Gómez sabe que no lo queda más esperanza que la de aferrarse a la Moncloa hasta el límite de 2027. Pasará por encima de la cabeza que sea para lograrlo. La paz en Gaza trae para España tiempos muy hoscos.