Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

  • Sánchez es un maestro en la pirueta de negar hasta la propia negación

Isabel Díaz Ayuso ganó las elecciones autonómicas porque supo ofrecer a Madrid un marco mental alternativo al hegemónico de la izquierda, más cercano a las preocupaciones y preferencias ciudadanas, como aquella reivindicación de las cañas y bares en pleno y autoritario confinamiento de la pandemia.

En su partido hay otras personalidades que comprenden la importancia vital de ese cambio –Cayetana Álvarez de Toledo, Alejandro Fernández-, pero la dirección no acaba de entenderlo. Veamos: para que un partido consiga convencer de la inminencia de su victoria, condición para ganar en tiempo de bloques, debe cambiar el marco mental de la conversación pública. En su día lo consiguieron Felipe González, José María Aznar… o Jordi Pujol y Pedro Sánchez.

Desgaste del vigente

En una lucha sin concesiones por el poder, el marco mental es decisivo. Es la agenda de temas, valores y posiciones de que se debe hablar si uno no quiere quedar excluido de la conversación pública; lamentablemente, entender esa regla es más importante que ser inteligente, honrado y tener buenas ideas, y por eso a menudo la explotan mucho mejor los políticos más peligrosos. Funciona de este modo: si todo el mundo influyente habla de peces, empeñarse en hablar de caballos condena a la irrelevancia, por importantes que sean los caballos.

Pero tiene una ley derivada: que cuando todo el mundo esté harto y saturado de peces, escuchará al que hable de caballos. Trump, prácticamente, se limitó a colocar su propio y vulgar marco mental -América grande otra vez, el peligro inmigrante, aranceles a los malos socios, castigo a las élites woke, guerra a la inseguridad- cuando medio Estados Unidos estaba ya harto, saturado y sublevado contra el disparatado marco mental woke de los políticos demócratas, la industria cultural y las universidades elitistas. En efecto, la sustitución de un marco mental por otro debe más al desgaste del vigente más que a la excelencia del sustituto. Así echó Sánchez a Rajoy.

Democracia a punto del desgarro

El marco mental del sanchismo ha tenido una gran ventaja: es prácticamente inexistente, es un vacío donde nacionalismos separatistas, terroristas, comunistas y socialistas virados al rojerío, la coalición que compone la tenebrosa caverna de progreso, puede poner sus cosas -desde los insultos de Puente hasta los monitores pederastas de Bernedo, pasando por los ataques a la justicia y el golpismo desde el gobierno- para monopolizar la conversación pública: nadie influyente hablará de otra cosa.

Nada de nada podrá desplazar del foco a lo que el sanchismo elija como tema del día. Sánchez es un maestro en la pirueta de negar hasta la propia negación: nunca reconocerá estar mintiendo porque ni siquiera admite la mentira como concepto (y no se puede mentir si la mentira misma no existe, si sólo es un cambio de opinión). Le funciona. Sin embargo, ningún marco mental político dura demasiado en el guirigay de una democracia a punto del desgarro, y el sanchista se tambalea a ojos vista. No porque sus creyentes hayan perdido la fe -queda un 40% que aún piensa votar a Sánchez o a sus socios-, sino por el hartazgo e indignada saturación de la parte agredida, la España facha de su marco mental.

Cortinas de humo y acicate de activistas

Lejos de cambiarlo -ya es tarde y no hay recambio-, se aferran al marco mental que les ha permitido siete años de saqueo y abuso de poder. Pensar que sus mentiras y desviaciones de la atención son simples cortinas de humo es captar sólo la mitad de la jugada. Imponer la guerra de Gaza en la conversación pública y llamarla genocidio, pongamos por caso, no sólo es una cortina de humo para tapar la corrupción, sino un acicate movilizador muy eficaz en una sociedad tan poco informada y tan sentimental como la española, y con mucho antisemita.

Hablar y hablar de Gaza sin entrar nunca en el fondo de la cuestión, retransmitir a todas horas imágenes catastróficas servidas por Hamás y las ridículas aventuras de la flotilla Colau, teje una telaraña pringosa a la que algunas personalidades de la oposición acuden cual moscas a la miel; Moreno Bonilla afirmando que en Gaza hay un genocidio, sin ir más lejos.

A Sánchez no le importa nada pasar en minutos de condenar el genocidio de Gaza a saludar el plan de paz internacional que, precisamente, desmiente el presunto genocidio: ¿acaso los turcos negociaron con los armenios su exterminio, Stalin con los ucranianos, los nazis con los judíos, los hutus con los tutsis de Ruanda? A la caverna de progreso esta contradicción no le importa, porque, en su mundo de doble pensar, es coherente manifestarse contra un genocidio del que incluso Hamás prefiere no hablar ya, pues era pura propaganda bélica, tan gastada como la propaganda de Goebbels en las ciudades alemanas arrasadas.

Porque no se trata de salvar Gaza, sino de salvar a Sánchez y su marco mental tambaleante: la posición ante el genocidio inventado es la que puede dividir de nuevo a la opinión pública española en fachas y progresistas oficiales. Véase el caso José Borrell: estos días se ha prodigado en entrevistas donde mantiene la falacia del genocidio, ha llamado a Israel “Estado teofascista, ha reducido el Holocausto hitleriano a “ese viejo complejo alemán”, y pedido vetar la entrada en Europa a los ciudadanos israelíes que vivan en Cisjordania. Ese gran fraude político ambulante ha sacado a pasear sus convicciones antisemitas, que habrían vetado su pingüe carrera en Bruselas, ahora que el marco mental del tirano se tambalea y su gastado e inmerecido prestigio de catalán constitucionalista puede servir de refuerzo.

El trumpismo español, a la espera

Saben, esto no lo arreglan incisivas preguntas parlamentarias ni inspirados discursos en la tribuna del Congreso o mordaces titulares mediáticos. O la derecha democrática es capaz de ofrecer un marco mental alternativo identificado con las preocupaciones ciudadanas, o será la versión local del populismo trumpista la que recoja el fruto podrido del sanchismo. Puede que no tarde demasiado, quizás -como ha sugerido Ignacio Varela- antes de comenzar los juicios orales a la familia presidencial y los secretarios de organización del PSOE, que pueden llevar a imputar a todo el partido por organización criminal (gracias a un cambio del Código Penal que UPyD propuso en 2013). Parece demasiado peso muerto para ir a unas elecciones, por mucho marco mental que dominen.