Javier Gómez de Liaño-El Debate
  • Se ahoga en el lodo de sus risas. Aunque alto y estirado, su apariencia es la de un hombre frágil, enclenque. Intuyo que, a no tardar, el presidente será una reliquia, una metáfora

Dicen los científicos que la risa es beneficiosa para la salud, que fortalece el sistema inmunológico, alivia el estrés, baja el colesterol y mejora la función cardiovascular. Para mí que esto está por ver, pues los animales jamás se ríen, salvo, como apunta Francisco Rosell, la hiena, que ríe en falso. No obstante, doy por bueno que reírse es sano, aunque no olvidemos que cuando los expertos hablan de la risa se refieren a algo muy diferente de la carcajada de los romanos o el aullido de los salvajes. Un intelectual, lo mismo que un hombre de Estado, antes de echar una risotada cuenta hasta mil.

El otro día Jorge Bustos hacía un sesudo estudio de la carcajada que Pedro Sánchez soltó en el Congreso después de que Núñez Feijóo le anunciara que iba a pedir que compareciera en el Senado para que declarase sobre todas las fechorías que se imputan a familiares y compañeros de partido. Bustos, con pluma afilada, tras preguntarse si el caso de Sánchez era el de un genio amoral, el de un reo en potencia o el de un psicópata, llegó a la conclusión de que posiblemente fuera el de las tres cosas a la vez.

Sin duda que la risa es un fenómeno social muy utilizado, hasta el punto de que existen muchas clases de risa. Una, por ejemplo, es la de Gila, nombre, por cierto, que en hebreo significa alegría. Otra es la risa del político que hace de ella su caricatura. Como botón de muestra, ahí está la de Pedro Sánchez, que fue una risa primitiva y grotesca, propia de un payaso chusco, necio e histriónico. El buen estilo de un parlamentario es la sonrisa, pero Pedro Sánchez la sustituyó por la carcajada estúpida del hombre sin puñetera gracia.

Ahora bien, de qué se reía y, sobre todo, de quién se reía Pedro Sánchez. El viernes se lo preguntaba Antonio Naranjo en estas mismas páginas. Para mí, está claro. Se reía de todos nosotros. El presidente se reía de lo fácil que es llevárselo crudo sin que sus cofrades hagan otra cosa que disculparle por consentir que la sede de un partido político sea un mercado persa donde se compra y vende de todo para pagar favores, comisiones, sobresueldos y hasta putas, con perdón.

Pero hay más. Porque Pedro Sánchez se reía también de lo listo que es comprando silencios, incluida su impunidad, de cómo es capaz de conseguir que otros se muerdan la lengua y hasta de demostrar que él no es un ordinario como Ábalos o Koldo que van por ahí amenazando con tirar de sus particulares mantas de mohair que huelen a casa de lenocinio, pues en ellas se cobijan las pobres bagasas contratadas para sus orgías. O como Santos Cerdán, que anda por Soto del Real deshojando la margarita de si canta o no.

Porque nadie como Sánchez a la hora de inspirar miedo. Su consejo es el de que tú te callas, que luego, cuando el trullo se convierta en domicilio estable, ya te echaré una mano. Tú, cremallera total, que después vendrá una amnistía o una sentencia de la marca «Pumpido confecciones», que esa sí que da noches de confort. Por supuesto que esto sólo pasa en España, donde vivimos una democracia sanchista en que te fundes los fondos públicos en las izas, rabizas y colipoterras de Cela y los dilapidas en viajes, paradores, ropa interior, joyas y iPhone. La cosa es cuestión de resistir, que pronto saldrás como un héroe que se ha sacrificado por la causa y no te faltarán invitaciones a cenas como la que Redondo, la ministra, ofreció al fiscal García Ortiz cuando le dijo que estaba dispuesta a montarle unas copichuelas con el presi para aliviarle su camino hacia el banquillo.

Pese a que no me lo crea, en algunos ambientes se oye que uno de los imputados en la causa del Tribunal Supremo lleva una cápsula de cianuro en un implante dental para masticarla a tiempo y morirse antes de que lo maten o le hagan alguna putada mayor; verbigracia, un martirio chino, que ahora, debido a las artes del expresidente Bambi, tenemos muy buenas relaciones con ese país. La razón es que dar hasta el último nombre haría caer a todo el PSOE, empezando por Sánchez. Insisto en que me cuesta aceptar la hipótesis, pero reconozco que un hombre que lleva la muerte entre los dientes es una bomba de relojería en manos de un loco que recitaría ante el juez instructor la lista de los reyes godos de la corrupción y luego se tomaría la ración de veneno como si fuera un chupito de pacharán. El destino de Sánchez y los suyos estaría en la falsa muela del chivato, de tal modo que se comprendería que todos los mencionados estuviesen en un sinvivir y anduvieran por ahí con Dodotis de cinco capas.

De ahí que la mejor de defensa de Sánchez sea la mentira, la carcajada y el cinismo. A estas alturas los únicos ejercicios que practica son esas tres primorosas gimnasias exhibidas al contestar a Feijóo en la sesión de control de la semana pasada. Pedro Sánchez va de pulcro apolíneo, pero es un hortera que juega al cinismo con todo el mundo. Con sus ministros, con los diputados, con los compañeros de partidos y no digamos con sus adversarios y enemigos políticos. Ahora que se sabe destruido ha pasado del fanatismo al cinismo y su objetivo único es matar a líder de la oposición. Pedro Sánchez cuenta cuentos de los que sólo cuenta la parte buena para no explicar la mala. Si Pedro Sánchez no perteneciese a lo que José Bergamín llamaba «la decadencia paulatina del analfabetismo», con cuatro lecturas podría ponerse en plan Ortega o Azaña. Sin embargo, sabe que la causa política la tiene perdida y que las penales pueden acabar con él durmiendo en una litera de Alcalá Meco al igual que alguno de sus íntimos. Por eso en los últimos días se dedica al cinismo, dando un espectáculo triste e indignante, con la ayuda de la sopa boba de la televisión pública, que es su Moncloa-2.

Mas sucede que Pedro Sánchez no es un pensador. Sólo medita sobre su futuro. No piensa ni escribe. No lo hace porque no sabe, de manera que prefiere que otros piensen y escriban por él. Es más, si el presidente supiera pensar y escribir, sabría que el Estado no se apellida Sánchez. Esto sólo ocurre en su cabeza y en la de los incondicionales a él, que ignoran que en democracia un presidente del Gobierno no es más que un funcionario con fecha de caducidad. Como diría Gabriel Albiac, lo único que Sánchez sabe es que es un Dios que ama a Sánchez.

Cuando Pedro Sánchez le espetó al líder de la oposición aquello de «ánimo, Alberto», lo que demostró es que tenía prisa por desmentir sin argumentos y con rostro seco y colgante, todo lo que Feijóo le había recordado que se dice de él y de su particular cuerda de presos. Lo que el presidente consiguió con esa salida de pata de banco fue trasmitir un Pedro Sánchez tembloroso, inseguro, violento y extinguido. Para mí que el presidente es un presidente agónico que pronto estará de cuerpo presente. Pedro Sánchez ya no preside nada y no es que no se vaya, sino que no sabe irse. ¿A dónde va a ir? Una sola letra del abecedario, la «c» de corrupción, ha podido con toda su dialéctica de charlatán de feria. Con su risotada del otro día en el Congreso se vio que no pasa de ser una marioneta como el «Rockefeller» de José Luis Moreno, pero en intrínsecamente malvado.

Pedro Sánchez hace tiempo que entiende la política como un circo, pero un circo con dos pistas. En uno está la comedia y en el otro la tragedia. Lo que la gente quiere es que acabe la función. Los españoles estamos sin presidente, lo que significa que estamos sin futuro. Pedro Sánchez se ahoga en el lodo de sus risas. Aunque alto y estirado, su apariencia es la de un hombre frágil, enclenque. Intuyo que, a no tardar, el presidente será una reliquia, una metáfora. Pedro Sánchez ha metaforizado muchas cosas: la corrupción, el nacionalismo, el ataque a la independencia judicial. Lo que este presidente ha creado durante siete años largos no es una nueva sociedad, ni una nueva moral, ni un nuevo estilo, ni una democracia modelo, ni un modelo de democracia, sino un conglomerado de intereses. Es probable que a Pedro Sánchez le pesen los años que lleva ejerciendo de tahúr de la política, de apóstol de la moral bolivariana y de predicador populista. Pedro Sánchez y son palabras de Felipe González, está en el Gobierno, pero no gobierna.

En cuanto a su mundo interior, a Pedro Sánchez le faltan amigos. Tiene muchos hombres y mujeres en torno, pero no amigos ni amigas. Su rostro de músculos contraídos es el antifaz de su soledad. Si amigos eran Ábalos, Koldo y Santos Cerdán con los que formó el cuarteto del Peugeot, ya se ve lo mucho que eran. Y luego, su señora, doña Begoña que habla más del juez Peinado que de su marido.

Pedro Sánchez ya no es un presidente. Su única biografía es la de un hombre con las manos abrasadas, tatuado de escándalos. Únicamente sabe carcajearse a mandíbula batiente. Está acabado. Sólo una cosa le queda cuando ya no le queda nada: la soberbia, esa pasión que practica de manera elocuente. ¿Habrá perdido hasta el honor? Si así fuera, ¿por qué se troncha de risa? Pues porque piensa que los españoles somos gilipollas.

Pero ya se lo dice su cónyuge: ¡Coño, Pedro, que te vas a morir de risa!

  • Javier Gómez de Liaño es jurista y fue vocal del Consejo General del Poder Judicial