Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Si uno no hubiera desarrollado una gran impermeabilidad a la idiotez, ahora mismo estaría deprimido por la forma y fondo del vídeo con que el autócrata celebró la Fiesta Nacional de España

Ese mismo título llevaba una película de guerra nuclear cuya originalidad estaba en saltarse lo que las otras películas apocalípticas explotaban, nunca mejor dicho. O al menos así lo recuerdo. Todo se expresaba mediante una luz extraña. En cuanto acabe esto le voy a pedir a Manoli, mi Inteligencia Artificial, que recree la luz que tendría el mundo tras semejante desastre. Así veré si se parece a la sensación que deja una desgracia menor y menos letal, pero que a uno le duele: la luz del día después del 12 de octubre. Si uno no hubiera desarrollado una gran impermeabilidad a la idiotez, ahora mismo estaría deprimido por la forma y fondo del vídeo con que el autócrata celebró la Fiesta Nacional de España. Siendo como soy español de Cataluña, debería estar acostumbrado a las celebraciones depresivas, toda vez que la Diada conmemora una derrota. El bajón de tan extraña fiesta lo capeaba yo recordando que en 1714 terminó una guerra entre partidarios de dos diferentes candidatos a la corona de España, y que mi celebración era por el triunfo de Felipe V. Todos los catalanes deberían seguirme, pues Felipe dio inicio a una larga era de prosperidad en la parte del nordeste.

En cuanto a España toda (una de las dos únicas naciones de la Península; la otra es Portugal, claro), tiene infinitos motivos para celebrar su existencia y pervivencia, bien que amenazada. Vaya por delante que uno prefiere celebrar el Día de la Hispanidad. Si yo fuera presidente del Gobierno, Dios no lo quiera, y tuviera que celebrar la Hispanidad, empezaría por Borges, un tipo muy anglófilo y tal, pero que tocó el cielo en español y echó los dientes en el ultraísmo madrileño. Partiendo de ahí –uno tiene sus debilidades–, me remontaría a las jarchas en romance, y, puesto que los mensajes ya son visuales, sin abusar del tiempo haría desfilar vertiginosos fotogramas de Gonzalo de Berceo, Jorge Manrique, Don Juan Manuel, Quevedo, Cervantes, etc., sin orden ni concierto. Ametrallarían al espectador hasta llegar a la última ráfaga, que volvería a saltar el charco, yendo a caer en Sor Juana Inés de la Cruz, con fogonazos para Cortázar, Mutis, Artl, Vallejo, Huidobro, Sábato, Carpentier. Y no sé si acabar como empezó, con Borges, sería excesivo.

Otras ráfagas aludirían a la arquitectura infinita de España, regada como semen sobre el continente americano; a la pintura inabarcable, con la cima en Velázquez. Para la pintura, Sánchez solo ha tenido un recuerdo en su pringosa piececita: el Gernika. Hombre, Sánchez, tío, con Picasso se recurre a las señoritas de la barcelonesa calle de Aviñón, o al chaval con pipa. Pero tú… O bien eres tardo, o bien lo es tu público objetivo. O ambas cosas. Tu problema es que si algo no te permite sembrar cizaña, excitar el antagonismo (a poder ser guerracivilista), ese algo no existe. Así pues, unas banderas palestinas y otras LGTBIQ+ te parecen lo memorable de España, país que no citas. Tienes delito.