Pablo Martínez Zarracina-El Correo
- Los incidentes del 12-O en Vitoria enfrentan a la izquierda abertzale y al Gobierno vasco
El domingo se manifestaron en Vitoria doscientos miembros de Falange, lo que viene a ser la mitad de la afiliación del partido, que en las elecciones de 2023 obtuvo cinco mil votos en toda España y quedó incluso por detrás de ‘Caminando juntos’, el invento aquel de Macarena Olona. ¿A qué no se acordaban de él? El acto de Falange contaba con autorización judicial y la Ertzaintza estableció uno de esos cordones de estilo agropecuario que son frecuentes cuando hay fútbol y toca pastorear pacientemente ultras foráneos. No salió bien. Comienza a ser una costumbre. Como el acto también estaba más que anunciado, los ultras endógenos, los de aquí, los aborígenes, acudieron a la Plaza de la Provincia con sus capuchas y quizá también con la ilusión de tener cerca a fascistas ‘stricto sensu’ y no a los del batzoki de su pueblo o a los de Ciudadanos que fueron aquella vez a Rentería. Con el ademán más macarra que impasible, los de Falange hicieron el saludo romano y cantaron el ‘Cara al sol’. La aplastante indiferencia del entorno habría bastado para subrayar lo grotesco de semejante grupo humano. Pero la irrupción de los encapuchados locales transformó un espectáculo ridículo en una batalla campal, haciendo que a los de Falange les saliese rentable el viaje.
Como también pasa cuando hay fútbol de alto riesgo, el choque entre los ‘hooligans’ rivales pronto se transformó en otra cosa muy distinta: los ultras locales dedicando sus mejores esfuerzos por el lado de las barricadas y las pedradas a la Ertzaintza, que se diría es lo que en el fondo mueve sus espíritus. Hubo cuarenta heridos, la mitad de ellos policías, y diecinueve detenidos. Y ahora hay polémica, claro. El diputado general de Álava pide la ilegalización de Falange, no reparando tal vez en las consecuencias que puede tener abrir un melón tan grande por un partido tan pequeño. Y en Bildu se indignan porque el viceconsejero de Seguridad equiparó en un primer momento a los violentos viajeros con los violentos estables. «Euskadi es un país antifascista», proclama melodramática la izquierda abertzale, que durante largas y oscuras décadas se ocupó de calificar de fascista a todo el país, pero a todo, menos a la parte que sí se atenía a su estricta disciplina.
Todo al dorado
Hasta este lunes, el acuerdo de paz para Gaza generaba el evidente alivio del fin de la violencia y un mar de dudas. Ayer, la escenificación de la firma del acuerdo, con Trump transformado en una especie de CEO mundial al que los líderes de la región rendían pleitesía, elevó el mar a la categoría de océano. Sucedía, por ejemplo, al ver cómo el presidente estadounidense daba Oriente Medio por pacificado y anunciaba el comienzo de una «era dorada» en la zona mientras se jactaba de haber resuelto él solo un problema histórico que muchos creían irresoluble. Todo resultaba extemporáneo, inconsistente, y obligaba a confiar en que por detrás haya algo sólido que impida el retorno de la violencia y que esta caiga con mayor furia si cabe desde la altura simbólica de la paz quebrada. Mientras tanto, Trump sonreía y recibía uno a uno a los líderes desplazados a Egipto para someterlos en el escenario, frente a la prensa, a su famoso apretón de manos. Sus saludos con Macron son ya a este respecto indistinguibles de la lucha libre. Se esperaba con interés el encuentro de Pedro Sánchez con Trump y fue muy bien. Todo sonrisas. Ningún dedo roto. El español pasó rápido. El estadounidense siguió posando, para pasar guapo a la historia.