Ignacia Pano-Vozpópuli

  • El presidente del Gobierno español oficia de figurante sin frase en la ceremonia de la Paz en El Cairo

El 13 de octubre de 2025 pasará a la Historia por muchos motivos. No solo porque se haya puesto fin a la guerra de Gaza y se haya conseguido que Hamás devuelva los rehenes israelíes, sino porque puede que hoy, por fin, cierta izquierda exquisita deje de minusvalorar la inteligencia estratégica del presidente Trump. Con un estilo negociador de la sutileza de un martillo de quinientos kilos, que no deja lugar alguno al matiz, Trump ha entendido mejor que nadie que la única forma de que un grupo terrorista acostumbrado a matar reconozca su derrota es por la fuerza. No ha habido tregua con los asesinos y se les ha cortado el oxígeno que necesitaban para subsistir hasta que por fin, ahogados en la derrota, no han tenido más remedio que aceptar el final de la guerra. Este lunes, antes de volar a Egipto para la firma del acuerdo, Trump ha celebrado la paz recién obtenida en el Parlamento de la única democracia de la zona, el Knesset. Los discursos de Netanyahu y del presidente de la oposición se han parecido, en su patriotismo, en la buena factura oratoria y en las mismas ideas claras. Ambos han agradecido a Trump y el gobierno de los Estados Unidos su ayuda y su apoyo, han recordado a las víctimas y sus familias, se han emocionado al rememorar la dureza de las decisiones tomadas durante estos dos últimos años y han dejado muy claro que no sería inteligente por parte de Hamás confundir su voluntad de alcanzar la paz con debilidad y apatía. Israel se defenderá siempre, y la voluntad de permanecer como nación en su territorio es, y será, irrenunciable.

Ejemplar parlamento democrático

La intervención de Trump no ha defraudado. Era lo que se esperaba de él. Informal a ratos en la forma, muy serio y sólido en el fondo. Sin ninguna vergüenza en recordar a todos los presentes y a los mandatarios del mundo cuáles son los elementos en las que basa su Pax Americana, fundamentalmente un ejército de una potencia nunca vista antes y la decisión de usarlo siempre que sea necesario para garantizar la estabilidad mundial. No se caracteriza el presidente de los Estados Unidos por su falsa modestia ni falta que le hace. Se ha felicitado a sí mismo y a sus negociadores por el éxito alcanzado a base de aunar las voluntades dispersas y muchas veces irreconciliables de los gobernantes de los distintos países de la zona con un sabio uso del palo y la zanahoria. Empresario al fin, Trump escogió al magnate Mark Bennioff, presidente de la empresa Internet Salesforce y dueño de la revista Time, como líder de la negociación. En los agradecimientos, El líder de los Estados Unidos no se olvidó de remarcar una cualidad de su enviado. A diferencia de Henry Kissinger, ha conseguido sus objetivos de forma eficiente y sin filtrarlos previamente a la prensa. Por no faltar, no ha faltado ni siquiera en la histórica sesión del Knesset el intento de boicot por parte de un parlamentario de extrema izquierda que las fuerzas de seguridad han sofocado de forma inmediata. Son los riesgos que afortunadamente se corren en un parlamento democrático. Trump, presidente de una gran democracia y acostumbrado a estas contingencias, continuó con su discurso con una sonrisa levemente irónica en el rostro, y lo terminó con un gran regalo para Israel, el anuncio del traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. En el cerrado aplauso final nadie se acordaba ya del parlamentario expulsado.

El último mono en el exterior

Contrasta la solemnidad de lo vivido por la mañana con la mediocridad infinita de nuestra política nacional. Sánchez, que se ausentó de la recepción del 12 de octubre con la excusa de su viaje a Egipto para no afrontar preguntas incómodas en los corrillos, pasa de perdonavidas en casa a último mono en el exterior con idéntica soltura. Ya se sabe que es propio de quien pierde el respeto al débil ser al mismo tiempo adulador con el que percibe por encima de él en la escala trófica. Ya por la tarde, en la sesión de fotos de esa firma a la que en principio no estábamos invitados  pero a la que hemos asistido a base de implorar un sitio en la mesa y de recordar los 159 millones de euros que le ha costado a España el metro de El Cairo, Sánchez ha hecho la cola para saludar a Trump con infantil docilidad. Lejos quedan las declaraciones de genocidio en Gaza y los olvidos intencionados del atentado de 7 de octubre que motivaron la guerra. Trump le sonreía con los labios, mientras sus ojos fríos dejaban muy claro quién manda y quién obedece. Y hasta le dedicaba un comentario irónico sobre el 5 por ciento del PIB para presupuesto de defensa. Sánchez le daba la mano blanda y humildemente, sin muestra alguna de incomodidad o de rechazo. Sin una de esas muecas displicentes que dedica a Núñez Feijóo en sus debates en el Congreso de los Diputados.Cualquier importancia que pudiéramos haber tenido en política internacional se ha sacrificado en el altar de las encuestas y en la necesidad perentoria de Sánchez en hacerse con el electorado de  ultraizquierda. Tiene que hacerse perdonar a base de ser más extremista que nadie la corrupción de su familia y sus amigos prostibularios y machistas que tomaron el poder como quien se hace con las llaves del bar de alterne. Tanto es así, tan irrelevantes somos, que hasta a la hora de entrar en el edificio donde iba a celebrarse el solemne acto los otros dos repudiados, Starmer y Macron, lo han hecho juntos pero sin él, que ha tenido que hacerlo solo. Repudiado incluso por los repudiados. A Sánchez no le quiere ya nadie cerca, y en la medida en que se puede, que es mucha, se le evita y se le ignora como si fuera radioactivo. Nada que objetar a ello si no fuera porque, con él, se nos ignora y se nos evita también a todos, en la irremediable confusión de la nación entera con el triste personaje que de momento preside su gobierno.

La vieja bandera del no a la guerra

Nada hemos hecho para estar presentes en la firma de la paz porque la política exterior española se ha basado en alinearse con todo aquello que podía torpedearla. A Sánchez y a su banda de socios les convenía el conflicto para alimentar la división entre españoles y conseguir un “No a la guerra” que pudiera concederles un nuevo éxito electoral. Lástima para ellos que Trump no ha permitido la continuación de una guerra estéril que solo causaba dolor y muerte y que, en su mundo de adultos con algo importante que decir y hacer, considere a Sánchez únicamente como un niñato irresponsable al que solo hay que recordarle de vez en cuando que deje de estar siempre tumbado en el sofá de la defensa pagada por otros. Triste destino para nuestra vieja y sabia Nación que tanta Historia atesora y tanto podría aportar, si la dejaran. De momento, en Egipto, el que hasta ahora es el presidente de Gobierno ha hecho lo único que sabe hacer cuando no domina la situación: Ponerse de perfil. Actitud, por otra parte, muy apropiada en el país de los geroglíficos. Solo le falta la bandeja de ofrendas al Faraón.