Ignacio Camacho-ABC
- Para el pensamiento binario, las cosas son malas o buenas en función de unas etiquetas ajustadas al sesgo de sus ideas
DEVUELTOS los rehenes israelíes que quedan vivos, llegados los primeros camiones de ayuda humanitaria y rubricado el acuerdo de paz (quizá resulte demasiado ambiciosa esa palabra), aún no hay constancia de la satisfacción de la izquierda y la extrema izquierda españolas por el cambio de la situación en Gaza. Sánchez sí se ha manifestado, aunque un poco a rastras y para no quedarse descolgado después de aprobar en la víspera del armisticio un embargo de armas que demostraba que no se había enterado de nada. Y Albares lo ha secundado sacando pecho de unas gestiones imaginarias. Pero los socios, entre ellos cinco ministros, los sindicatos y demás sectores sociales de apoyo al Gobierno continúan mostrando una contrariedad muy poco disimulada. Algunos incluso se empeñan en mantener la huelga convocada para reclamar el cese inmediato de la matanza. El buen progresista nunca permite que la realidad le estropee un postureo de consigna y pancarta.
Por una parte se les ha fastidiado el guión doméstico, el del ‘no a la guerra’ con que pensaban abrasar a la parrilla, vuelta y vuelta, a todo lo que huela a derecha. No debería notárseles la frustración, por mero pudor, pero se transparenta en ese afán de poner pegas al final de la escabechina que denunciaban con tanta razón como oportunismo de solidaridad hueca. Por otro lado, molesta que haya sido Trump el factótum capaz de detener la limpieza étnica. Para el pensamiento binario, las cosas no son malas o buenas por sus consecuencias, sino en función de una etiqueta ideológica previa asignada desde su arrogante atalaya de superioridad ética. Y el presidente americano ha sido clasificado como un villano inhabilitado por naturaleza para hacer el bien ni nada que remotamente se le parezca. Ni siquiera con el consenso de China, Rusia, los países árabes, la Unión Europea y la Autoridad Palestina, a la que algo debe de importar lo que suceda en su tierra.
Con todo, ayer amaneció un día espléndido para iniciar un proceso sobre cuyo éxito no es posible especular en este momento. Hay muchos factores susceptibles de descarrilar este buen comienzo. Uno es que Trump, compulsivo como es, se aburra una vez logrado el alto el fuego y Estados Unidos cambie de criterio y abandone o ralentice su imprescindible seguimiento. Otro es que Netanyahu reanude su estrategia de ocupación con cualquier pretexto y obligue a los gazatíes a un nuevo éxodo. El tercero, que Hamás se rearme y vuelva a golpear en cuanto recupere un poco de aliento. Y el resto depende de los múltiples actores que han de involucrarse a partir de ahora en el colosal esfuerzo de llevar el plan a buen término. Demasiada gente con intereses demasiado divergentes para concentrarse en el mismo objetivo durante mucho tiempo. Sin embargo, este compromiso es de por sí un notable progreso… aunque el sedicente progresismo español no alcance a entenderlo.