No sé tú, pero yo me hago tres preguntas cuando veo a un pobre ignorante vandalizar una pintura en protesta por vete tú a saber qué atormentada neurosis ideológica.
Por ejemplo, la de los “siglos de opresión, explotación y genocidio de la población originaria de Abya Yala”, que es la que esgrimieron este domingo dos activistas del colectivo Futuro Vegetal como excusa para vandalizar el cuadro Primer homenaje a Cristóbal Colón del Museo Naval de Madrid.
1. La primera pregunta que me hago es si los activistas escogen cuadros “protegidos” por algún tipo de cristal o de mampara protectora para no dañar la pintura original.
La respuesta es “no”.
El cuadro del Museo Naval atacado este fin de semana, por ejemplo, no estaba protegido. Como no lo están la inmensa mayoría de los cuadros de los principales museos internacionales, incluidos los del Prado.
Lo raro, por tanto, no es que haya unos pocos que destrocen obras de arte, sino que no haya más gente que lo haga.
2. La segunda es si los destrozos son fácilmente reparables.
Y la respuesta en este caso también es “no”.
Por más que los activistas digan que su “pintura” es sólo “agua con remolacha”, lo cierto es que ni el agua es inocua (es un disolvente universal) ni es “biodegradable”. Porque una pintura no es un árbol, que seguramente agradecerá que le lancen un cubo de agua con tinte de remolacha.
Es, como su propio nombre indica, una pintura.
Una acuarela, un temple o una pintura sobre una superficie porosa quedará totalmente destruida, sin posibilidad de restauración, aunque sólo se lance agua sobre ella.
Un poco más de suerte tendremos si la pintura lleva algún tipo de barniz impermeable.
Aunque eso, en realidad, es lo de menos para estos talibanes de Occidente. Porque no hace falta buscar mucho para encontrar en sus redes sociales afirmaciones como la de «¿qué es un cuadro, aunque sea El jardín de las delicias, al lado de la conquista de América?”.
Un sofisma infantiloide que justifica destruir todo lo que se le antoje destruir al que lo esgrime.
La realidad es que la restauración del cuadro del Museo Naval costará decenas de miles de euros, durará meses y retrasará la reparación de otras obras que quizá lo habrían necesitado más.
La restauración, además, no dejará el cuadro en las mismas condiciones que antes del ataque. Muchos de sus daños serán permanentes.

Las activistas de Futuro Vegetal son detenidas en el Museo Naval de Madrid.
3. Y la tercera pregunta que me hago es ¿por qué las penas que castigan este tipo de ataques son tan leves en España?
El Tribunal Supremo dijo en su sentencia 273/2022 de marzo de 2022 que los daños ocasionados de forma dolosa en bienes del patrimonio histórico y artístico constituyen delito del artículo 323 del Código Penal “cualquiera que sea el valor de los daños, siempre que tengan cierta entidad y no sean fácilmente reparables”. Y ese es el caso que nos ocupa.
Pero en esa sentencia del Supremo, y a pesar de que el Código Penal contempla penas de hasta tres años de prisión para los vándalos, sólo se condenó al acusado a cinco meses de prisión y al pago de 1.376 €.
1.376 € ridículos por hacer dos grafitis sobre una escultura de Eduardo Chillida, Lugar de encuentros II, en la plaza del Rey de Madrid. Casi cuestan más los spray con los que hizo el grafiti.
Una bicoca.
¿A qué estamos esperando, por tanto? ¿A que un hiperventilado destroce sin remedio Las Meninas, El 3 de mayo en Madrid o La rendición de Breda?
Yo soy partidario no sólo de que los activistas que vandalizan obras de arte vayan a prisión, sino de que las penas del artículo 323 se incrementen muy sensiblemente hasta los nueve o diez años de prisión. Por decir algo.
Pero no me llames cruel, vengativo o rencoroso.
Porque en realidad, les estaríamos haciendo un favor a esos activistas.
Piénsalo. Los activistas que revientan competiciones deportivas, o que destrozan comercios y mobiliario urbano, o que vandalizan obras de arte, suelen ser de izquierdas, ¿cierto?
Pues bien. ¿Qué es una cárcel, sino, como dice el famoso meme de internet, el paraíso soñado por la izquierda?
¿Su verdadera “ciudad a quince minutos”?
¿Su sociedad sin clases, igualitaria y igualitarista?
Atentos.
1. En una prisión, todos los internos tienen el mismo estatus legal, sean hombres o mujeres, crean en lo que crean, vengan de donde vengan y sean del color que sean.
En una cárcel todos los presos son iguales en derechos y condiciones materiales. La cárcel supone la igualdad formal total.
Y por eso a todos los presos les encanta que les condenen a penas de cárcel.
2. En una cárcel toda la propiedad es colectiva. No una parte: toda.
Los prisioneros no tienen propiedades privadas y todo pertenece al colectivo. Es decir, al Estado. En una prisión, nadie posee nada que no tengan los demás.
Incluso en los casos excepcionales en los que se permite alguna pequeña diferencia (una PlayStation), esa pequeña desigualdad ha sido aprobada por los guardianes de la prisión, es decir, por el politburó.
3. En la prisión, todas las raciones son uniformes. La comida, la ropa y el alojamiento son asignados de forma igualitaria por un planificador central que decide qué necesitas (porque él lo sabe mejor que tú) y que te lo proporciona de forma gratuita.
La sanidad es pública y la educación también.
Es más: todas las viviendas son iguales y las pequeñas ventajas que puedan existir (una celda individual en vez de compartida) se supeditan al cumplimiento de estrictos hitos de buen comportamiento.
4. En la cárcel, todos los internos reciben trabajos asignados por la autoridad.
Los pequeños márgenes de libre albedrío que se permiten en este terreno obedecen a un complejo sistema de recompensas por crédito social. «Si te portas bien te permitiremos trabajar en la biblioteca en vez de en la lavandería».
Todos los trabajos, además, son socialmente necesarios, y son asignados de forma centralizada.
5. En una prisión, la vigilancia es constante.
Los guardianes supervisan de forma total (totalitaria) el comportamiento de los reclusos para mantener el orden y evitar las desviaciones ideológicas.
Los presos son vigilados con cámaras durante las 24 horas del día y no hay un solo rincón de la prisión al que no llegue el ojo panóptico de sus comisarios.
Es decir, del Estado.
6. En la cárcel no hay competencia, ni meritocracia, ni libre mercado, ni nada que se le parezca, salvo de forma marginal y siempre clandestina.
En un penal todo está planificado y la competencia de mercado se elimina o se restringe para evitar desigualdades entre los reclusos.
7. En una prisión, todos los reclusos visten igual y siguen estrictas rutinas similares.
En una prisión se reducen al mínimo imprescindible las diferencias externas para reflejar la igualdad interna.
Vistos de lejos, todos los reclusos de una cárcel son el mismo. Vistos de cerca, también.
8. En una prisión, el acceso a bienes de consumo es limitado y está controlado de forma férrea por la autoridad central. Exactamente igual que en una economía socialista, donde existe un control estricto sobre la producción y la distribución de bienes.
En una prisión, además, los balances de ingresos y gastos siempre cuadran, porque el dinero llega de una fuente de financiación externa inagotable y cautiva: el ciudadano, que está obligado a pagar bajo amenaza de acabar, él también, en la cárcel.
9. En una prisión, la autoridad central decide sobre todos los aspectos de la vida.
Pero en la cárcel se permite opinar, por supuesto… siempre que lo hagas en silencio y a solas en tu celda.
En una prisión tienes, en fin, todos los derechos, incluido el de la libertad y el librepensamiento, siempre y cuando no los ejerzas. Exactamente igual que en un régimen socialista.
10. La prisión pone el énfasis en la comunidad sobre lo individual, y de ahí que en algunas cárceles a los reclusos no se les identifique por su nombre, sino por un número.
La autodeterminación se subordina al colectivo, y se antepone el interés colectivo al individual.
Como debe ser, claro. Porque ¿qué es el individuo, sino una pieza intercambiable del colectivo?
11. En la prisión se limita la movilidad de los reclusos al máximo y siempre dentro de los parámetros determinados por la autoridad, igual que en la ciudad a quince minutos soñada por la extrema izquierda.
Los reclusos no pueden moverse libremente y hay fuertes restricciones de movilidad interna para “organizar mejor la sociedad”.
Y si intentas escapar, te pegan un tiro por la espalda, como en los más exitosos regímenes socialistas.
12. La prisión reeduca, redime, reforma y te proporciona, quieras o no, la adecuada formación ideológica.
Las cárceles tienen programas de rehabilitación, que no son más que la versión penitenciaria de los programas de reeducación ideológica y formación política de los ciudadanos en los regímenes socialistas, que todos conocemos en democracia como “sistema educativo”.
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¿Lo ves ahora? Meter a los activistas de Futuro Vegetal en la cárcel sería hacerles un favor.
Porque por fin vivirían, al menos durante unos años, en la sociedad por la que tanto han luchado.