Alberto Ayala-El Correo
El PNV consumó ayer el primer relevo en una de las grandes instituciones vascas de cara a las aún lejanas elecciones locales de 2027. Como anunció por sorpresa hace quince días, Eneko Goia formalizó su renuncia a la Alcaldía de Donostia, tras el pleno sobre el estado de la ciudad. La makila será, desde el 29, para el joven concejal peneuvista de Cultura, Jon Insausti. Dispondrá así de media legislatura para rodarse antes de ser el aspirante oficial jeltzale a la reelección.
Tras este inesperado movimiento, más por el momento que el cambio de póster, a Aitor Esteban y los suyos les quedan otras dos incógnitas por despejar. Si el desgastado alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, seguirá o no los pasos de Goia. Y otro tanto cabe decir de Beatriz Artolazabal, vicealcaldesa de Vitoria tras conducir al PNV al cuarto puesto en las últimas elecciones pagando los platos rotos del anterior regidor, Gorka Urtaran.
Pero, además de rostros, el PNV mueve fichas. Tras unos días de acusaciones y reproches con los socios, Aitor Esteban reafirmó ayer que el PNV no irá a un cambio de Estatuto sin el PSE, sólo con la izquierda abertzale. O el pacto es a tres o no será. Ello parece implicar que el derecho de autodeterminación no entrará en el paquete, algo que parece inaceptable para Otegi.
Los jeltzales han hecho otros movimientos. De negar durante meses que en Euskadi exista un problema de inseguridad, hemos pasado a que el consejero de Interior, Bingen Zupiria, lo admita. No sólo. A que añada que el problema de la proliferación de armas blancas en nuestras calles obedece en parte a personas de origen extranjero sin arraigo social entre nosotros.
No menos relevante es lo sucedido a raíz de los incidentes del domingo en Vitoria. Como saben, la concentración de Falange se saldó con graves enfrentamientos entre ultraderechistas y antifascistas afines a grupos situados a la izquierda de EH Bildu. El operativo policial quedó absolutamente desbordado.
Interior no ha dudado en responsabilizar de lo ocurrido a estos últimos, a quienes ha tildado de «fascistas vascos». La estrategia no le ha salido precisamente mal al PNV: la izquierda abertzale, pese al traje institucional que intenta lucir, salvo cuando se trata de homenajear a asesinos etarras, no ha dicho una palabra más alta que otra contra los antifas. No sólo. Su fallido candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, aseguró que si él fuera lehendakari no habría autorizado el acto falangista, ignorando que la ley sólo exige una comunicación.