Pablo Martínez Zarracina-El Correo
- La causa palestina es también un espejo en el que reflejarse de un modo ventajista y aplastante
El consejero de Seguridad situó ayer a grupos involucrados en los altercados del Día de la Hispanidad participando en la huelga propalestina del miércoles. «La Falange», pensé automáticamente. Bueno, qué sé yo: en Falange denunciaron el sionismo tras el pogromo del 7-O, describen a Nasser como un admirador de José Antonio y acusaron a Abascal de alta traición cuando se reunió con Netanyahu. Para el conflicto árabe-israelí, Falange reserva un lema sofisticado: «Palestina para los palestinos y España para los españoles». Tan innegable como la carnicería de Gaza es que Palestina funciona como un espejo en el que reflejarse de un modo ventajista y aplastante. «De pueblo dividido a pueblo dividido, de pueblo negado a pueblo negado», tuiteó Arnaldo Otegi el mismo miércoles, con las fotos de las manis multitudinarias recién hechas: «Palestina y Euskal Herria reivindicamos nuestro derecho a ser Estado».
Sin embargo, Bingen Zupiria no se refería a Falange sino a los que se pegaron con los de Falange. «Grupos alegales», definió. Pero no aclaró si eran de GKS, de Ernai o de Jardun. Son las facciones del momento en la extrema izquierda abertzale radical, o como se llame, y todavía cuesta distinguirlos. Pasaba lo mismo con los clanes élficos de ‘El señor de los anillos’ y eso que no iban encapuchados. El consejero de Seguridad explicó que estos grupos convocaron marchas no comunicadas en las que se cortaron calles y se produjeron sentadas. La Ertzaintza no intervino «para evitar males mayores». Y esto fue todo tras una movilización masiva y pacífica que se mantuvo firme aunque en Gaza ya se hubiese firmado un frágil acuerdo de paz. Su energía fue singularmente juvenil y recordó a aquella otra, tan llamativa, que se desencadenó antes de la pandemia por la emergencia climática. La labor de los políticos consiste por supuesto en detectar cuál es la manifestación buena para correr a encabezarla. Habría que viajar quince años al pasado para comentárnoslo a nosotros mismos: «En realidad, esto del tiempo nuevo termina con la envejecida y funcionarial sociedad vasca escuchando ‘La Internacional’ en árabe y repitiéndose como un loro enloquecido el orgullo que siente por sí misma y el ejemplo que no deja de darles a los demás».
Todavía Lecornu
El mes de octubre que lleva Sébastien Lecornu. En menos de dos semanas ha presentado un Gobierno, ha dimitido como primer ministro, ha asumido el ministerio de Defensa de forma personal e interina, se ha reincorporado como primer ministro y ha superado dos mociones de censura. Solo estamos a día 17. Si antes de noviembre, Lecornu tiene alguna crisis nacional relacionada con la baguete y ve cómo el canciller Mertz le ocupa disimuladamente Alsacia y Lorena, su mes solo habrá observado una progresión lógica. Y aun así lo improbable sería que siguiese al frente del Gobierno. Lo de las mociones de censura fue ayer. Una de Mélenchon y otra de Le Pen. El primer ministro esquivó ambas balas con el apoyo de unos socialistas que no dejaron de insistir: en realidad, no le apoyan. El sistema político francés no deja de hacer contorsiones para evitar una evidencia que apenas posponen: eso que espera ahí al fondo es Marine Le Pen. Por colaborar en la estabilidad de la V República, quiero decir que yo al menos ya he conseguido reconocer a Lecornu. Le pongo cara. Es el actor que podría hacer del joven Luis de Guindos en un ‘biopic’, improbable, sobre Luis de Guindos. Tampoco sé si esto en Francia va a ayudar mucho.