Mikel Buesa-La Razón

  • Sánchez aprendió de Zapatero lo fundamental; o sea, que hay que gastar para sostenerse en el poder

Las ideas de los macroeconomistas discurren a través de la dualidad que enfrenta a la economía de agua salada –heredera del keynesianismo– y la de agua dulce –que se inspira en los postulados neoclásicos–. Unos son propensos al intervencionismo estatal porque creen que los mercados son imperfectos, y los otros prefieren que sea la competencia en éstos la que conduzca el curso de los acontecimientos. Los primeros impulsan las políticas redistributivas y los segundos, aunque no abominan de ellas, las prefieren limitadas para que no se desincentive el trabajo. Y todo ello se completa con que mientras unos no le hacen ascos al déficit, a los otros les inspira el «santo temor» al que, con afortunada expresión, se refirió don José Echegaray allá por 1905.

Curiosamente, cuando Zapatero asumió la presidencia del Gobierno, aunque no tenía ni idea del asunto, se adhirió al agua dulce y acabó declarando que «el superávit también es socialista». Pero hete aquí que la crisis financiera le pilló con el paso cambiado y entonces rápidamente se pasó al agua salada, gastando sin freno –creía que lo único real en la economía era el dinero disponible para conservar los votos– y acumulando un déficit monumental que amenazó con el «Spain Default». Le dejó el desaguisado a su sucesor, aunque sus precarias ideas económicas las heredó Pedro Sánchez –que, aunque dice ser de la profesión, no parece que asimilara gran cosa de sus estudios en el Real Colegio María Cristina–. Y así, aprendió de Zapatero lo fundamental; o sea, que hay que gastar para sostenerse en el poder. Y para ello, eran necesarias dos cosas. La una, que es mejor bañarse en el agua salada aunque no se entiendan muy bien las virguerías florales de los macroeconomistas que llenan de palabras y ecuaciones las revistas académicas, pero que luego se arrugan y prefieren que los déficits y la inflación sean moderados. Y la otra, que el marketing del asunto hay que basarlo en el augurio de que, gastando, se crean nuevos derechos que hacen feliz a la gente. En eso estamos.