Editorial-El Español

La rueda de prensa conjunta de Donald Trump y Volodímir Zelenski este viernes en la Casa Blanca ha dejado al descubierto una diferencia interpretativa fundamental sobre la naturaleza de Vladímir Putin y el camino hacia la paz en Ucrania.

Trump ha insistido en que «Putin quiere poner fin a la guerra» tras su larga conversación telefónica del jueves con el líder ruso.

Federico Trillo: ‘‘Sánchez no cumple ni la
constitución ni la ley’’

Zelenski, en cambio, ha contradicho directamente al presidente estadounidense: «Putin no está listo para la paz».

Esta disparidad no es meramente retórica. Resume dos visiones antagónicas sobre cómo negociar con un dictador que lleva más de tres años y medio bombardeando sistemáticamente un país soberano.

Trump ha declarado también este viernes: «Ojalá no los necesiten. Ojalá podamos terminar la guerra sin pensar en misiles Tomahawk».

El presidente estadounidense, convencido de que la diplomacia puede funcionar sin el respaldo de la fuerza, ha dado un giro notable respecto a su postura de hace apenas unos días, cuando afirmó que «si esta guerra no se va a resolver, puedo enviarles Tomahawks».

¿Qué ha cambiado por el camino? Apenas una llamada telefónica de dos horas y media con Putin, en la que el líder ruso advirtió de que el suministro de estos misiles de largo alcance «causaría un daño sustancial» a las relaciones entre ambos países.

Y Trump, que busca replicar su éxito en Gaza con un logro diplomático en Ucrania, ha mordido el anzuelo.

La ingenuidad de esta postura se comprende mejor a la luz de los acontecimientos recientes.

Mientras Trump hablaba con Putin sobre «grandes avances» hacia la paz, Rusia lanzó más de trescientos drones y treinta y siete misiles contra infraestructuras civiles ucranianas la noche del jueves. Ocho regiones quedaron sin suministro eléctrico. La ciudad de Krivói Rog sufrió un ataque masivo con drones explosivos Shahed de fabricación iraní.

Estos no son actos de un líder que «quiere poner fin a la guerra», como afirma Trump. Son actos de un dictador que está aprovechando la llegada del invierno para convertir el frío en arma de guerra, tal como ha hecho sistemáticamente desde 2022.

Los datos son abrumadores. Según el Gobierno ucraniano, Rusia ha lanzado 1.550 ataques contra infraestructuras energéticas en el último mes, de los cuales ciento sesenta alcanzaron su objetivo. El país puede generar en la actualidad menos de la mitad de la electricidad que antes de la guerra.

La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos ha informado de que en los ocho primeros meses de 2025 el número de víctimas civiles ha aumentado un 40% respecto a 2024, con más de 50.000 víctimas entre muertos y heridos, incluidos 3.000 niños.

Estos son los hechos que Trump parece ignorar cuando habla de las buenas intenciones de Putin.

Zelenski tiene razón cuando argumenta que Putin sólo entiende el lenguaje de la fuerza. «La verdadera disposición de Rusia para la paz no depende de las palabras, ya que Putin nunca ha estado falto de ellas, sino en el cese de los ataques y la muerte», declaró el presidente ucraniano antes de su encuentro con Trump.

Los misiles de crucero Tomahawk, con un alcance de 2.500 kilómetros, permitirían a Ucrania alcanzar objetivos militares y energéticos profundos en territorio ruso, incluidas Moscú y San Petersburgo.

No se trata de escalar la guerra, sino de equilibrar el campo de batalla para que Putin calcule que continuar con su invasión le costará más de lo que está dispuesto a pagar.

Como bien señaló Zelenski, «la mera posibilidad de que Estados Unidos autorice el envío de Tomahawks ya llevó a Moscú a acelerar sus intentos de negociación».

¿Y no es precisamente eso lo que Trump afirma buscar?

La posición del presidente estadounidense ignora además una verdad fundamental: ningún acuerdo de paz que pueda firmar Trump con Putin en Budapest será válido sin la aprobación de Zelenski y del gobierno ucraniano. No hay negociación sobre Ucrania sin Ucrania.

Por más que Trump se reúna con Putin en la capital húngara (desafiando, de paso, las sanciones europeas que prohíben la entrada del líder ruso en territorio de la UE) cualquier pacto que deje a Kiev fuera de la mesa será papel mojado.

La guerra seguirá hasta que los ucranianos, y no Trump, decidan que las garantías de seguridad son suficientes.

Trump, en fin, comete un error estratégico al creer que puede conseguir la paz mediante concesiones preventivas. Su rechazo a enviar los Tomahawk («necesitamos los Tomahawks también para Estados Unidos», ha dicho) envía a Putin exactamente el mensaje equivocado: que la presión funciona, que Estados Unidos titubea, que puede seguir bombardeando civiles sin consecuencias mientras negocia.

Si Trump realmente quiere la paz en Ucrania, debería seguir el consejo de Zelenski: negociar desde la fuerza, no desde la debilidad. Algo que, de hecho, encaja al 100% con su visión de la realidad.