Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Mientras se manifiestan con banderas palestinas no mueven un dedo ni dicen una palabra sobre las atrocidades de los mulás de Irán
En estos días no hay papanatas progre que no se pasee luciendo un pañuelo ajedrezado como muestra de apoyo a la población de Gaza que sufre las terribles consecuencias de la guerra no declarada, pero innegable, entre Israel y los ayatolás iranís que estalló el 7 de octubre de 2023 tras el ataque alevoso e inhumano contra la única democracia de Oriente Próximo, preparado, financiado y organizado por los criminales clérigos de Teherán valiéndose como brazo ejecutor de sus empleados de Hamas. La tragedia que tiene lugar en la Franja ocupa toda la atención de los medios occidentales, junto con la devastación causada por el largo enfrentamiento armado entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, se viene produciendo desde hace décadas una matanza continua y silenciosa en las cárceles de Irán, un goteo ininterrumpido de ejecuciones contra disidentes políticos y minorías étnicas que ha alcanzado en los últimos meses una aceleración brutal hasta convertirse en una auténtica carnicería.
Crueldad sin límites
Desde que el actual presidente de la República Islámica, Masoud Pezeshkian, una mera marioneta del Líder Supremo Ali Jamenei, tomó posesión de su cargo hace algo más de un año, han tenido lugar en Irán dos millares de ahorcamientos, sin garantías judiciales, en secreto y mediante procedimientos sumarísimos. Un ritmo semejante de vidas truncadas por un poder totalitario es realmente escalofriante y supera de largo cifras análogas de sistemas dictatoriales como China, Arabia Saudita o Corea del Norte. Semejante hecatombe equivale a un promedio de cinco ejecuciones por día, lo que convierte al régimen islamista iraní en una siniestra máquina de matar. El mes pasado se produjeron ciento setenta muertes en el patíbulo en veintidós días, es decir, casi ocho diarias, una cada tres horas. Un país convertido así en un gigantesco matadero con el fin de aterrorizar a una ciudadanía que sabe que cualquier forma de protesta, por mínima que sea, implica cárcel, tortura y quizá la tumba. Como dato alarmante, conviene recordar que en julio pasado la agencia oficial de noticias iraní, Fars News, hizo una llamada a repetir la masacre de 1988, en la que treinta mil prisioneros políticos fueron asesinados en la horca en pocas semanas por orden del primer mandatario de la época y fundador de este artefacto monstruoso, Ruholá Jomeini.
Es, pues, francamente llamativo que las recuas de almas biempensantes que se escandalizan y se manifiestan indignadas por calles y plazas de Londres, Roma, Paris, Berlín y Madrid ondeando banderas palestinas no muevan un dedo ni digan una palabra sobre las atrocidades de los mulás de Irán, entregados despiadadamente a reprimir a su pueblo exhibiendo una crueldad sin límites como única forma de impedir una rebelión generalizada contra su inicua tiranía de una sociedad que esta harta de pobreza, opresión, saqueo y fomento del terrorismo.
Repulsiva presencia en la ONU
Mientras los gobiernos europeos y norteamericano despliegan sus mejores esfuerzos para poner fin a las catástrofes de Gaza y Ucrania, muestran una incomprensible indiferencia ante el exterminio de miles de iranís que mueren cada semana a manos de una banda de energúmenos con túnica y turbante que son precisamente los causantes del drama en Palestina y los principales aliados y suministradores de armas de Putin. La ceguera estratégica y la desviación moral de las democracias occidentales son notables, además de profundamente decepcionantes. Las embajadas de Irán en nuestras capitales siguen abiertas, nuestros diplomáticos y ministros de asuntos exteriores continúan reconociendo a los verdugos del pueblo iraní como interlocutores válidos y estrechan sus manos tintas de sangre inocente sin el menor reparo y el asesino en serie que preside Irán pontifica desde la tribuna de la Asamblea General de Naciones Unidas sin que haya una masiva salida de la sala como muestra de rechazo a su repulsiva presencia.
Al menos Trump hace algo
Los que lean estas líneas han de saber que mil quinientos reclusos en la prisión de Ghezel Hesar en la ciudad de Karaj se han declarado en huelga de hambre contra el incremento galopante de ejecuciones y que centenares de familiares de internos en el corredor de la muerte protestan públicamente en un intento desesperado de salvar las vidas de sus allegados con riesgo de la suya. La pregunta que surge inevitable es: ¿Qué hacen Macron, Sánchez, Meloni, Starmer, Merz y restantes jefes de gobierno europeos para apoyar a estos heroicos ciudadanos iranís que luchan por su existencia bajo la bota de un bárbaro despotismo? Trump, por lo menos, ha bombardeado la instalación nuclear subterránea de Fordow retrasando varios años su acceso a arsenal atómico. La pasividad de la UE resulta descorazonadora. La dolorosa conclusión es que hay matanzas y matanzas, las que se pueden instrumentalizar políticamente dando satisfacción a las pulsiones antiamericanas y antisemitas de una izquierda sectaria que no pierde ocasión de envilecerse y las que se silencian porque no encajan en el esquema éticamente hemipléjico de lo políticamente correcto. Esta mezcla de parcialidad, pusilanimidad y oportunismo no sólo contribuye vergonzantemente al sufrimiento de la ciudadanía iraní, sino que da alas a los enemigos de Occidente que se relamen ante nuestra debilidad que les convence de que somos una presa apocada y fácil.