Ana Sánchez-ABC

  • Moncloa pretende convencernos de que Trump aprecia al socialista porque le gustan los líderes fuertes como Putin

Vladímir Putin, de todo menos débil, no duda en pasarle la mano por el lomo a Donald Trump y halagarlo siempre que quiere conseguir algo. El dictador ruso sabe identificar y explotar al máximo el punto débil de su adversario, y su estrategia de adular al estadounidense le da resultado una y otra vez. Frente a Putin, el inquilino de la Casa Blanca parece un padre sin armas ante un hijo con mal comportamiento. Pelotear a Trump es el bajo precio que Rusia está pagando para seguir haciendo lo que le da gana en Ucrania y avanzar en su ofensiva hacia la Unión Europea.

Es cierto que el presidente de Estados Unidos ha demostrado que querría ser como el dictador ruso: demoler todo rastro de democracia y aposentarse en el poder hasta el final de sus días. Y eso juega a favor de Putin, pero también ante todo aquel líder que tenga tics antidemocráticos, porque ese es el lenguaje que entiende Trump.

Pedro Sánchez, por tanto, lo tenía fácil para haberle caído en gracia al inquilino de la Casa Blanca, porque se parece mucho a él en muchas de las decisiones que ha ido tomando: cuestionar y boicotear el trabajo de los contrapoderes –desde los jueces a la prensa–, gobernar ignorando en lo posible al Congreso y al Senado o colonizar las instituciones con fieles para destruir su obligada neutralidad. Ese historial, aderezado con las juergas de José Luis Ábalos y Koldo García con prostitutas, convertían al presidente español, en el candidato perfecto a convertirse en el ‘golden boy’ de Trump en Europa.

Para evitar que España entrara en el punto de mira del estadounidense, al líder socialista le bastaba con ser diplomático y darle un poco de cariño al norteamericano. Nada que no hiciera antes con el dictador chino Xi Jinping o con líderes de la ultraderecha europea como Meloni (recuerden aquel «querida Giorgia»). De hecho, los perfiles más técnicos que asesoran a Sánchez en La Moncloa le recomendaron precisamente eso cuando Donald Trump ganó las últimas elecciones: mucha diplomacia y ausencia de confrontaciones innecesarias como la vía más inteligente para capear al toro que regresaba a Washington.

Pero ante el escándalo de Santos Cerdán, Sánchez decidió ir en contra de las enseñanzas de Putin, y en vez de adular al estadounidense optó por un «sujétame el cubata» ante la Cumbre de la OTAN para copar los titulares. Lo logró, pero solo le duró unos días y se ha quedado atrapado en ese personaje. Los socios europeos se dividen entre los que aborrecen a Trump pero callan cómodos con que el español sea el que se lleve las tortas, y los que identifican al líder socialista como un insensato y un problema para el resto.

Sin embargo, el equipo monclovita vende que todo va bien con el presidente de Estados Unidos porque le gustan los líderes fuertes –«mira a Putin», dicen–. Fíjense si Sánchez le cae en gracia a Trump que lo ha amenazado con aranceles adicionales, ser expulsado de la OTAN o dejar de recibir información confidencial. Igualito que a Putin.