Francisco Rosell-El Debate

  • Sin duda, la interferencia política no es nueva en España, pero ésta desborda todos los extremos al arrogarse Sánchez desde el COVID en adelante unos atributos excepcionales «por domo sua»

Al cabo de más de 80 años de que Hayek dedicara irónicamente su «Camino de Servidumbre» a «los socialistas de todos los partidos», es muy probable que hoy el maestro austriaco del liberalismo habría reemplazado a estos por los populistas de todos los ámbitos. Así, en esta España que es un cohete de feria de carga hueca, el populismo también campa a sus anchas en el mundo empresarial. De esta guisa, el consejero delegado de un banco festeja megáfono en mano haber frenado una opa y su presidente corre a postrarse de hinojos ante el reyezuelo autonómico en señal de pleitesía como los comisarios políticos de aquellas extintas Cajas de Ahorro que derivaron en Caja del Partido hasta su liquidación.

Todo ello como colofón de una operación saboteada por el Gobierno en la que el «opador» en jefe, siendo vecino de distrito de la Telefónica que asaltó el sanchismo y testigo privilegiado de cómo Sánchez alanceó a su presidente Pallete, no supo escarmentar en cabeza ajena y obvió que España ya no es tierra de negocios, sino campo de depredación de la pandilla del inquilino de La Moncloa. Tras el fiasco, Carlos Torres semeja un muerto viviente al mando del BBVA, mientras Josep Oliú sobrevive al frente de un Sabadell intervenido de facto por la Generalitat en su fantasmagoría de disponer de Banca Nacional desde el sueño de Pujol con la quebrada y malversada Banca Catalana.

Mientras la Bolsa emitía sentencia disparando un 5,98 % las acciones del BBVA y hundiendo un 6,78 % las del Sabadell, el saldo postrero será un tuerto y un ciego deambulando sonámbulamente por esta España sin rumbo de la sOpa boba y la impudicia. Pese a la investigación de la Comisión Europea, su injerencia de caco ya ha operado las consecuencias buscadas en provecho de quienes, luego de sacar su sede de Cataluña por el golpe de Estado separatista de 2017, han retornado para salvar los muebles bajando la cerviz ante el cacicato político.

A resultas de ello, tras enajenar activos para aumentar el dividendo y evitar que sus accionistas secundaran la OPA, un capitidisminuido Sabadell queda a expensas de otras guerras por venir y en el que, por razones obvias, no podrá fusionarse con Unicaja o Ibercaja cuyos respectivos gobiernos autonómicos dirán que verdes las han segado. Si La Caixa pudo apoderarse de Caja Madrid, pero el establishment catalán veta a la opa del BBVA -con la anuencia del Gobierno que le es servil para mantener a Sánchez en La Moncloa-, se impide que haya movimientos de doble dirección y el Sabadell queda abocado a abrazarse a una marca extranjera.

La oposición debe dejarse de marcos mentales y fijarse en un cuadro que no pinta bien, pues al tiempo que veta una Opa desata otra contra PP y Vox

Sin duda, la interferencia política no es nueva en España, pero ésta desborda todos los extremos al arrogarse Sánchez desde el COVID en adelante unos atributos excepcionales «por domo sua». Ello le ha facultado para colonizar las instituciones y fulanear el IBEX con excusas espurias que no dejan de ser variantes de la corrupción que ya atesora en el plano familiar y de partido. Ante ello, la oposición debe dejarse de marcos mentales y fijarse en un cuadro que no pinta bien, pues al tiempo que veta una Opa desata otra contra PP y Vox.

Aparcando dimes y diretes, Feijóo y Abascal no debieran cegarse con el humo de los incendios, sino en cómo Sánchez arrambla con todo. De ahí que no se entienda que se enajenen de estas trapacerías que el Gobierno perpetra como si todo el monte fuera orégano. No se suple un intervencionismo con otro, desde luego, pero sí haciendo observar las leyes a quienes las promulgan para vulnerarlas. Pero PP y Vox están a negarse entre sí y a regalar la victoria a quien acelera el paso para imposibilitar cualquier alternancia tras ser el primer presidente sin ganar los comicios.

La ofuscación de Feijóo y Abascal, porfiando entre sí, les turba. Carecen de la cautela del perro viejo de la fábula de Samaniego. Al divisarlo un taimado cocodrilo saciando su sed en el río sin cesar de correr, le aconseja: «¡Bebe quieto!». A lo que éste objeta: «Dañoso es beber y andar; pero ¿es sano aguardar a que me claves el diente?». Ante tal grado de astucia, el caimán admite: «¡Oh; qué docto perro viejo! Venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo».

Así, Abascal incurre con Feijóo en el error estratégico de Casado con él sin el grado de encanallamiento de quien lo descalificó moralmente y estigmatizó a una formación nacida de una costilla del PP. Para más inri, lo hizo al día siguiente de que el PSOE estableciera con toda la izquierda un cordón sanitario contra Vox con cuerda bastante para extenderlo al PP. Si Casado no coadyuvó con su cólera a reforzar la alternativa al Gobierno Frankenstein con aquel discurso «ad hominem», otro tanto hoy Vox enfervorizado con las encuestas que Sánchez aviva para estirar el chicle del «¡Que viene la ultraderecha!» como en la «dulce derrota» de 2023.

Sin embargo, aun cosechando Abascal los frutos que le reporta el «efecto llamada» de la izquierda, el principal adversario de Feijóo sigue siendo los años perdidos de Rajoy emplazándole a conjurar ese fantasma porque, en política, lo que parece es. Con versos de Robert Frost -«dos caminos se abrieron ante mí. Tomé el menos transitado: eso marcó la diferencia»-, el profesor de El club de los poetas muertos les traslada ese mismo dilema a sus discípulos: «Hay un momento para el valor y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos». Nunca se sabe de lo que nadie es capaz hasta que lo intenta.

Con Abascal pleiteando por la primogenitura de la derecha, como Iglesias cuando en 2017 rondó su «sorpasso» al PSOE, Feijóo juega una partida simultánea con Sánchez y Abascal como la del hoy inquilino de La Moncloa con Rajoy e Iglesias. Para este menester, Feijóo hace bien -como Sánchez con Pudimos hasta preferir la copia al original- en meterse sin complejos en los asuntos en los que Vox ha sabido conectar con la ciudadanía como la inmigración con la facilidad de poder hacerlo sin soluciones constatables.

El principal adversario de Feijóo sigue siendo los años perdidos de Rajoy emplazándole a conjurar ese fantasma porque, en política, lo que parece es.

De igual modo que a Feijóo le persigue el estafermo de Rajoy, Abascal topa con su portazo a las tareas de Gobierno después de una experiencia tan corta en coalición con el PP como salpicada de pifias de novato. No obstante, aquella retirada a tiempo fue un acierto estratégico al quedar Abascal suelto de manos y boca. A éste, empero, le convendría no echar en saco roto, como en la tragedia de Shakespeare sobre Coriolano, «el orgullo echa a perder al hombre favorecido por el éxito» a fin de que no le acaezca lo que a aquel insigne militar en el fragor de las luchas entre patricios y plebeyos en la Roma republicana.

Entre tanto, Feijóo no debiera dejar que los suyos le doraran la píldora que no se tragó el perro viejo de Samaniego cuando el ladino caimán le vino con el cuento de que bebiera tranquilo. Mucho menos con un banduendo Sánchez que devora todo lo que puede incluidos a correligionarios «tocapelotas» como Page al que ya anda buscándole las vueltas sin miramientos ni recato usando el Estado como cloaca contra «enemigos mortales y compañeros de partido». Por no estar a las cosas, la Oposición parece no avizorar la sombra de la Opa de Sánchez contra ella para sacudirse la espada de Damocles de la corrupción que pende sobre su cabeza. Esperan semanas terribles.