Juan Carlos Viloria-El Correo
- La batalla por la hegemonía de la derecha en España no ha hecho más que empezar
Improbable, pero no imposible. Según el CIS, que aunque sea un estudio demoscópico de autor, no conviene echar en saco roto, en el barómetro de octubre, Vox se afianza como tercera fuerza y se sitúa a solo 2,1 puntos de los populares que, a su vez, pierden 3,9 puntos que se suman a los 2,8 que ya se dejaron en septiembre. El partido de Abascal, además, está absorbiendo casi la mitad del apoyo que tuvo el proyecto Se Acabó la Fiesta y, aproximadamente, un millón de votantes habituales del PP. Más allá de las conclusiones, cuestionables técnicamente del CIS de Tezanos, existen dos elementos políticos que pueden mover el mapa electoral en favor del populismo de derecha que encarna Vox.
Por un lado, que el discurso políticamente articulado de Núñez Feijóo no parece capaz de calmar la ansiedad anti-sanchista de una parte del electorado, que ve cómo resiste el inquilino de la Moncloa, a pesar de los gravísimos casos de corrupción que le rodean. Por otro, Abascal se ha dado cuenta de que la tensión social le aporta más apoyos que al mismo Partido Popular. Ha llegado a la misma conclusión que el PSOE. Y, paradójicamente, su contundencia y extremismo, no hacen más que alimentar las posibilidades de los socialistas y de la derecha populista de drenar votos de los conservadores.
El viento de las políticas de la derecha más radical que encarna Donald Trump y tienen su reflejo en Europa, sopla también a favor de Abascal, que no necesita más que endurecer su discurso populista, rozando lo antisistema, para subirse al tren de la internacional ultra. Abascal y Sánchez coinciden en su objetivo de frenar una mayoría de centro derecha y si hay que apretar la pinza, por la paz un avemaría. El último cruce de invectivas, rozando el ultraje, lo han protagonizado Feijóo y Abascal escenificando, como nunca antes, que la batalla por la hegemonía de la derecha en España no ha hecho más que empezar y se puede dar por terminada su fase de relativa cooperación en el objetivo común de echar a Pedro Sánchez.
Abascal quiere ser como Albert Rivera, que soñó con sustituir al Partido Popular. Y puede que acabe como él. O no. Este movimiento de piezas, sin embargo, tiene otros efectos secundarios que pueden beneficiar la estrategia más constructiva de la actual dirección popular porque desmonta una de las claves del relato de Moncloa sobre la estrategia conjunta de PP y Vox y el consiguiente argumentario sobre el miedo a la derecha ultra. De rechazo, coloca a los de Feijóo en el centro del tablero donde (antes) se ganaban las elecciones. El problema es que el PP no marca la agenda más que en el capítulo de la corrupción socialista y va a remolque de Vox en asuntos clave como inmigración. Pero la corrupción no pierde elecciones como ya está acreditado en las urnas.