Florentino Portero-El Debate
  • El PSOE de hoy vuelve a lo que fue hace un siglo. Cuestiona el orden constitucional y el Estado de derecho; no se siente partícipe del orden liberal internacional, que buena parte de los europeos trata de mantener en pie a pesar del giro norteamericano…

¿Qué le pasa a nuestra izquierda con Palestina? ¿Por qué se movilizan en contra de Israel cuando se ha llegado a un principio de acuerdo? ¿Por qué quieren apropiarse del acuerdo y lo denuncian al mismo tiempo? Son preguntas que están en la calle y que hacen referencia a comportamientos incoherentes. Lamentablemente, no responden a problemas de orden psiquiátrico, sino a algo mucho peor.

Desde que el gobierno español y buena parte de las formaciones políticas que le dan respaldo parlamentario comenzaron a criticar a Israel, destacamos desde esta columna que estaban estableciendo una alarmante identificación entre el grupo islamista Hamás y el pueblo palestino. El atentado terrorista que está en el origen del conflicto respondía a una estrategia sectaria, que buscaba tanto aislar a Israel como a la Autoridad Palestina. Si nuestra izquierda sintiera una mínima compasión por su suerte, habría tenido mucho cuidado de no confundir una organización terrorista e islamista con el conjunto de esa sociedad, de la misma manera que tuvimos mucho cuidado a la hora de distinguir ETA de vascos y navarros. Más aún, la facilidad con la que asumían las cifras de bajas proporcionadas por Hamás, sin esforzarse en separar milicianos de civiles, o la presentación de estos últimos como resistentes, cuando en la mayoría de los casos eran escudos humanos, dejaba muy a las claras hasta qué punto la población gazatí era utilizada por esas fuerzas políticas españolas y por buena parte de las empresas de comunicación para fines domésticos.

En una lógica bien trabada desde Teherán, el atentado de Hamás buscaba provocar una guerra que, en última instancia, debía movilizar a las sociedades árabes contra sus propios gobiernos. Tanto Irán como sus socios islamistas habían sufrido un duro golpe con la firma de los Acuerdos Abraham, a los que parecía estar finalmente dispuesta a sumarse Arabia Saudí, la garante de los santos lugares del islam. Con esos acuerdos se forjaba un bloque entre Israel y buena parte de los estados árabes moderados, con relevantes dimensiones económicas y de seguridad, cobijados por Estados Unidos. A nadie puede extrañar, por lo tanto, que el acuerdo alcanzado para poner fin a la guerra de Gaza surja de uno previo entre los firmantes y valedores de dichos acuerdos, temerosos de que la deriva impuesta por los sectores radicales presentes en el gobierno de Israel acabará haciendo el juego a Irán y a sus socios islamistas.

Con Rodríguez Zapatero el PSOE abandonó el espíritu de la Transición y la lealtad a la Constitución del 78. A Felipe González le costó entender que la OTAN era solo la dimensión defensiva de una Alianza que suponía un compromiso en el terreno de los valores y de la economía. El sainete de nuestro ingreso fue finalmente superado por el gobierno de Aznar, pero en el seno del entorno socialista eran muchos los que rechazaban la «reforma», «de la ley a la ley», y exigían una «ruptura» como elemento legitimador del nuevo régimen político. La política exterior es solo una expresión de la interior. La apuesta de González por unas buenas relaciones con Estados Unidos, como derivada lógica de un firme compromiso europeísta, no fue entendida, por una parte, importante de las bases socialistas. De estas tensiones surgió la figura de Rodríguez Zapatero, un político carente de méritos conocidos para acceder al liderazgo del partido, pero fiel representante de esos sentimientos.

El PSOE de hoy vuelve a lo que fue hace un siglo. Cuestiona el orden constitucional y el Estado de derecho; no se siente partícipe del orden liberal internacional, que buena parte de los europeos trata de mantener en pie a pesar del giro norteamericano; es compañero de viaje, y quizás algo más, del narcoestado venezolano; y no oculta ser el estado europeo más dispuesto a abrir las puertas a China, a pesar del terrible coste que está teniendo para nuestra economía y nuestros trabajadores.

El celo con el que la izquierda española, con el PSOE a la cabeza, hace el juego a Hamás se entiende perfectamente desde esta lógica. El acuerdo firmado en Egipto supone la rendición de Hamás a manos de Israel, con la bendición árabe y europea y bajo el mandato de Trump, máximo exponente de todo lo que odian. No pueden oponerse al acuerdo, porque quedarían totalmente fuera de juego, pero no cejan en su empeño de cuestionarlo y de denunciar a Israel, la potencia agredida, por haberse atrevido a reaccionar y derrotar al agresor. Por la misma razón por la que para muchos de nosotros los Acuerdos Abraham, una iniciativa del Emir de Abu Dabi, son el fundamento de la paz y estabilidad de Oriente Medio, para Sánchez y sus compañeros de viaje suponen la consolidación de todo lo que aborrecen. Los islamistas son parte de la coalición «progresista» que tiene que dar forma a una nueva sociedad internacional multipolar, sustituta del difunto orden liberal internacional, coalición en la que no tienen cabida los árabes afines a Estados Unidos y a sus intereses globales.