Beatriz Becerra-El Español
  • Tras la decisión compartida de Ábalos y Koldo de no declarar ante el Supremo, la dinámica del caso ha dado un giro significativo, que nos indica por dónde va a ir: silencio estratégico, protección política implícita y coordinación del relato.

La corrupción no surge por combustión espontánea: necesita oxígeno, jerarquía y, sobre todo, silencio. Mucho silencio.

Si logramos abstraernos de las chusquerías por un momento y dejar de lado la deriva bufa y el torrentismo que no hacen sino distraernos de lo importante, veremos con nitidez que el caso Ábalos-Koldo-Cerdán no es una historia de puteros zafios y comisionistas con mala suerte.

Es el retrato en movimiento de un sistema corrupto que se sostiene sobre una trenza de poder, obediencia y silencio. Tres custodios visibles y una cuarta figura que los une: Pedro Sánchez, consentidor necesario. Por ahora fuera del sumario, pero dentro de la ecuación.

Tras la comparecencia de Ábalos ante el Supremo y la decisión de Koldo de no declarar, la dinámica del caso ha dado un giro significativo, que nos da las claves de por dónde van a ir las cosas: silencio estratégico, protección política implícita y coordinación del relato.

Al no declarar y no ser solicitada su prisión preventiva, Koldo no sólo protege su propia posición, sino que refuerza la narrativa de impunidad parcial que envuelve a Ábalos y, por extensión, al propio presidente.

Al igual que con Ábalos, la Fiscalía Anticorrupción no ha solicitado prisión preventiva para Koldo, y esto no es un detalle menor. Es un claro mensaje sobre la capacidad para resguardar a ciertos actores mientras otros como Cerdán cumplen con su papel sacrificial visible.

Koldo García, considerado por la UCO como «custodio y gestor» del dinero de Ábalos, se convierte en la pieza que retiene información crítica e impide que surjan detalles nuevos que puedan desequilibrar la narrativa que el PSOE intenta sostener. A saber, y en pocas palabras: que se trata de unas pocas manzanas podridas, y que la financiación ilegal del partido es anatema.

Constatamos de este modo que la corrupción no es sólo económica, sino también, y sobre todo, narrativa: quien controla la información controla la percepción de culpabilidad y protección.

Ábalos mantiene libertad y visibilidad pública. Koldo sigue fuera de prisión a fuerza de discreción y control interno. Cerdán cumple su papel de chivo expiatorio. Y Sánchez conserva la fachada de distancia.

El silencio coordinado es, en este contexto, un arma tan poderosa como la prueba documental, y genera un efecto disuasorio. Otros implicados saben que revelar información tendría consecuencias para sí mismos sin debilitar sustancialmente la estructura.

La trenza sigue firme, y el presidente se mantiene enjaretado en su mismo centro, como un adorno de novia. Adecentando al precio que sea el desparramado apartamento de solteros para enseñarlo el 30 de octubre a los miembros de la comisión del Senado.

En definitiva, considerando todo lo que llevamos visto y conocido, me atrevería a aventurar algún pronóstico.

La comparecencia de Koldo García, sellada por el silencio y el respaldo implícito de la Fiscalía al no pedir su prisión, ha consolidado la estrategia compartida de contención: resistir sin hablar, dejar que el tiempo enfríe el escándalo.

La defensa de Ábalos, ahora en manos de Carlos Bautista —un fiscal curtido en terrorismo y casos de alta exposición mediática—, refuerza esa arquitectura. Su perfil técnico y su conocimiento de los resortes judiciales de la Audiencia Nacional apuntan a un giro de fondo. De la improvisación política al blindaje procesal.

El PSOE, por tanto, no sólo se parapeta en la presunción de inocencia. Ensaya una defensa de Estado.

De aquí en adelante, el escenario más probable es una tensión sostenida.

Ábalos seguirá libre, pero más cercado. Cerdán permanecerá en prisión con margen para una eventual flexibilización antes de fin de año. Y Koldo —ya amortizado políticamente— seguirá siendo el símbolo incómodo del silencio.

Los informes de la UCO marcarán el compás. Si refuerzan la idea de «gestión compartida» de fondos, el cerco judicial podría endurecerse, y con él, la presión política.

Pero si las defensas logran impugnar pruebas o sembrar dudas sobre la cadena de custodia, el caso puede entrar en esa larga deriva judicial que acabe por diluir responsabilidades. La cronificación de este enfermo agudo sería un buen aliado para una legislatura que tiene mucho de UCI.

Respecto al desgaste político, resulta difícil evaluar a qué profundidad se encuentra el suelo de credibilidad del gobierno de Pedro Sánchez y del propio PSOE que lo sustenta. La entrada en escena de Bautista podría contener el daño judicial, pero no el simbólico.

España ha aprendido a convivir con la corrupción como quien convive con una dolencia crónica, que duele pero no mata. Pero si tres custodios callan, el silencio empezará a sonar como consenso.

Y si la percepción de impunidad prende, si el Partido Socialista no ofrece una respuesta visible —purga, autocrítica o renovación—, el coste no será sólo reputacional. Será moral, y más difícil de reparar que cualquier proceso penal.