Juan José López-Burniol-Vozpópuli

  • Venderá muy cara su caída, porque caída será. Sin retorno. Y él lo sabe

A estas alturas de mi vida, con ochenta años a cuestas, me atrevo a definir al español, en una de sus variantes, como un animal que resiste. Así ha sido desde Sagunto y Numancia. Y, en esta línea, sostengo que el presidente Sánchez es muy español, es decir, resiste como el que más. Detenernos en las añagazas, quiebros, cambios de opinión, subterfugios, tiempos muertos y demás milongas elusivas, oblicuas, aparentes, engañosas, taimadas y jocosas, que ha practicado con desahogo narcisista a lo largo de los años, sería tarea imposible.

Y ahora, cuando apuntan en un horizonte oscuro las temibles señales de su inexorable ocaso, agotará impávido el tiempo hasta el último aliento de su vida política, encerrándose en el blocao de la Moncloa, sin ceder ni un ápice en su resolución. Aguantará mientras pueda cada vez más solo, pero sin ceder en nada. Y adoptará un tono desafiante y jaquetón, acompañado de una sonrisa crispada, casi una mueca, mezcla de soberbia macerada y desdén irreprimible. Venderá muy cara su caída, porque caída será. Sin retorno. Y él lo sabe.

Ya ha quemado las naves

La noche agitada de aquel 23 de julio lo tuvo claro: “Somos más”, dijo sin dudarlo, y se aprestó a trabar un pacto de mutua conveniencia con populistas de izquierdas y separatistas de derechas (los auténticos separatistas de izquierdas ya salen de fábrica como socialistas). Y, efectivamente, eran más, y quizá aún lo sean ahora. Habría que verlo. Pero, para eso, sería preciso que el presidente del Gobierno, al no poder presentar los Presupuestos Generales del Estado dentro de plazo por tercer año consecutivo, presentase en su lugar una moción de confianza, para renovarla o para constatar que la ha perdido, dejando el poder en este caso. O bien sería necesario que, al considerar agotada la legislatura, el presidente convocase elecciones generales presentándose, si quiere, a la reelección.

Tanto en uno como en otro caso, haría lo que debe y merecería respeto y reconocimiento por ello. Sin embargo, no hará nunca ni lo uno ni lo otro, salvo en un supuesto muy concreto de fuerza mayor: que constate que, convocando elecciones generales, retardará de momento los procedimientos judiciales que le afectan. Más allá de este supuesto, ceder y transigir con el adversario es algo que no encaja en su modo de ser, ni en su manera de entender la vida. En ningún caso. Por ninguna razón. Bajo ningún concepto. Por eso trata siempre al adversario como a un enemigo a batir. Resistirá hasta el final. Ya ha quemado las naves. No concibe la vida apartada del poder, para cuya preservación sí está dispuesto siempre a negociar sin límites, con sus socios, cualquier tipo de contraprestación. A la vista está. Es una sangría constante.

Pese a perderla

¿Qué ha de hacer la oposición en este trance? Presentar una moción de censura. Tiene la obligación moral inexcusable de presentarla. No existe otra opción. Todo lo demás es engañarse a sí misma. Como se dice en catalán, “son ex+cuses de mal pagador”. Es falta de confianza en sí misma. Es miedo a pasar este trance amargo. Porque es cierto que la perderá, si la presenta. Llegada la hora de la verdad, toda la tropa variopinta que integra la coalición de gobierno apoyará al presidente Sánchez. La razón estriba en que, en sí misma y por sí sola, esta turba no decide.

Aunque vaya en cuadrilla, según ha reclamado recientemente uno de sus condotieros. Sus miembros sólo pueden contonearse haciendo de costaleros del presidente Sánchez. Y, sin éste, no son ni costaleros: no tienen “paso” al que llevar. Aunque ahuequen solemnes la voz en el hemiciclo, creyéndose un portento. Aunque imposten el insulto a España y a los españoles, pensando que así aumentan su talla menguada o mejoran su aspecto oscuro. Es un espejismo. Pero, insisto, pese a la seguridad de perderla, el Partido Popular tiene la obligación moral de presentar una moción de censura. Una obligación cuyo incumplimiento no queda en modo alguno compensado por el hecho de que se cite al presidente Sánchez al Senado; ni porque, en el Congreso, los populares se enzarcen con los socialistas y sus adláteres, cada semana, en un debate bronco, incivil, desbocado y navajero. Vomitivo.

Se equivocan muy mucho el Sr. Feijóo y los diputados populares, cuando entran al trapo que les tienden de continuo el presidente Sánchez y sus subalternos. Olvidan los populares que, en el barrizal en que se ha convertido el debate político en España, nadie puede superar al presidente, a los miembros de su gobierno y a los dirigentes socialistas en tender celadas, practicar zancadillas, proferir improperios, practicar el escarnio, prodigar la descalificación y herir con la burla. Todo ello acompañado de gran jolgorio, homéricas risotadas, hirientes desplantes y aparatosos aspavientos, en los que destaca la vicepresidenta primera Sra. Montero, que saca en el Congreso todo lo que lleva dentro.

Dijo el general Miguel Cabanellas Ferrer, en Zaragoza y al comienzo de la guerra civil, que, “en este país, alguien tiene que dejar de fusilar alguna vez”. Pues bien, hace ya tiempo que hemos dejado de fusilar y de “pasear”. Ahora, alguien tiene que dejar de insultar y de agredir verbalmente al adversario, convirtiéndolo así en un enemigo separado por un “muro”. Y, hoy por hoy, esta tarea iniciática está claro que le corresponde hacerla a la derecha, para resaltar así el abuso que de estas malas artes hacen quienes, a su propio parecer, “están en el lado bueno de la historia”. La derecha ha de dejar de insultar. Ha de reconducir el debate político a “las cosas”, sin citar a “las personas”. Aunque la otra parte siga insistiendo -que lo hará- en el enfrentamiento personal. Déjese a los jueces hacer su trabajo, sin usar las cuestiones “sub iudice” como arma arrojadiza. No se involucre a las familias en el debate político. Recupérense las buenas formas. Y la calma.

Ahora bien, no se trata de presentar cualquier moción de censura, sino una moción cuyo candidato:

a) No mendigue ni un solo voto a ningún partido populista o separatista, de derechas o de izquierdas, que exhiba de continuo un ostentoso desdén por España como nación, así como una voluntad manifiesta de desguazar su Estado.

b) Anuncie, como único punto de su programa, la convocatoria inmediata de elecciones generales. Lo que no le impediría concretar las líneas generales de su proyecto de futuro para España, centrado en media docena de temas capitales como son, por ejemplo, la estructura territorial del Estado, la vivienda, la inmigración, la seguridad, las pensiones y aquellas otras que considere de atención prioritaria.

c) Declare que, en caso de prosperar la moción, asumiría desde su toma de posesión como presidente hasta la constitución del nuevo ejecutivo resultante de las elecciones convocadas por él, la obligación de limitar su acción de gobierno a los asuntos estrictamente inaplazables.

d) Interiorice, de antemano, el seguro fracaso de la moción, pues es muy fuerte la “argamasa negativa” que cohesiona a la coalición que apoya al Gobierno. Esta argamasa es un “proyecto de demolición plurinacional”, que se ha iniciado con una exaltación de la plurinacionalidad; sigue con el establecimiento de relaciones singulares o bilaterales (en curso hoy en Cataluña); cristalizará, en su caso, en una mutación constitucional hacia una “confederación”; y culminará, si lo hace, con el derrocamiento de la Monarquía y la instauración de una República Confederal Ibérica.

O sea, la consumación de la revancha de la Guerra Civil y la destrucción de España como entidad histórica y como proyecto político de futuro. Ahí, en esta revancha, con olvido de la espléndida reconciliación que supuso la Transición -la Santa Transición-, está la raíz última de lo que sucede hoy en España. Resta insistir en que el Sr. Feijóo debería rehuir a lo largo de todo el debate el habitual cuerpo a cuerpo agrio con el presidente Sánchez, siempre proclive al ataque y a la descalificación personal del adversario –“¡Ánimo, Alberto!”-, por ser éste su terreno predilecto y el que más se adapta a su talante, a su estilo y a sus capacidades.

Dar la palabra a los ciudadanos

Estamos, por tanto, ante una situación límite, en la que se cumple una vez más la regla eterna de que, cuando se aproxima un hecho decisivo, que supondrá la ruptura con el pasado y el establecimiento de un orden nuevo, la mayoría de sus contemporáneos no lo advierte hasta que culmina el proceso. Esto ocurrirá a muchos de nuestros compatriotas. Cuando se den cuenta, España ya no existirá como ámbito de solidaridad primaria e inmediata, conformado por la geografía y por la historia, en el que todos los españoles somos iguales. Y llegamos a un punto crucial.

El Sr. Feijóo ha descartado la moción de censura al decir que “No voy a dar un balón de oxígeno a Sánchez para que le ratifiquen”. Pero no es así. Sería como dice, si la moción de censura ofreciese un programa alternativo con la intención de ejecutarlo. Pero no se trata de eso sino de dar la palabra a los ciudadanos, para que abran o no la puerta a la celebración de unas elecciones generales inmediatas. Es decir, la propuesta que aquí se hace no contrapone proyectos, sino que supone devolver la palabra a los electores en un momento crítico. Lo que supone un ejercicio de la más estricta democracia.

Porque, pese a que la moción de censura salga derrotada, su práctica contribuiría a abrir la puerta a una salida. Hace ya días, ha comenzado a cristalizar en la oposición una opinión difusa, pero creciente, según la cual, cerradas todas las vías constitucionales y reiterada la voluntad numantina del presidente Sánchez, solo resta convocar elecciones simultaneas en todas las comunidades autónomas en las que sea posible, para que los resultados obtenidos puedan contribuir, en su conjunto, a desbloquear la situación. Esta opción, sin duda razonable, se vería potenciada al máximo si, previamente, Pedro Sánchez se hubiese enrocado en el Congreso con separatistas y populistas de izquierdas, para superar la moción de censura propuesta. Podría ser el principio de su fin. El final de la escapada.

Hay unos versos de Eugenio de Nora (1923-2018) que siempre me han golpeado: España, España, España. / Dos mil años de historia no acabaron de hacerte. / Cómo no amar sufriendo, el perdido pasado, / Y con ira y coraje, el perdido presente!

Y, precisamente porque me golpean “el perdido pasado” y, sobre todo, “el perdido presente”, no puedo terminar sin evocar que este “perdido pasado” del que habla el poeta se consumó, mejor o peor, al servicio de la Cristiandad, tal y como en cada momento lo entendieron los españoles de su tiempo. Y es por ello por lo que me atrevo a implorar en este momento crítico: ¡Qué Dios bendiga a España! Que buena falta hace.