Ignacio Camacho-ABC

  • Ese «Gobierno de corrupción» de Díaz es un sintagma mucho más eficaz que cualquier consigna de propaganda adversaria

Dijo «Gobierno de corrupción» y se quedó desconcertada al ver que la oposición, mayoritaria en el Senado, prorrumpía en carcajadas y aplausos. Exactamente lo que declaró Yolanda Díaz fue que «queda Gobierno de corrupción para rato». Acto fallido, llaman los psiquiatras a esta clase de lapsus en que el sujeto se enreda entre lo que dice y lo que está pensando. Su partido, o lo que sea eso, queda por el momento libre de acusaciones pero ella y sus cuatro compañeros siguen sentados en un Consejo de Ministros que por definición constituye un órgano colegiado, cuyos miembros son corresponsables de todas las decisiones adoptadas durante su mandato. Incluidas las que se tomaron cuando el titular de Transportes se llamaba José Luis Ábalos.

La definición involuntaria de Díaz cuadra como un guante al Ejecutivo de Sánchez, cercado por sospechas de corrupción investigadas en los tribunales. Cada día aparece una nueva; la más reciente es la de los intentos de extorsión a la Fiscalía por parte de unos palanganeros en busca de irregularidades con las que desprestigiar las pesquisas de ciertos casos relevantes. Suma y sigue: sombras de adjudicaciones amañadas y de financiación ilegal, borrado de pruebas, cajas repletas de billetaje, putiferio desorejado, parientes del presidente enchufados y ahora maniobras turbias contra funcionarios judiciales. No tiene doña Yolanda dónde mirar sin que le aparezcan indicios (o algo más) de conductas reprobables.

Inciso sobre los ‘fontaneros’. Poco antes de que se descubriese el montaje, una persona muy influyente en el PSOE –excusen el nombre, uno tiene costumbre de respetar el ‘off the record’– pronosticaba en privado la inmediata caída en descrédito de la UCO y sus informes para el Supremo. Justo a la semana siguiente saltaban a la prensa los manejos de Leire Díez y otros poceros presuntamente encargados de desatascar en secreto las alcantarillas del Gobierno. Saque cada cual su propia conclusión al respecto; la de quienes asistimos a la confidencia fue que el trabajo sucio venía de lejos y contaba al menos con el conocimiento de algunos círculos o estamentos estratégicos.

En esa atmósfera tan vidriosa es lógico que la vicepresidenta coaligada se haya hecho un lío entre su subconsciente y sus palabras. Le puede pasar a cualquiera que viva envuelto en un entorno de deshonestidad sistémica o como mínimo sistemática. El problema es que parece orgullosa, encantada ante una situación en la que un dirigente político con sentido de la responsabilidad se llamaría a alarma. Que ni ella ni nadie de Sumar haya pedido siquiera explicaciones ni manifestado un leve gesto de repugnancia sobre la flagrante trama de venalidad organizada. Al contrario: cierre de filas, quejas de `lawfare´ y llamadas a la resistencia orgánica. Aguanta, Pedro, aguanta, que siempre que llueve escampa. Y si no escampa tampoco pasa nada.