Carlos Granés-ABC

  • Petro está armando una crisis diplomática para convertirse en la némesis del presidente estadounidense

Los groenlandeses estaban inquietos; los canadienses, incómodos; los panameños, asustados; Maduro, aterrado. Ahora los colombianos también empezamos a removernos en el asiento mientras asistimos a la más absurda de las contiendas: Gustavo Petro versus Donald Trump. El presidente de Colombia, que llevaba varios meses haciendo méritos para ganarse la enemistad de su colega yanqui, finalmente lo ha logrado. En tuits alucinados, tecleados a las tres de la mañana, le advertía que él no estrechaba la mano de esclavistas blancos y lo desafiaba a que le diera un golpe de Estado. Meses después, aprovechando la última reunión de la ONU, armó un mitin en una calle de Nueva York, donde animó a las tropas estadounidenses a desobedecer sus órdenes. Y en su última entrevista, dos confusas horas en las que asoció libremente como si estuviera en un diván, acabó insinuando que había que sacar a Trump del poder.

Petro estaba armando una crisis diplomática para convertirse en la némesis del presidente estadounidense, en el nuevo iluminado que no se somete a los caprichos del imperio. Después de haber dilapidado su presidencia en un proceso de paz fantasioso y carente de rigor, enfrentándose al Congreso y destruyendo, por razones ideológicas, el sistema de salud, era la última carta que le quedaba. Y Trump picó el anzuelo. Le dio el protagonismo que buscaba llamándolo matón, un mal tipo y acusándolo falsamente de ser un líder del narcotráfico. De paso, y esto es lo más grave, cancelando todas las ayudas que Estados Unidos le da a Colombia.

Para un presidente con los pies en la tierra esto sería un dolor de cabeza y un fracaso, pero para un emancipador enmarañado en una lucha cósmica contra la codicia y el poder, es el reconocimiento que necesitaba. Petro no se resigna a ser un presidente más, mucho menos un presidente malo. Su anhelo ha sido siempre ser reconocido como un nuevo libertador que levantó del suelo a quienes estaban de rodillas y que cortó las cadenas de quienes seguían esclavizados, tanto en Colombia como en el mundo.

Quiso convertirse en el líder mundial que sembraba en la conciencia humana el peligro de la extinción climática y los horrores del genocidio cometido en Gaza, y quiso lanzar una revolución mundial de los pueblos, transformar el alma humana y forjar un nuevo mundo franciscano, comunal y verde, alérgico al capital y atento a sus sabias enseñanzas. Al no lograr nada de esto, le quedó la carta del antiimperialismo y del nacionalismo. También, por supuesto, la del victimismo. Sabe que en la Casa Blanca rige un megalómano impredecible y arbitrario, de maneras autoritarias y con aspiraciones imperiales, y lo usa para crear la imagen de caudillo irredento con la que quiere pasar a la historia. De la más egoísta y narcisista de las maneras, indiferente a las consecuencias de sus actos, baja al ruedo a torear a Trump, sabiendo que la embestida acabará siendo para Colombia.