Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Sánchez ha logrado algo insólito: enfrentar a gentes que durante mucho tiempo han compartido, y comparten aún, ideas y arraigados principios

Una cosa ha conseguido: enfrentar a gentes que en lo fundamental pensamos igual o parecido, aunque discrepemos en lo accesorio. La diferencia es que a unos la historia y las siglas les pesan demasiado. Pero cuando logras que se sustraigan del ruido cotidiano y les sacas del monorraíl de la versión oficial, a veces descubres que siguen defendiendo lo que siempre han defendido: una España solidaria, también diversa, pero sobre todo solidaria; una redistribución más justa de la riqueza promovida por una política de crecimiento real basado en la modernización de la economía, y no casi en exclusiva en el gasto público; la defensa del Parlamento como clave de bóveda del sistema; y la efectiva separación de poderes como mejor garantía del buen funcionamiento de la democracia.

El ideario es más amplio, pero podríamos completarlo, en lo esencial, con la definición de progresismo que Manuel Escudero, presidente del think thank promovido por Pedro Sánchez, la Fundación Avanza, dejó plasmada en una entrevista: “Son progresistas aquellos que, más o menos, sin grandes elaboraciones teóricas, piensan que el Estado del bienestar es bueno, que la igualdad de género es necesaria, que la lucha contra el cambio climático es importante o que los Derechos Humanos se tienen que respetar”. Hay quien, entre los que se sientan conmigo en la mesa, muestra su sorpresa y se diría que le echa en cara a Escudero una visión demasiado holgada del progresismo, porque ahí, ciertamente, hasta podría caber un sector de la derecha moderada y liberal, así que urge elaborar una interpretación más restrictiva del concepto. Pero bueno, hasta ese instante, más o menos, íbamos bien.

El problema salta cuando decides bajar al barro y te pones a hacer preguntas incómodas (en algún caso, lo reconozco, un punto provocativas). ¿Qué opinaríais si Begoña Gómez y David Sánchez no fueran la mujer y el hermano de Sánchez sino de Feijóo? ¿Y si el fiscal general del Estado que se va a sentar en el banquillo lo hubiera nombrado el PP? ¿Con cuántos cambios de opinión más en asuntos centrales estáis dispuestos a transigir? ¿Con un referéndum en Cataluña? ¿Con la cesión de la política migratoria? ¿Es sensato mantener en pie una legislatura que sigue colgada de los presupuestos aprobados en la anterior? ¿Creéis que en el PSOE hay democracia interna? ¿Qué es más importante, proteger la alternancia o evitar a cualquier precio una posible llegada de la ultraderecha al gobierno?

Felipe ya no es de los ‘nuestros’

Llegados a este punto, aquello ya no se puede llamar conversación. De modo que intento relajar los ánimos contando que he visto los cuatro capítulos del documental titulado “La última llamada”, un magnífico trabajo de Álvaro de Cózar sobre los cuatro presidentes vivos de la democracia española previos a Sánchez. Dura poco el relax. Alguien dice que Felipe González se ha hecho de derechas. Yo señalo lo que cuenta en el documental Matilde Fernández, que fue la primera ministra de Asuntos Sociales de la democracia: “Felipe llevaba 14 años como presidente, pero seguía acudiendo a las reuniones de la Ejecutiva, que en aquel tiempo duraban cuatro o más horas, y tenía que aguantar nuestras críticas”. Hay quien pone cara de comparación odiosa.

Como veo que lo de Matilde ha hecho mella, antes de que la discusión vuelva a enredarse saco a relucir el capítulo de Rodríguez Zapatero. Por aquello de seguir rebajando la tensión. Digo: me ha gustado José Luis. Sincero. Con alguna frase notable. Por ejemplo esta: “Ser presidente es una permanente lucha por ser normal”. Y esta otra, ya al final: “En política no estás para que te reconozcan las cosas porque la democracia es un sistema esencialmente de crítica”. Al margen de la construcción más o menos canónica de la frase, manifiesto mi profundo acuerdo con el contenido.

Observo caras de aprobación que no cambian cuando reconozco el valor que acreditó el entonces presidente al asumir el coste político del recorte del gasto público que tuvo que asumir (15.000 millones) para evitar que España fuera rescatada. Es al recordar que fue también Zapatero el que consintió un serio deterioro de la democracia interna y quien asumió la estrategia de confrontación diseñada por el sanedrín que le rodeaba, estrategia que después Sánchez rescató y amplificó, cuando las caras cambian.

‘Reventar a la derecha’

Como era de esperar, niegan la mayor, pero me he guardado una carta. La afirmación que hace en el serial una de las más estrechas colaboradoras de ZP: “Yo creo que no dejó callo de la derecha sin pisar”. Tan orgullosa ella. Lo cierto es que fue José María Aznar quien, tras perder inesperadamente las elecciones de 1993, decidió desengancharse por primera vez de uno de los anclajes de lealtad institucional pactados en la Transición, en concreto el muy sensible de la lucha antiterrorista, convirtiendo aquella legislatura en lo que, a la vista de los escándalos que fuimos conociendo, era previsible que se convirtiera: un verdadero infierno para el gobierno de González.

Aznar identificó los errores cometidos durante la primera etapa del Gobierno de González en la lucha contra ETA, como la grieta por la que introducir una bomba de relojería con efectos electorales. Después, fue ya Zapatero el que les compró a sus asesores externos la idea de convertir la desacreditación de la derecha como alternativa democrática en  algo más esgtructural; en el eje de una apuesta política de más largo alcance, plan que frustró bruscamente la gran recesión de 2008, que acabó expulsando al PSOE del poder. Unos cuantos años después, 2023, y para superar una debilidad que está costando muy cara al conjunto del país, Sánchez ha rescatado aquella apuesta, lo que a más de uno de mis compañeros de mesa no les parece nada mal.

Son algo así como el macizo de la raza sanchista. Forman parte de esa base irrompible que votará al PSOE pase lo que pase. Capaces de compartir sin el menor escrúpulo la opinión de Joan Subirats, que fue ministro (accesorio) de Universidades por indicación de Ada Colau, y que ante la perspectiva de unas elecciones que den el poder a la derecha, y en su calidad de tertuliante, acaba de justificar el incumplimiento del deber constitucional de presentar los presupuestos. Es en este preciso momento cuando yo me excuso. Tengo cosas que hacer y allí ya hay poco que hacer. Pero antes decido echar más madera al fuego de la discusión (dejo allí algún incondicional que me mira como un cordero degollado), y les regalo un pronóstico: Os volverá a engañar. Ha dicho que agotará la legislatura, así que probablemente no lo hará. Porque no va a disolver las Cortes para ajustar las decisiones políticas al espíritu constitucional, ni cuando más convenga al país, que sería ya, sino cuando más le interese a él.

Y os dirá -continúo- que lo hace para volver a gobernar, pero tampoco será del todo verdad. Porque ya sabe que en la siguiente cita no será factible repetir Frankenstein. Así que disolverá cuando crea que el resultado, el que más se parezca a una dulce derrota, le va a permitir atrincherarse en el partido. Sin contestación interna. Ese es el proyecto de país. La mejor prueba es que ha colocado al frente de las territoriales a dirigentes de su confianza, a ministros con escasas posibilidades de éxito en las urnas pero dispuestos a controlar las agrupaciones con mano de hierro. Se trata de resistir hasta que en perfecta comunión con la doctrina pablista, que es la de Colau y Subirats, Junqueras y Otegi, esa que ve en la Constitución un estorbo y pregona que la alternancia es un peaje intolerable impuesto por el régimen de la Transición, Sánchez decida que ha llegado el momento de hacer todo lo necesario, y más (“reventar a la derecha”), para recuperar el poder.

Agur.