Juan Van-Halen-El Debate
  • Me interesa, sobre todo, la contundente opinión de Guerra respecto al futuro: «Hay que tomar una decisión: proteger a Sánchez o proteger al PSOE, pero ambas cosas no son compatibles. Los militantes están conmocionados y tienen derecho a decir que esto no puede seguir así»

Alfonso Guerra es uno de los políticos fundamentales de la Transición. Fue vicepresidente en los primeros gobiernos de Felipe González, entre 1982 y 1991. Dimitió al aparecer implicado su hermano Juan en un escándalo de tráfico de influencias. Entonces los políticos dimitían, aunque no fuesen ellos mismos acusados de nada. Ahora no. Siempre fue un hombre de pensamiento y acción, con un humor inteligente a veces vitriólico. Frases suyas alcanzaron celebridad. Recordemos: «Baltasar Garzón tiene una pasión incontenible por sí mismo»; «Margaret Thatcher, en vez de desodorante, se echa 3 en 1»; «El día que nos vayamos, a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió». Otras más recientes: «Gobernando con pocos votos se gobierna para la mitad de la población y eso se le llama dictadura para el resto» y «La tendencia al cesarismo en el PSOE es evidente».

Guerra está decepcionado «por la cesión permanente a los condenados por sedición y malversación» que genera «malestar inmenso en los que viven la democracia con intensidad y convicción». «No se puede avalar un golpe de Estado y sostener que se mantiene la esencia de la democracia», ha dicho, rechazando la división en bloques como «un muro que marca la frontera amigo-enemigo» que considera un «peligroso retroceso en la etapa democrática».

El exvicepresidente ha señalado: «Hemos entregado el partido en las manos de unos bandidos y macarras; una banda que parecen Los Soprano y eso ha sido la dirección del partido», mostrándose contrario a que Sánchez continúe al frente del Gobierno: «Deberían ser otros los que decidan el rumbo de España». Según él «ante un cambio profundo siempre aparece un líder». «Cuando se produzca, va a salir quién tiene la autoridad y ese será el líder». Además, Alfonso Guerra ha insistido sobre los socios de Gobierno: «Dependemos de gente que no quiere la Constitución» y «los sinvergüenzas campan libremente».

Guerra ha pedido un adelanto electoral, manifestando sus dudas sobre la transparencia del proceso de primarias en el PSOE que eligió como secretario general a Sánchez. Señala que en 2016 «hubo un comité federal absolutamente horrible en el que se intentó hacer una votación con la urna escondida detrás de una cortina». «No parece razonable que se permitiera que el candidato hubiera hecho un pucherazo, y luego se creó un relato épico, pero de ese coche épico salían Ábalos, Koldo y Santos Cerdán».

El exvicepresidente ha reivindicado el consenso en la Transición entre partidos rivales recriminando al Gobierno sus pactos con los «herederos del terror» y «separatistas» y se ha preguntado si «alguna vez» se escuchará razonar en el PSOE, «por qué les resulta más fácil llegar a acuerdos con populistas, separatistas y herederos del terror que con el principal partido de la oposición», y muestra su convencimiento en que hay que «llevar a todo el mundo, a todos los sectores de la población, lo que significó la Transición en la historia de un país tan atormentado políticamente durante siglos».

A Guerra le respondió Gonzalo Miró, un presentador televisivo, probablemente amparado por su apellido, reciente fichaje de la no precisamente objetiva televisión que pagamos todos. Coincidí con su madre en el curso de realización del primitivo IORTV; ella pasó a ejercer como realizadora, la primera, en TVE. Luego, su gran carrera cinematográfica. Tenía inteligencia y carácter. Fue la primera en padecer la censura en El crimen de Cuenca, 1979, cuando la creíamos superada por ley. Miró, lógicamente, se quejó, pero años después, 1988, como directora general de RTVE, censuró el programa La bola de cristal, de Lola Rico, por una crítica al entonces presidente Felipe González. Lola Rico dimitió.

Gonzalo Miró respondió a Guerra: «Escuchándole, a lo mejor hubiera quedado genial detrás de la pancarta con Aznar, Rajoy y compañía en la mafia-democracia… Si tiene pruebas de que hubo un pucherazo, que vaya al juzgado y lo denuncie; pero si lo dice sin pruebas, es más difícil de demostrar». El pucherazo en las primarias socialistas está avalado por grabaciones. La polémica entre Miró y Guerra es similar a la que hubiese podido producirse entre un bachiller y un catedrático. Pero servir al amo no es nuevo y, además, comprensible, y más cuando supone gratitud.

Me interesa, sobre todo, la contundente opinión de Guerra respecto al futuro: «Hay que tomar una decisión: proteger a Sánchez o proteger al PSOE, pero ambas cosas no son compatibles. Los militantes están conmocionados y tienen derecho a decir que esto no puede seguir así».

El dilema de los socialistas, planteado por Guerra, entre proteger al PSOE o a Sánchez, es muy oportuno; optar siempre es difícil. Al fondo, un horizonte de valores. Desde el llamado «Dilema del tranvía», tan conocido, a reflexiones lejanas de Kant o cercanas de Foot o Thomson. Decidir entre dos opciones en conflicto sin resultar ninguna completamente aceptable para quienes deben afrontarlas. De alguna forma transgreden principios ya sea sobre una persona o una norma social. Pero no decidir es ya una forma de decisión pues la situación seguirá por más que se eluda manifestarse sobre ella. O se va Sánchez o su partido se arriesga seriamente a desaparecer. Ambas realidades son incompatibles. Ocurrió en varias naciones europeas.

Alfonso Guerra hace diana. A ver si Sánchez pide opinión más allá de a sus favorecidos y a sus palmeros. Y, sobre todo, si deja opinar a los españoles.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando