Sara Hidalgo-El Correo
- Entender la ‘socialización del sufrimiento’ es la mejor vacuna contra su repetición
Profesora de Historia Contemporánea de la UPV/ EHU
Estos días la Fundación Fernando Buesa celebra su seminario anual y este año, cuando se cumplen cinco lustros del asesinato de Fernando Buesa, lo ha titulado ‘2000. La vuelta del terror’, un título elocuente que alude a una realidad histórica, la del cambio de siglo, cuando el embate de ETA y su entorno se agudizó y multiplicó su radio. Era esto una traducción de la denominada ‘socialización del sufrimiento’, aquella siniestra estrategia que se puso en marcha a mediados de los 90 y cuyo corpus teórico -que no el concepto- apareció en la ponencia Oldartzen de Herri Batasuna de cuya aprobación se cumplen ahora treinta años.
En aquel entonces ETA encaraba cierta debilidad interna: desde el flanco institucional la firma del Pacto Ajuria Enea en 1988 había articulado una más férrea lucha contra el terrorismo; en el plano social, las movilizaciones cada vez más numerosas de Gesto por la Paz la deslegitimaban y cuestionaban su hegemonía en el espacio público; y a nivel interno, todavía acusaba el golpe que había supuesto la caída de su cúpula en Bidart, en 1992, que además había dejado patente la colaboración con Francia en la lucha antiterrorista. Por su parte, Herri Batasuna venía experimentando cierto desgaste electoral. Todo ello les llevó a pensar una nueva estrategia. Oldartzen se aprobó ese año y marcó la línea estratégica tanto de Herri Batasuna como de la propia ETA.
La idea central de la ponencia, que marcó toda su línea de actuación, se condensa en su propio nombre. Oldartzen en euskera significa arremeter o embestir, y es que existía la convicción de que hasta ese momento el MLNV había estado en una actitud de resistencia y que había que pasar a otra de ofensiva. Se daría en tres frentes claros: «la calle», las instituciones y los medios de comunicación. La primera no era más que un eufemismo a través del que penetraron en todo el tejido popular, asociativo… No en vano, la hegemonía de «la calle», del espacio público, fue uno de los objetivos prioritarios de la nueva estrategia.
En cuanto a la participación en la política institucional, aparecían dos conceptos para definirla: «no normalizada y no permanente». Incluso se iba más allá al afirmar que «todas las formas de lucha» serían legítimas para sus objetivos. La traducción fue, por una parte, el uso de la política local -donde HB tenía mayor peso- para reivindicaciones de carácter extralocal y, por otra, el impedimento de un desarrollo normalizado de la vida política. Plenos broncos, agresiones a concejales/ as, amenazas o insultos formaron parte del paisaje político vasco de la época.
Finalmente, los medios de comunicación fueron otro de sus objetivos principales pues, tal y como se afirmaba en Oldartzen, existía una ofensiva de estos para «desarmar ideológicamente a los sectores más comprometidos de nuestro Pueblo». La lucha contra esa situación se tradujo en atentados contra periodistas o medios de comunicación. A estos tres frentes se sumó una sólida base social, el «músculo» de este movimiento, imprescindible para la consecución de sus objetivos. Por ello, en Oldartzen se hizo especial hincapié en lo que denominaron el «trabajo militante», una red humana que, sin pertenecer a ETA, colaboraba con ella en mayor o menor medida.
Las consecuencias de todo esto fueron profundas y condicionaron el día a día en Euskadi hasta 2011. Durante este periodo ETA asesinó a 98 personas, pero esta estrategia rebasó ampliamente el asesinato. El control y la presión social se cernieron sobre muchas personas que se habían significado públicamente contra el terrorismo de ETA: cargos públicos, intelectuales, periodistas, jueces y un largo etcétera. La ‘kale borroka’ fue un fenómeno habitual en las calles de Euskadi. Con picos de actividad desde 1995 hasta 2000, su existencia y modus operandi contribuyeron en gran medida a esta sensación de amenaza y extensión del miedo.
Todo ello dio forma a lo que se denominó la violencia de persecución, concepto acuñado por Gesto por la Paz en julio de 2000, con el objetivo de clarificar un fenómeno considerado violencia ‘de baja intensidad’, pero que abarcaba mucho más de lo que el propio concepto definía. Incluía las amenazas veladas, las pintadas en las fachadas cerca del domicilio del/ la amenazado/ a, las llamadas anónimas a casa, el envío de mensajes intimidantes (una bala, una carta, las llaves del propio domicilio…) a las personas amenazadas, el señalamiento público, el insulto o la agresión. Formas múltiples de violencia que formaron parte de esta estrategia.
El terrorismo de ETA no solo fueron los asesinatos, sino que abarcó otras muchas dimensiones. Estudiar y entender el fenómeno de la ‘socialización del sufrimiento’ es fundamental para comprender en toda su magnitud qué fue el terrorismo de ETA, qué impacto tuvo en la sociedad vasca, quién lo padeció y cuáles fueron sus mecanismos. Entender y comprender es la mejor vacuna para la no repetición.