- Le ha faltado tiempo a nuestro petulante ministro de Exteriores para plegarse a la leyenda negra antiespañola del Gobierno populista de México
El químico cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba, que por desgracia se murió con solo 67 años en 2019, desempeñó las más importantes carteras ministeriales con González y Zapatero y más tarde él mismo fue un (fallido) líder del PSOE. Rubalcaba gozó toda su vida de fama de inteligente, que lo era. De astuto maniobrero, que lo era. De personaje cordial, que lo era. Y de hombre de Estado, algo que en realidad creo que no era, y lo digo por una vivencia particular que jamás he olvidado.
La primera misión de todo hombre de Estado ha de ser preservar la existencia del mismo, pues es la base sobre la que reposa lo demás. Rubalcaba lideró el PSOE entre 2012 y 2014. En esa etapa, cuando el separatismo catalán ya comenzaba a esgrimir su amenaza, tuve la ocasión de asistir a una conversación privada con él en el despacho de Bieito Rubido en ABC. Salí espantado. Allí, hablando de manera confidencial, el supuesto hombre de Estado daba a Cataluña por perdida. «Estos se van», musitó apenado varias veces, viniendo a decir que a medio plazo la unidad de España se rompería y que no había nada que hacer.
Mi decepción fue enorme. En lugar de ofrecer propuestas políticas, culturales, lingüísticas y mediáticas para defender la unidad de la nación española y venderla en positivo, el líder del partido que más tiempo nos ha gobernado, y que sarcásticamente se apellida todavía «Español», bajaba la guardia y se resignaba a la partición de España.
En realidad, Rubalcaba se estaba mostrando como un leal seguidor del ideario del PSOE. Y es que ese partido siempre ha contemplado la idea de España con una frialdad circunspecta. Haciendo gala de una empanada mental ciertamente notable, asocian España con conservadurismo, mientras ven como «progresistas» a los más rancios nacionalismos centrífugos, que aspiran a romper la patria secular de todos en nombre de supuestos alardes diferenciales de matriz supremacista.
En fecha tan tardía como diciembre de 1976, dos años antes de la Constitución, el PSOE todavía defendía la autodeterminación con entusiasmo en la ponencia política de su 27º congreso: «El Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regiones, que compondrán en pie de igualdad el Estado Federal que preconizamos». La enfermedad no comenzó con Zapatero.
Antes, en octubre de 1934, socialistas armados habían apoyado en Barcelona la declaración de una República Catalana por parte del frívolo Companys.
En el presente siglo, el PSOE siempre se ha aliado con los nacionalistas antiespañoles en municipios, diputaciones y gobiernos autonómicos, en detrimento de partidos partidarios de la unidad de España y el orden constitucional. Con Zapatero se llegó a la infamia de promover el llamado «cordón sanitario», que hacía buenos a los separatistas y proscribía por completo al centro-derecha. Recordar lo que ha ocurrido con Sánchez resulta ocioso: la rendición absoluta al independentismo, bailando al sol de dos golpistas condenados, Junqueras y Puigdemont, y oficializando con un indulto y una amnistía la versión del envite separatista de 2017 que ofrecen los propios delincuentes. Los jueces y la Policía española fueron unos sádicos represores y los sediciosos, unos héroes de la libertad y la democracia. Eso es lo que ha rubricado PSOE, en un grimoso ejercicio de felonía.
En ese mismo espíritu, el PSOE siempre ha visto con sospecha la historia de España. Se ha abonado a la leyenda negra y ha preferido la hipérbole sobre supuestas micro gestas locales a poner en valor nuestro pasado. Para muchos gañanes de los cuadros socialistas, Isabel la Católica, Cortés, Fernando de Rojas, Felipe II, Blas de Lezo, Teresa de Jesús o Carlos III… eran una panda de protofranquistas.
Ahora nuestro petulante ministro de Exteriores se ha apresurado a pedir perdón al Gobierno populista de México por la conquista española. Una estupidez, que da por buena la fábula de que allí había un paraíso indígena destrozado por nuestros guerreros, ignorando el canibalismo ritual, los sacrificios humanos, el atraso técnico y las guerras crueles y constantes que machacaban aquella añorada Arcadia. Como bien ha explicado en este periódico el historiador mexicano Juan Miguel Zunzunegui, «el 90 % de los mexicanos son católicos hispanohablantes, y, sin embargo, estamos educados para despreciar el proceso que nos hizo ser católicos hispanohablantes, es tremendo».
Pero Albares no está para pensar y estudiar en serio el pasado, ni para servir a su país y defenderlo de la leyenda negra. Es un peón del PSOE, un partido que siempre le falla a España, porque despreciarla está en su naturaleza.