Jon Juaristi-ABC

  • La izquierda española, en su totalidad, ha hecho suyo el principio de la guerra infinita

En su tribuna abierta de ABC, el pasado miércoles (‘La moción de censura’), Nicolás Redondo recordaba, citando a Ortega, la fragilidad de ese constructo demasiado humano y a contrapelo de la naturaleza que es la democracia liberal. Redondo citaba al Ortega más kantiano, que hablaba de la democracia como Kant lo hacía de la razón o del bien, débiles superficies de hielo sobre las aguas revueltas del mar/mal primordial. O como el Kant de la «paz perpetua», expresión que tomó el filósofo del rótulo satírico en la muestra pintada de una posada, que representaba un cementerio. No está claro si Kant identificaba la paz perpetua con la muerte, si la comparaba con una mala noche en una mala posada o si jugaba con ambas ideas. En cualquier caso, la paz y la razón eran, a su juicio, tan precarios como la democracia según Ortega.

Lo que es perpetua e infinita condición natural de la humanidad es la guerra, no interrumpida por el pacto hobbesiano que confiere al Estado el monopolio de la violencia, pues la guerra prosigue su curso bajo la apariencia engañosa de la paz. Así es como piensan todos los antihobbesianos que en el mundo son y han sido, no todos ellos enemigos de la democracia liberal. Ahora bien, todos los enemigos de la democracia liberal son antihobbesianos. Por ejemplo, Vladislav Surkov, el ideólogo del neoimperialismo ruso, para quien «la paz no es otra cosa que la continuación de la guerra por otros medios», idea poco original que procede de la simplísima vuelta del calcetín al principio de la guerra como continuación de la política por otros medios, que enunciara Clausewitz.

Esta idea de la guerra infinita, que popularizó Michel Foucault en la Francia sesentayochista, fue recogida por ETA en los años noventa, aplicada a la tregua-trampa de 1998 y, después, a las ‘negociaciones de paz’ con el PSOE, cuyos resultados están a la vista. Los islamistas la han incorporado por completo a su estrategia. El acuerdo firmado en Egipto entre Hamás e Israel no es para los terroristas un acuerdo de paz (‘salam’), sino un acuerdo de tregua (‘hudna’), es decir, un mero movimiento táctico en una guerra santa (‘yihad’) que no terminará hasta la sumisión final de los infieles, para alcanzar la cual no solo será indispensable la destrucción total del Estado de Israel, sino la de Israel mismo, o sea, la de todos los judíos.

Por su parte, la nueva izquierda, incluida la que dentro del PSOE ha sustituido a los socialdemócratas, ha asimilado tácitamente el principio de la guerra infinita, gracias a las enseñanzas de ETA, del putinismo, del chavismo y de la ‘yihad’. Por eso es poco probable que el Gobierno sanchista se avenga a un abandono pacífico del poder, ni ahora, ni en 2027 ni más allá de esa fecha. Algo que saben tanto el PNV como Junts, que, en consecuencia, nada harán por forzarlo.