- Las gafotas, las risitas y las bromas que se traía escritas desde casa no le sirvieron para desviar la atención de la catarata de «no me consta» que acabó siendo el resumen de su comparecencia
Discrepo de toda la legión de defraudados, escandalizados, deprimidos, frustrados e indignados que ha dejado tras de sí la comparecencia de Pedro Sánchez en la comisión de investigación del Senado.
Vaya por delante que no tengo ninguna fe en la capacidad de este tipo de comisiones de aportar nada de provecho a la mejora de la calidad democrática en España. Desde los tiempos remotísimos de Ramallo, Rahola y Romero, las comisiones parlamentarias de investigación han acreditado que no sirven para investigar nada y son solo un instrumento de acoso político reforzado. Las investigaciones de verdad las hace la UCO, como se demostró 24 horas después de la comparecencia de Sánchez; el resto son fuegos de artificio. Pero al menos esta comisión del Senado, a diferencia de lo que ocurre en el Congreso, pretende fiscalizar a un gobierno en ejercicio y no a uno que dejó de existir hace siete años. Eso si es un circo.
No siento frustración porque nunca esperé que nadie pudiera arrancar a Sánchez una confesión o dato alguno que le incriminara. Esas ensoñaciones quedan para las películas de Hollywood; ni los senadores son Tom Cruise ni Pedro Sánchez iba a ejercer de Jack Nicholson reconociendo a gritos haber ordenado el dichoso código rojo. Descartado el guion cinematográfico, la sesión fue de enorme utilidad para detectar con precisión las zonas más oscuras de todos los escándalos que rodean a Pedro Sánchez. Dicho de otra manera, los silencios y las evasivas de Sánchez nos dibujaron con nitidez donde residen sus temores judiciales.
El «no me consta», al igual que el «sin comentarios», son fórmulas que derivan que aquella galaxia tan lejana en que a los políticos y a sus asesores se les exigía decir la verdad. Una mentira deliberada era considerada un baldón inasumible y el final de cualquier carrera política. Si se fijan, Sánchez jamás le ha dicho «no me consta» a un periodista; a los periodistas nos ha colado las trolas más gordas sin el menor reparo, pero ante los riesgos judiciales de mentir en una comisión parlamentaria, sus estrategas recuperaron ese «no me consta» que resulta tan vintage como sus gafas y tan útil como ellas para detectar la presbicia moral del presidente.
Repasen la lista de evasivas y tendrán la lista de corrupciones que Sánchez no se atreve a desmentir: no puede decir cuánto dinero ha cobrado él personalmente en efectivo del PSOE, no puede desmentir que Rodríguez Zapatero hubiera mediado en el rescate de Plus Ultra, tampoco pudo negar que los prostíbulos de su suegro financiaran su carrera política y ni siquiera pudo despejar la sospecha de haber sido de los primeros en conocer las corruptelas de Ábalos y el resto de la tropa.
Las gafotas, las risitas y las bromas que se traía escritas desde casa no le sirvieron para desviar la atención de la catarata de «no me consta» que acabó siendo el resumen de su comparecencia. La estrategia del presidente era muy clara: ganar tiempo, provocar y sacar el ventilador, pero nada de eso le funcionó. Al final acabó refugiado en el burladero de la amnesia selectiva y la ignorancia culpable.
Por eso tampoco comparto las críticas a la labor de los grupos de oposición. Acaso el senador del PP no sea Perry Mason, pero impidió que Sánchez desplegara su arsenal de trucos y le arrancó esa colección de evasivas que le dejaron retratado. En términos estratégicos le ganó la partida al presidente. No fue bonito, pero sí eficaz; tanto como esas llaves de judo que de vez en cuando se saca de la manga Dani Carvajal para evitar que sus rivales se le escapen.