Francisco Rosell-El Debate
  • Ante un depredador como Sánchez, no se le combate enzarzándose como PP y Vox con la sombra del burro que, a falta de caballo, debiera encaminarles a defenestrarle frente a unos socios inasequibles al desaliento y que lo sostendrán a todo trapo

En su Himalaya de mentiras, es probable que a ‘Noverdad Sánchez‘ le resten dos hitos por coronar. Uno cuando aluda a Begoña Gómez como la señora de la que me habla, con la que mantuve una relación «absolutamente anecdótica» como con el guardián de sus avales para las primarias –el aizcolari Koldo García– tras enaltecerlo en su Manual de resistencia. Y la otra, cuando se malhumore ante el espejo y le espete a su reflejo: «Usted me confunde con otra persona» relinchando una carcajada.

Acorde con su trayectoria, es el ítem inevitable en un embustero compulsivo que refuta cada evidencia y niega a los cuates de «la banda del Peugeot» con los que irrumpió en Ferraz y la Moncloa con los euros del proxeneta de su suegro con los que hizo también carrera política y universitaria, pucherazos y plagios mediante, y atesoró un sustantivo patrimonio familiar. Tales certezas no pudo rebatirlas con sus gafas de pasta gansa ante la comisión del Senado sobre sus agios familiares y de partido. De hecho, para soslayar el falso testimonio, se parapetó en innúmeros «no me consta», «no tengo constancia» o «no lo sé», luego de intentar leerles a los senadores un centón de folios del grosor de las guías telefónicas de antaño, mientras espumajeaba contra la Cámara de la que le incomoda hallarse en minoría.

Ante ello, como el que mira el dedo y no la luna a la que apunta, cierta prensa, desde la abajofirmante hasta algunos tenores huecos, antepone centrarse en el portavoz del PP, Alejo Miranda, por no obsequiar versallescamente a quien despreció pendencieramente a sus próceres. Pero, sin picadores que humillen al morlaco, no hay desorejamientos ni puertas grandes. Mucho menos con un déspota que se jacta de ello y olvida –como sucede en el Senado norteamericano antes, durante y luego del ejercicio del cargo– que estas fiscalizaciones no se elucidan intercambiando monólogos y a otra cosa que es la hora de almorzar antes de que el presidente del Gobierno se lo eche en cara al de la comisión.

Si bien no hay nadie perfecto, como se significa en la escena final de Con faldas y a lo loco, en su aspereza salpimentada con alguna zafiedad, Miranda rompió el guion que Sánchez traía escrito de Moncloa por sus mil y un escribas y lo sacó de sus casillas. No fue un rendido Galindo –«Aquí un esclavo, un siervo»– como el histriónico personaje de José Luis López Vázquez en Atraco a las tres. De haberles pillado en el pueblo de Shinbone, estos periodistas jalearían al mismísimo Liberty Valance por atemorizar a sus lugareños y acoquinar al sheriff.

Nada que ver con el coraje del director del Shinbone Star al que el forajido hace tragarse el titular de su derrota cuando fracasa al pretender que lo escojan como senador y devasta la redacción. Exangüe, Peabody le dice con sonrisa cuasi póstuma al bisoño abogado Stoddar que lo asiste: «Le expliqué a Libertad Valance lo que es la libertad de prensa». No le pilló de improviso al novato letrado que había recibido una bienvenida similar –«¿Abogado? Yo te enseñaré la ley del Oeste»– al asaltar la diligencia en la que arribó con su baúl de manuales de Derecho. Como aclara el director al buen pueblo de Shinboe al animarle a que los represente, los políticos son su materia de trabajo, pero no podría ser uno de ellos porque «me destruiría a mí mismo». «Soy –les comunica– vuestro perro guardián que aúlla contra los lobos».

Luego sus sucesores en el diario asentarán la ficción sobre El hombre que mató a Liberty Valance incluso cuando el ya anciano senador Stoddard acude al entierro del verdadero artífice al que quiere reivindicar revelando que el anónimo cadáver fue el genuino héroe, y no él. «Este es el Oeste, señor, y cuando los hechos se convierten en leyenda, no es conveniente publicarlos», zanja el nuevo director. ¿A quién interesaba, ya que no fue la hazaña de un novel perito en leyes, sino de un curtido vaquero que, desistiendo de su orgullo después de que su amada prefiera a aquel enclenque pretendiente, le salva discretamente de su muerte segura tras retar al desalmado en un calentón?

Empero, el oscuro protagonismo del personaje de John Wayne en esta película del maestro John Ford a fin de reponer la ley y el orden en Shinbone ayuda a discernir cómo enfrentarse a un caníbal como Sánchez amigado con los Aníbal Lecter etarras y plegado a la leyenda negra contra España al estimar los sacrificios humanos del indigenismo signos civilizatorios por los que pedir perdón al criollismo de los Lópeces Obrador. Para tal encomienda, se exige la encarnadura de John Ford en Centauros del desierto. Al picarle un alacrán, los productores se inquietaron con su salud y con que ello encarezca el rodaje. A ese fin, telefonean a John Wayne, quien disparó como si abatiera a Liberty Valance: «Ford está muy bien. El que murió fue el escorpión».

Ante un depredador como Sánchez no se le combate enzarzándose como PP y Vox con la sombra del burro que, a falta de caballo, debiera encaminarles a defenestrarle frente a unos socios inasequibles al desaliento y que lo sostendrán a todo trapo. Inclusive a que traspase la móvil línea roja de la financiación ilegal del PSOE, como avizora el juez del Tribunal Supremo, Leopoldo Puente, instando a la Audiencia Nacional a que indague los pagos en B de la trama del Peugeot.

Como en la fábula de Esopo, Feijóo y Abascal pueden espantar al rucio porfiando sobre sí, al apretar el sol, la sombra pertenece al dueño o al comerciante que alquiló a la bestia de carga. Al haber sitio solo para uno bajo la panza, ambos discutieron acremente. Uno argüía que sus cinco monedas de plata le otorgaban un derecho que refutaba el amo, pues el arriendo era para viajar en el asno, no para sestear bajo su tripa. Como ninguno cedía, pasaron de las palabras a los puños asustando al jumento que huyó despavorido y les dejó en medio de la nada.

Es lo que les puede acaecer en una encrucijada que se enreda con el inevitable relevo de Carlos Mazón como presidente valenciano, dado que, si no se quieren anticipar urnas, necesita del concurso de los diputados de Vox. En esa tesitura, Abascal anhela pescar en las aguas revueltas del PP levantino propiciando una pinza con Sánchez que afilará su aguijón. Siendo más culpable que Mazón, se ha visto favorecido por la estupidez de quien, desde primera hora, cayó en la trampa de un Sánchez que le ha asestado su golpe de gracia en el espurio funeral de Estado del primer aniversario de la dana. De esta forma, el ‘galgo de Paiporta’ se come guisada la liebre de Mazón con la domesticidad de una prensa sincronizada que rescató a Sánchez y que opera otro tanto al detectar el Tribunal Supremo una caja B como la del PP que el inquilino de la Moncloa usó como catapulta para colarse de rondón.

Si en El hombre que mató a Liberty Valance, cuando los hechos se convierten en leyenda, no es conveniente publicarlos, con la prensa sanchista de titular único como en la Cataluña del procés, el quid de la cuestión es quien interpela al presidente por sus agios, no quien los perpetra. Con todo, lo peor es que PP y Vox, pendientes de la sombra del burro, rematen la faena y faciliten la reelección de ‘Noverdad Sánchez’ a la cabeza de un frente de izquierdas dizque progresista, con siglas del PSOE o sin ellas, para dar gato por liebre a los votantes, mientras el diablo se cala gafas de Dior o mercadea otra máscara como el que compra los votos de Puigdemont.