Jesús Cuadrado-Vozpópuli

  • Cuando Sánchez salió del Senado, el Tribunal Supremo seguía allí

Un gamberro compareció en el Senado el pasado jueves. A mí me vais a fiscalizar vosotros, vino a decir y, desprovisto de autocontroles morales, poco le importó dejar en el aire la idea “soy un corrupto, sí, ¿y qué?”. A nadie hubiera sorprendido que allí mismo, en sede parlamentaria, Sánchez abriera su bragueta y regara las cabezas de sus señorías acompañado por sus risotadas inconfundibles: ¡jojojo! No conocía ni a su hermano. Nada le constaba, salvo un supuesto sobresueldo de Núñez Feijóo por el que le preguntó sin sonrojarse un senador de Comporomís -¡jijiji!-. No recordaba ni las “saunas” de su suegro. De lo que sí dio cuenta -recomendación de abogado mediante- fue de no haber superado los mil euros en cada uno de los sobres que cobró. De los tres golfos con los que compartió Peugeot, de Delcy, de Aldama, del despacho de la tesorera, de la contratación de prostitutas por empresas públicas, nada recordaba.

Él solo ponía las cosas en contexto, señaló, -¡jejeje!-. De la traducción para la opinión pública ya se encargarían los espadachines mediáticos del sanchismo que, plató a plató, se ocupan cada día de normalizar la figura de un corrupto honrado, el buen corrupto: “¡Ganó de calle! ¡Un crack!” Su problema: cuando Pedro salió del Senado, el Tribunal Supremo aún seguía ahí. Se agotaron los conejos, muchachos.

«Hola ministro, ¿podemos hablar?»

“Que yo recuerde, no”, dice Pedro, pero todo está escrito, grabado, filmado y escrutado por policías, jueces y periodistas. Dibujan una organización empresarial, el “Sanchismo S. A.”, que, sin corrupción, como los peces comunes sin branquias, no podría respirar. El trabajo de banalización a cargo de una estructura mediática, que es parte esencial del tinglado, intenta ocultar el daño que están provocando en la economía española. Importa, ya lo creo. Tanto que, para economistas tan relevantes como el Nobel de 2024 Daron Acemoglu (Por qué fracasan los países) o el de 2025 Philippe Aghion (El poder de la destrucción creativa. ¿Qué impulsa el crecimiento económico?), la lacra de la corrupción marca la diferencia entre los países en su grado de desarrollo. La organización extractiva montada por el sanchismo va mucho más allá de lo que asoma en los casos Koldo, Begoña, etcétera, sobre todo si se siguen las pistas de las redes lobistas de ZP, Pepiño y otras yerbas.

Como se comprueba con el caso Huawei, están ejerciendo de cipayos de China, de su Partido Comunista, con repercusiones desastrosas para los intereses nacionales españoles, como refleja la caída espectacular de la inversión estadounidense en España. Y aún peor, provocan lo que Aghion llama “efecto lobbing”. A muchas empresas, para eliminar competidores, les compensa pagar a estos tipos del “hola ministro, ¿podemos hablar?”, antes que invertir en innovación para mejorar su competitividad. El “Sanchismo S. A.” interfiere en los mercados al modo chavista (Telefónica, Indra, Correos, Banco Sabadell…), con resultados bien visibles.

Performance electoral

Y sin rendir cuentas de nada, como demostró la comparecencia en el Senado. Se vio en el funeral de la dana, convertido por el Gobierno en una performance electoral para concentrar todas las responsabilidades en Carlos Mazón y eludir las propias. Eso, a pesar de que nadie ignora que las obras de desviación de cauces paralizadas por Sánchez habrían evitado el 90% de las muertes de la riada de hace un año, o del indecente “que me lo pidan”. Ahora bien, lo que es incomprensible es que Mazón siga siendo presidente de la Generalitat y que Feijóo incurra en el error no forzado de permitirlo. Lo escribí hace un año: independientemente de las responsabilidades penales, en democracia, las dimisiones de los políticos son imprescindibles para mostrar a los ciudadanos que su desamparo o su ira son tenidos en cuenta.

El líder de la oposición debe abrir un nuevo ciclo político que supere las divisiones sociales provocadas por Sánchez, algo demasiado trascendente para permitirse arrastrar mochilas como esta. Los españoles mayoritariamente no están en ensoñaciones nostálgicas, como quieren hacer creer los activistas del sanchismo, más bien están preocupados por las incógnitas de un futuro incierto, como demuestran sus prioridades testadas: inestabilidad política, vivienda, paro, inmigración descontrolada, cesta de la compra y corrupción. España real frente a España sanchista.