- Ahora el PP podrá esgrimir la superioridad moral del PP sobre el PSOE, olvidando que ya la tenía el sábado, antes de que Mazón aceptara dimitir por su bien, el del PP y el de los valencianos.
Al gobierno más corrupto de la historia de la democracia española, si lo medimos en número de imputados, pero sobre todo en cercanía al presidente de esos imputados, le han dimitido ya tres cargos de la oposición.
Noelia Núñez, por mentir en su currículum vitae diciendo que tenía un doble grado en Derecho y Ciencias Jurídicas de la Administración Pública que no tenía.
Carlos Mazón, porque alguien de la oposición tenía que pagar por las obras que el PSOE no quiso ejecutar en el barranco de Poyo, por el Plan Hidrológico Nacional paralizado por Zapatero, por el letal fanatismo climático de Teresa Ribera y por la mayestática incompetencia de la Confederación Hidrográfica del Júcar.
Y la consejera de Sanidad andaluza, Rocío Hernández, por los fallos en el cribado de cáncer de mama en Andalucía.
No hay uno solo de esos pecados que no haya sido cometido de una u otra forma, no ya por algún alto cargo del gobierno del PSOE, sino por el propio presidente del gobierno en persona.
Empezando por su tesis doctoral falsa, escrita por un negro («le voy a regalar un libro que no ha leído, señor presidente, su propia tesis», le dijo en un debate Albert Rivera) reproduciendo informes sin entrecomillar y fusilando a otros autores, entre ellos los economistas Julio Cerviño y Jaime Rivera.
Carlos Mazón anuncia su dimisión frente a sus consejeros. EFE
Continuando por su estruendosa dejación de funciones durante la dana, cuando especuló con la asistencia humanitaria, se negó a declarar la emergencia nacional, retó a los valencianos a que le suplicaran ayuda si querían sacar la cabeza del barro y huyó a la carrera de Paiporta, dejando a los reyes y a Mazón solos frente a las quejas de los vecinos, mientras él se inventaba una agresión inexistente.
Y acabando por esos dos meses en los que el presidente negó la gravedad de la Covid, con las UCI italianas desbordadas y el país en estado de emergencia nacional, porque le interesaba mucho más políticamente la celebración de una manifestación feminista a su mayor gloria.
«Coronavirus oeoeoe» cantaba por cierto Broncano en su programa, cachondeándose de quienes advertían de la gravedad del virus, y cinco años después esa ruindad, producto de la ignorancia al 50% y del sectarismo al otro 50%, fue recompensada con un programa en La 1 a un precio disparatado.
Más de 120.000 muertos les contemplan a ambos y a todos los que durante esos días afirmaron que la Covid-19 era «poco más que una gripe», cuando no una fabulación de la ultraderecha para reventarle al presidente la gloria de su salvática presidencia.
La presidencia de un país que, mientras el gobierno concentró el mando único, fue el que tuvo los peores resultados sanitarios y económicos del mundo civilizado.
Se dice pronto. El peor.
A todo esto, claro, el presidente puede responder que Noelia Núñez, Carlos Mazón y Rocío Hernández se han ido a su puñetera casa mientras él («el puto amo» según Óscar Puente) continúa durmiendo en la Moncloa, lo que si algo demuestra no es que Sánchez sea más listo que nadie, sino que la democracia no es ya un sistema de normas que nos implica a todos por igual, sino ese régimen autocrático en el que la moralidad del presidente determina la del sistema entero.
Prueba de ello es que un año después de la tragedia continuamos diciendo y escribiendo «los muertos de la dana» cuando la inmensa mayoría de los fallecidos no murieron por ella (en Paiporta ni siquiera llovió) sino por la riada.
Y la distinción es importante porque la dana era inevitable, pero la riada nunca lo fue.
Mazón cometió varios errores durante las primeras 48 horas de la catástrofe, pero el más grave de ellos ni siquiera es el que se le achaca (haberse ido a comer con una mujer que no es su esposa: de eso va todo), sino no haber pedido la declaración de emergencia nacional, algo que habría dejado en manos del Gobierno central las labores de rescate.
Uno de esos errores a los que lleva un Estado de las autonomías mal entendido y que conduce a todos los presidentes a considerarse jefes de Estado de su patio de Monipodio.
La decisión no habría evitado la cacería que vino luego, y que de forma evidente ha intentado que Mazón fuera marginado por su partido igual que lo fue Rita Barberá (las cacerías del PSOE siempre son personales y no buscan tanto la destrucción política, sino personal, del adversario), pero habría redistribuido de una forma levemente más equitativa las responsabilidades de la tragedia.
Pero todo esto es sólo melancolía por las decisiones erróneas del pasado.
Ahora el PP podrá esgrimir la superioridad moral del PP sobre el PSOE con toda la razón del mundo, olvidando que ya la tenía el sábado, antes de que Mazón aceptara dimitir por su bien y el del partido.
Porque la cuestión no es tener o no tener la superioridad moral. La cuestión es que los españoles se den cuenta de ello y voten en consecuencia. En este sentido, el PSOE ha convertido en un arte la rentabilización de una superioridad moral que jamás, desde los tiempos del GAL, y no digamos ya en los del Zapatero de los atentados de Atocha, ha ostentado.
Al PP le urge ahora averiguar cómo se hace eso. Si al PSOE no le ha costado nada sacarle partido a su superioridad moral sin tenerla, mucho más fácil le resultará ahora a Génova conseguirlo, teniéndola.