Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Uno está preparado para que los memos colocados en la tele pública por las vías bajas suelten estupideces como esa de que «a García Ortiz lo van a juzgar sin pruebas». No saben lo que es una prueba, no la distinguen de un indicio, lo ignoran todo sobre el procedimiento judicial penal

¿Cómo es posible que el reo entre por la puerta noble del Tribunal Supremo entre aplausos? ¿Cómo justificar que la Fiscalía actúe de segunda defensa del reo togado y la Abogacía del Estado como tercera? ¿Tiene García cuatro defensas, contándose a sí mismo? ¿Por qué parece que se juzgue al instructor? ¿Por qué resulta tan evidente que allí manda el reo García? Son preguntas sin respuesta para el que siga teniendo a España por un Estado democrático de derecho funcional. Son preguntas con respuestas sencillas para quienes sabemos y denunciamos que el Estado democrático de derecho ha sido sustituido en el fondo por una autocracia corrupta, y que con el caso del fiscal general García se abre otro capítulo: el de la deformación, o degeneración de las formas. La forma es el fondo, tanto en la literatura como en la democracia. El que no pueda entender o aceptar esta verdad profunda, reconozca al menos que sin respeto a las formas y solemnidades no hay sino zafiedad, brutalidad.

Sucede que el sanchismo está deslizándose por donde no estaba previsto: su autocracia iba a respetar las formalidades de manera escrupulosa mientras socavaba las libertades y derechos de los ciudadanos, la división de poderes, la independencia judicial, el sometimiento de los poderes públicos a la ley y a las resoluciones judiciales, la proscripción de la arbitrariedad, etc. Tenían la desvergüenza, las ganas, el hambre atrasada, la vocación delincuencial y el Tribunal Constitucional, muro último para detener condenas contra la banda de Sánchez. Aunque tuviera que entrar en el fondo de los asuntos. ¿Que no puede hacerlo? Ya, pero si lo hace, ¿quién lo puede impedir? ¡Nadie! Ergo se hace.

Solo que tal camino de perdición no se recorre entero sin salirse de los márgenes. Tampoco es que escondieran sus intenciones. El más explícito fue Iceta cuando comunicó los planes del Gobierno al que pertenecía antes de su bicoca parisina: devolver la vigencia, vía leyes orgánicas, a los artículos del Estatuto catalán que habían sido anulados por el Tribunal Constitucional. Esta aberración la puede pronunciar un lego como Iceta. Pero nadie le corrigió porque el desahogo ya se había enseñoreado de los palacios. Cuando dices que al intérprete máximo de la Constitución lo vas a enmendar con normas jurídicas inferiores ya estás invitando a la orgía de ahora.

Uno está preparado para que los memos colocados en la tele pública por las vías bajas suelten estupideces como esa de que «a García Ortiz lo van a juzgar sin pruebas». No saben lo que es una prueba, no la distinguen de un indicio, lo ignoran todo sobre el procedimiento judicial penal. Vale. Pero cuando la misma idiotez la corean ministros, catedráticos de Derecho y titulares de papel, sabes que es el fin. Con una consigna para lelos echan un pulso al Supremo. De modo que puedes contestarte todas las preguntas del principio. Es un golpe de Estado gradual, largo, tipo rana hervida. El agua está a punto de ebullición.