José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • El juicio al fiscal Ortiz se ha convertido en un asalto frontal del sanchismo al Supremo, un despliegue peronista contra el Estado de derecho

En una democracia, cuando llaman a la puerta a las seis de la madrugada es el lechero, según la manida frase Churchill. Quizás en el Reino Unido multirracial ya no es así. En España, cuando una fiscal telefonea a otra ya bien entrada la noche no es para felicitarle el cumpleaños sino para derribar a una rival política del Gobierno. “Estas no son horas, Pilar, ya le he dicho al fiscal general que lo deje y que lo vemos mañana”. La fiscal jefe de la Comunidad de Madrid, Almudena Lastra, hablaba con su compañera, Pilar Rodríguez, jefe de la Fiscalía de Madrid, que la urgía sobre un asunto privado del novio de Ayuso. “Lo van a filtrar, Pilar”.

Y lo filtraron. De madrugada y en la Ser, pasando por Moncloa. Ojo Óscar López, que hoy declara Lobato. Una noche de locos, un auténtico desparrame con un único objeto: «Que no ganen el relato». El Fiscal General del Estado movilizó todos los medios a su alcance, todos los subordinados a sus órdenes, todas las piezas bajo su mando para imponer la idea de que no fue Hacienda sino Alberto González Amador, el novio de la presidenta, quien movió ficha para resolver su deuda con el Fisco. «Era un fraude fiscal más, no había nada particular, hasta que pregunté por el repentino interés que tenían por este asunto y me dicen que el implicado tiene una relación sentimental con la presidenta de la Comunidad«, resumía el ingenuo fiscal de la Oficina de Delitos Económicos, Julíán Salto, al que sacaron del Estadio del Atleti en pleno partido de la Champions para remitir los correos con el novio hostigado. Almudena Lastra, cuando finalmente le cogió el teléfono a su superior Ortiz, luego de seis insistentes llamadas a primera hora de la mañana, no le dio ni los buenos días. «Lo has filtrado», le espetó. «Eso ahora no importa», le respondió el agitado jefe supremo del Ministerio público. ¿Claro, qué importan los delitos cuando se milita en la escuadra progresista del número uno? ¿Qué pasa por salarse las leyes? Esto es orden de Sánchez y hay que cumplir, debió pensar el servil togado. «Repentino interés», esa es la clave de todo este lío.

El circo de Sánchez

Compareció García Ortiz este lunes en la vista oral en el Supremo «disfrazado de fiscal general», escribió Pablo Planas. Se sentó en el estrado, lejos del banquillo. Minutos antes, una colla de fiscales de la ovina progresía le había ovacionado cual si fuera Morante. Lo arropa y defiende la abogacía del Estado y una fiscal de sala que, lejos de acusar al procesado, se dedica a hostigar a los testigos. Las actuaciones, así, se convierten en un esperpento. Todo está al revés, Quien tiene que acusar, defiende; los defensores atacan a los testigos, el tribunal es señalado culpable y el banquillo de los procesados aparece más vacío que la sesera de Óscar Puente. Durante estos doce días vamos a asistir, ya se está viendo, a situaciones insólitas, disparatadas, a una sucesión de escenas ajenas a lo que corresponde a una sala de Justicia, a un Ionesco enrabietado y febril.

Asalto al Supremo

Así lo quiere Pedro. Convertir en un circo tpda situación o escenario que le incomode o le coloque contra la pared. Así serán estas jornadas del procesamiento del jefecillo del Ministerio fiscal, casi al estilo rumano de antaño cuando los Ceaucescu, en cumplimiento del plan que trazara por el presidente del Gobierno en su retiro amoroso de los cinco días de abril, justo después de que su esposa fuera imputada por el juez Peinado en una causa que acaba de prorrogarse por espacio de seis meses. Lo que está ocurriendo en la vista oral contra el Fiscal General de Pedro es un ejercicio indecente en el que tanto la Abogacía de Pedro, como la Fiscalía General de Pedro (salvo heroicas excepciones) están procediendo a un asalto frontal contra el Supremo, a un ataque sin precedentes contra el eje fundamental del edificio de la Justicia. Escuchar a la oficiante de la abogacía pública tachar el procedimiento de preconcebido, teledirigido, manipulado y demás descalificaciones resulta casi estrambótico, de no ser inquietante. Es la resurrección del lawfare, del peronismo más repugnante, igual que en el Procés, igual que en los ERE, igual incluso que las actuaciones de las defensas de los etarra en los tiempos tenebrosos de la España del plomo. Con el agravante, en esta ocasión, de que es el Gobierno quien promueve esta ofensiva feroz que pretende preparar a la opinión pública ante una sentencia contraria al fiscal Ortiz y justificarla con el argumento falsario de que el Alto Tribunal está formado por una panda de facciosos y ultraderechistas que pretenden acabar con la carrera de un profesional íntegro y ejemplar sólo por su carácter progresista.

La Corona arrinconadita

En ese lado del muro sanchista no hay titubeos ni flaquezas. El juez que tiene la osadía de fallar en contra del ‘lado correcto’ ha de ser lapidado en los medios, perseguido en su ejercicio y hostigado en su devenir personal. Sin miramientos, sin clemencia. Se trata de consagrar la idea de que quien milita en el sanchismo está blindado por una inmunidad intocable, rodeado por la férrea muralla que protege al régimen de todos los enemigos de la fachosfera y alrededores. Los jueces, por supuesto, aparecen en el frontispicio del grupo a batir. Luego están los medios y, en el vértice, la Corona, tan acoquinadita, tan pobretuca, que la remiten ahora a Pekín, adonde ninguna corona europea se ha desplazado hasta el momento en visita oficial..

Perseguir de madrugada a una fiscal insobornable para que obedezca las órdenes desesperadas e inasumibles de un FGE, que ha olvidado la responsabilidad de sus altas funciones, parece ya casi una anécdota menor. No estamos, en efecto, en la Inglaterra de Churchill. Ni siquiera en la frágil democracia de nuestra Transición. Estamos en un territorio inquietante e inhóspito, en una autocracía analfabeta y chulesca, poblada por tipejos de cuarta, de Koldos apandadores, de Ábalos rijosos, de Zapateros corsarios, de una banda de usos mafiosos en la que, cuando llaman por teléfono de madrugada, no es un familiar desvelado, sino una fiscal que pretende darle la vuelta a la ley y convertir en culpables a los inocentes. «Me hicieron el delincuente confeso de España; García Ortiz me ha matado entre su nota y la publicación del mail. O me voy de España o me suicido», declaró este martes, en tono muy dramático, el novio de Ayuso. En contra de lo que sospechaba la fiscal Almudera Lastra, para hacer el mal, esta gentuza no tiene problemas de horas. Ya puede andar con cuidado.