- Su afirmación de que «siempre votaré al PSOE», haga lo que haga, refleja un problema que tenemos en España: una política guerracivilista de hinchadas
Alos chavales de hoy les costará entender lo limitadas que eran las posibilidades de ocio en la España de los setenta y ochenta respecto a las actuales. No había Play, ni botellón, mi móvil, ni TikTok… ¡Horror! Durante mi adolescencia, allá en el ventoso córner atlántico, en mi ciudad solo existían seis grandes pasatiempos: salir de vinos, con peñas de veteranos que se mazaban como pulpos a diario; el fútbol, con un Deportivo que como casi siempre estaba en Segunda; las discotecas setenteras; las verbenas, aunque ese género era más propio del rural; jugar al fútbol e ir a la playa en verano.
Un buen día, cuando yo tenía 16 años y mi hermano Alberto, 14, ocurrió algo insólito: aparecieron por nuestra ciudad a dar un concierto unos acelerados punkis neoyorquinos, los mismísimos Ramones. Nuestro padre estaba embarcado en Gran Sol y nuestra madre, que era más buena que el pan y confiaba en nuestro supuesto sentido de la responsabilidad, nos dio permiso siendo unos canijos para ir a verlos al Palacio de los Deportes. Huelga decir que aquello nos voló la cabeza. Nos quedamos boquiabiertos. Pasado ya un carro de años, confieso que todavía me divierten los viejos Ramones cuando alguna vez escucho por azar alguno de sus arrebatos.
Dos años antes de los Ramones, mi primer concierto de rock, una tarde mis amigos adolescentes y yo zascandileábamos por la zona del estadio de Riazor. En su trasera había una pequeña zona polideportiva, donde iba a tocar el llamado ‘rey del rock’, Miguel Ríos. Casualmente, vimos pasar al mismísimo artista, que acudía a la prueba de sonido. El más osado de nuestra cuadrilla lo abordó con jeta: «Ríos, ¿nos pasas al concierto?». Sin parar de caminar, y sin mirar al grupo de mocosos, el rey del rock masculló su respuesta: «No, chiquillos, que la vida está muy ashushá».
En 1982, volvió por allí con su gira Rock and Ríos, un auténtico fenómeno en la España de entonces. Lo fui a ver y realmente lograba electrificar al respetable. Era el segundo pico de éxito del artista granadino, que había comenzado en los sesenta como «Mike Ríos, el rey del twist» y que en 1969 había logrado un extraordinario número uno internacional con el Himno a la Alegría, convirtiendo en un éxito pop un pasaje de la novena de Beethoven gracias a los extraordinarios arreglos de Waldo de los Ríos. Es una canción que no soporto, por una sencilla razón: durante años y años, el conserje de mi cole la hacía sonar cada día por los altavoces para indicar que había llegado el fin del recreo y tocaba volver a clase.
Mantenerse siempre en lo alto durante una carrera tan larga es complicadísimo. Tras su bum de comienzos de los ochenta, a Ríos le llegó el inevitable bajón. Al surgir La Movida, el hombre se quedó un tanto pleistocénico. Sin problema, enseguida TVE le puso un programa a su mayor gloria. Tampoco le han faltado jamás distinciones y bolos en la red de administraciones gobernadas por el PSOE. Y es que Miguel goza de una enorme ventaja: es un leal entusiasta de El Partido.
Ríos peina ahora 81 años muy bien llevados y lleva retirándose desde 2010, cuando anunció su primera y definitiva gira de despedida. Estos días incluso presenta un nuevo disco y con ese motivo ha concedido una entrevista en el Pravda. El cantante explica que es «ideológicamente de izquierdas» porque la izquierda «cuida de los demás». Desde luego lo hace con sus artistas proclives. Pero no tengo muy claro que en general el socialismo nos cuide mucho con su igualación a la baja, su brasa fiscal y su promoción de la envidia hacia todo aquel que despunta.
Ríos cree que Sánchez «lo está haciendo bien» y lamenta que muchos de sus logros tardan en llegar al gran público porque se empeña en opacarlos «una derecha cerril que trabaja para el gran capital». Pobre Sánchez, que no dispone de televisiones para difundir su mensaje y sus logros.
Pero el gran momento de la entrevista llega cuando Miguel se cala a tope las orejeras ideológicas para anunciarnos que «yo voy a seguir votando al PSOE siempre». Da igual lo que haga. Da igual que robe del dinero de las mascarillas y las carreteras, que haya puteros en su cúpula, que su presidente enchufe a media familia, que vendan a España en el mostrador de Puchi… El voto de Mike lo tienen.
Esa manera de andar por el mundo refleja a la perfección un problema profundo: la izquierda ha tenido éxito en su promoción del guerracivilismo. La política española se ha convertido en una lucha entre hinchadas irreconciliables, donde se abrazan las siglas con la fe del fogonero.
La otra noche, un amigo se desahogaba: «Los españoles nos pasamos siglo y pico en guerra constante. Pero con la Transición logramos ponernos de acuerdo, perdonarnos los unos a los otros y construir una democracia que más o menos funcionaba. Lo que yo nunca perdonaré al PSOE, a Sánchez y Zapatero, es que rompiesen aquella obra para volver a encabronarnos de esta manera».
Creo que mi amigo tiene razón. Pero a muchos votantes como Miguel Ríos no les apetece razonar. Primero las tripas y luego, la razón. Como dicen en algunas películas de mafiosos: «Sé que es un hijo de…, pero es nuestro hijo de…». Una pena.